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ANÁLISIS

La histórica reconciliación de Arabia Saudí e Irán: ¿un nuevo cambio en Oriente Medio?

10 de mayo de 2023 22:25 h

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La embajada de Teherán en Riad ha reabierto por primera vez desde 2016, según confirmó discretamente en abril el Ministerio de Asuntos Exteriores iraní. Se trata del último una serie de gestos que demuestran que las dos potencias de Oriente Medio están decididas a rebajar una rivalidad que ha desfigurado la región durante 40 años.

Todo tipo de señales, desde las triviales hasta las de gran calado, parecen indicar que el acercamiento es auténtico: se reanudarán los vuelos civiles entre ambos países; un iraní ganó un premio dotado con 800.000 dólares en un concurso saudí de lectura del Corán; el acero iraní está llegando a los mercados saudíes; representantes de ambos países fueron vistos abrazándose después de que la armada saudí rescatara a 60 iraníes atrapados en Sudán; y se espera que Ibrahim Raisi anuncie pronto una visita a Riad, la primera de un presidente iraní desde 2007.

La reconciliación, impulsada por la más extraña de las parejas extrañas —el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, de 37 años, y el líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, de 83 años—, se anunció formalmente en China el 10 de marzo, cuando ambas partes establecieron un plan de dos meses para normalizar las relaciones diplomáticas y económicas tras ocho años de tensiones.

Las relaciones se rompieron en 2016 después de que manifestantes asaltaran la embajada saudí en Teherán por la ejecución de un clérigo chií disidente saudí. Pero en realidad las dos partes, que representan diferentes culturas y ramas del islam, se han disputado el control de la región desde la revolución iraní de 1979.

Ahora, la cuestión es si estos vientos de cambio podrían expandirse por Oriente Medio y disipar conflictos en Yemen, Líbano, Irak, Siria e incluso Israel, todos ellos agravados, o incluso sostenidos, por la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán.

“Un tiempo muerto de conveniencia mutua”

Un diplomático residente en Londres sugiere cautela. “Esta no es una historia de amor. Es un tiempo muerto de conveniencia mutua”, dice.

Cinzia Bianco, investigadora del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, dice que el acuerdo es genuino pero muy frágil. “Hay algunos asuntos críticos, como un posible nuevo presidente republicano en Estados Unidos o un ataque israelí en Irán... Ambas partes siguen buscando posibles pólizas de seguro”.

Un diplomático árabe en Londres compara este proceso con la construcción de una planta baja sobre la que otros países podrían edificar y sugiere que las ramificaciones en la región podrían llegar a ser cruciales. Según afirma, un acuerdo podría confirmar la decreciente influencia de Washington en Oriente Medio, debilitar a Israel, restaurar al presidente sirio Bashar al-Asad en el mundo árabe, proporcionar a Arabia Saudí un nuevo mercado de carbono a largo plazo en China y empezar a poner fin al aislamiento económico de Irán.

Pero Ayham Kamel, jefe de investigación sobre Oriente Medio del Eurasia Group, vaticina un proceso lento, incluso con China actuando como garante. “No se pasa de la competencia a una cooperación significativa de la noche a la mañana. Sospecho que las relaciones entre Irán y el Golfo pasarán de una era de confrontación a otra más natural en la que habrá desacuerdos, habrá competencia y habrá cooperación”.

Para Kamel esta distensión forma parte de un reordenamiento mayor dentro de Oriente Medio. “Arabia Saudí y los países del Golfo quieren alianzas globales con Estados Unidos como pilar clave, pero no único”, dice. “Siguen prefiriendo tener una relación mucho más estrecha con Washington, pero no están dispuestos a cortar relaciones con otras potencias como China”.

Riad no se ha sentido segura en su relación con Washington desde hace al menos una década. Una vez terminada la dependencia estadounidense del petróleo saudí, el papel de EEUU como proveedor de la seguridad de Arabia Saudí inevitablemente quedó en entredicho y sus caminos se fueron distanciando poco a poco. Riad consideró que el apoyo de Barack Obama a la primavera árabe era un error e intentó bloquear los esfuerzos del entonces presidente estadounidense por negociar un acuerdo nuclear con Irán en 2015.

Con Donald Trump, Riad obtuvo exactamente la política estadounidense que había estado defendiendo, incluida la máxima presión sobre Irán, aunque acabó por descubrir que aquella política no era de su agrado. El hecho de que los misiles de fabricación iraní paralizaran temporalmente la mitad de la producción de petróleo saudí en septiembre de 2019 fue una chocante demostración de la exposición de Arabia Saudí. Fue aún más chocante cuando Trump no salió en defensa de Riad. Del mismo modo, Emiratos Árabes Unidos se sintió profundamente ofendido por lo que percibió como indiferencia por parte de Occidente cuando cuatro buques fueron atacados en el Golfo de Omán en mayo de 2019.

La promesa realizada por Joe Biden en 2019 de hacer de Arabia Saudí un “paria” no indicaba en absoluto que los demócratas fuesen a proporcionar la salvación.

Así que el príncipe Mohammed quería alejarse de la línea de fuego, ya que temía que Arabia Saudí fuera el blanco de Teherán en caso de producirse un ataque israelí a los emplazamientos nucleares de Irán. Quería seguir a Emiratos Árabes Unidos –los expertos en anular y reducir riesgos por excelencia– hacia un lugar menos vulnerable y centrarse en el desarrollo de la economía saudí.

“Arabia Saudí está harta de ser considerada el cajero automático del resto del mundo. Ya no son una vaca lechera mundial”, dice Farea Al-Muslimi, miembro de Chatham House especializado en Oriente Medio.

El impacto en los conflictos

La rivalidad entre Arabia Saudí e Irán puede haber agravado muchos conflictos preexistentes en la región, pero no los ha creado, y el acercamiento no pondrá fin a los mismos.

“Todos estos conflictos son autogenerados, pero también existe la dimensión regional que alimenta el elemento interno, y eso los hace más enrevesados, más complejos, más sangrientos”, dice Bianco.

Una posible oportunidad para avanzar está en Yemen, el país más pobre del mundo árabe, donde Irán ha armado a los rebeldes hutíes que luchan contra una coalición liderada por Arabia Saudí, aunque ahora parece apoyar los esfuerzos de paz.

“También puede que los hutíes estén agotados tras nueve años de guerra civil. Los saudíes, por su parte, saben que el cohete hutí más pequeño que venga desde Yemen puede costar 500 millones de dólares más en seguros”, dice Muslimi.

Pero la rivalidad entre el movimiento hutí, el Gobierno reconocido internacionalmente y las fuerzas separatistas del sur tiene sus raíces en el propio Yemen. “El control iraní sobre los hutíes no es absoluto, por lo que la promesa iraní de hacer todo lo posible es apenas eso, una promesa”, dice Dina Esfandiary, analista de Oriente Medio en el International Crisis Group.

Como contrapartida a la ayuda iraní en Yemen, Arabia Saudí parece estar preparada para normalizar las relaciones con el sirio Asad, que ha sido tratado como un paria durante 12 años, pero el domingo su país fue readmitido en la Liga Árabe. Riad sostiene que la normalización puede conducir a un fortalecimiento de las instituciones sirias y ofrece la forma más realista de recuperar influencia y controlar las redes de narcotráfico transfronterizas.

Pero, una vez más, hay obstáculos. Qatar, el socio clave de Washington en el Golfo, quiere que Asad haga concesiones políticas, algo a lo que no se ha mostrado dispuesto hasta ahora.

Tampoco está claro qué implicaría la normalización para las grandes poblaciones en las zonas fuera del control del Gobierno sirio. Asad quiere que Turquía abandone el norte de Siria y deje de patrocinar a milicias en la provincia de Idlib, pero Ankara no está dispuesta a marcharse sin garantías respecto a los kurdos sirios de sus fronteras. Estados Unidos está decidido a que los kurdos se repartan los recursos sirios de petróleo y gas siguiendo el modelo federal de Irak.

De Líbano a Israel

Un tercer país que podría beneficiarse del fin de la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán sería Líbano. No tiene presidente desde el final del mandato de Michel Aoun en octubre. Por ley, el cargo debe ser ocupado por un cristiano maronita. Las facciones apoyadas por Arabia Saudí e Irán no han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre un sustituto, a pesar de las sucesivas rondas de votaciones.

El poderoso grupo Hezbolá, respaldado por Irán, y el partido Movimiento Amal, dirigido por el presidente del Parlamento libanés, Nabih Berri, que juntos forman la base chií de Líbano, mantienen su apoyo a Suleiman Franjieh, amigo íntimo de Asad, pero Arabia Saudí se niega a respaldarlo.

Para el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, todo esto puede suponer un desastre. Netanyahu creía que los “Acuerdos de Abraham”, diseñados por el Gobierno de Trump, normalizarían las relaciones con Arabia Saudí, pero en lugar de ello Riad está normalizando las relaciones con los enemigos de Israel: Irán, Siria e incluso Hamás.

Altos cargos de Hamás han visitado Arabia Saudí por primera vez desde 2015, y la reciente decisión de Riad de convertirse en “socio de diálogo” de la Organización de Cooperación de Shanghái, en la que Irán tiene estatus de observador, solo puede acrecentar la ansiedad de Israel.

Retomando una vieja cantinela, Netanyahu declaró recientemente a la CNBC: “Los que se asocian con Irán se asocian con la miseria. Miren Líbano, miren Yemen, miren Siria, miren Irak. El 95% de los problemas de Oriente Medio emanan de Irán”.

Hace dos años, Arabia Saudí podría haber estado de acuerdo con esta afirmación, pero parece haber decidido que la cooperación, y no la confrontación al estilo israelí, es el camino a seguir.

Traducción de Julián Cnochaert.