La gentrificación de los cementerios: descansar en paz en Nueva York se convertirá en un lujo

Devin Kelly

Nueva York —

En 1825, Jacob Bigelow, médico y botánico de Boston, Massachusetts, se dio cuenta de que los cementerios de muchas iglesias pequeñas de la ciudad se estaban quedando sin espacio. Bigelow, que era un visionario, ideó un plan para un nuevo cementerio en las afueras de la ciudad, uno lleno de flores que preservara la belleza natural del lugar. Tras años de planificación y de negociaciones con los residentes, que veían este proyecto con recelo, el cementerio de Mount Auburn abrió sus puertas en 1831 y los familiares de los fallecidos empezaron a llegar en carruajes y con cestas de picnic.

Si bien Mount Auburn se inspiró en cementerios de Europa construidos con un objetivo similar, fue el primero de este tipo en Estados Unidos y creó tendencia. Pronto empezaron a surgir otros cementerios rurales y ajardinados.

En Nueva York, se fundó el cementerio de Green-Wood en 1838. Nueve años más tarde, el Estado de Nueva York aprobó la ley de cementerios rurales, que permitió a las iglesias y a otras entidades comprar terrenos libres de impuestos. Muy pronto, la ciudad de Nueva York, y más concretamente Queens, donde las personas bajo tierra duplican las que pisan el asfalto, se llenaron de cementerios. El cementerio de Evergreens. El de Cypress Hills. El de Calvary…. Y muchos nombres más.

Recorrí el cementerio de Green-Wood durante unas horas en compañía de Jeff Richman, el historiador del cementerio. El sitio es realmente bonito. Los árboles se elevan y se curvan, y proyectan largas sombras en espiral sobre tumbas y lápidas. El lugar transpira riqueza. Los neoyorquinos que fallecieron en el siglo pasado se imaginaron un descanso eterno que les permitiera tener un espacio parecido al que ocuparon en vida. Las tumbas pasaron a parecerse a casas, con vallas de hierro forjado y bancos en pequeños jardines. La muerte de los más ricos de Nueva York tenía un coste, tanto económico como en espacio.

En esa época, no fue percibido como un problema. El poeta Walt Whitman, que escribía para el Brooklyn Daily Eagle, visitó Green-Wood y se hizo eco de la belleza del lugar. “¡Con cuánta calma descansarán en sus mansiones silenciosas, hasta que pase la noche, la noche de la muerte con un cielo sin luna”.

Durante el recorrido, pasamos por la parcela 44606, un bello tramo de terreno lleno de señales de enterrados. Si observas con atención, es posible ver que donde ahora están las lápidas solía haber un camino. Da la sensación de una planificación en exceso, como los edificios de apartamentos de cemento que se construyen en una calle llena de antiguas casas de ladrillo.

En un artículo publicado por The New York Times en 2009, el responsable de los archivos del cementerio, Kestutis Demereckas, explicó al escritor Michael Wilson cómo encontró espacio para nuevas tumbas en Green-Wood. Tras poner tumbas en caminos o carreteras en desuso, estudió los mapas antiguos del cementerio con el objetivo de encontrar pequeños espacios donde se pudiera cavar nuevas parcelas. Según el artículo, el cementerio se quedará sin espacio en el momento menos pensado. Parece que el momento ya ha llegado.

Richman indica que el cementerio puede hacer lo que estime oportuno para tener más espacio, desde volver a organizar las tumbas ya existentes o hablar con los promotores y los miembros del patronato para cambiar la estrategia actual y poder tener nuevos clientes.

Lo que no explicó es que la parcela más barata en Green-Wood cuesta 19.000 dólares. De hecho, prácticamente todos los cementerios de la ciudad de Nueva York tienen problemas de falta de espacio para alojar a una cifra de difuntos que no dejará de crecer. Los precios de las parcelas están subiendo y los entierros bajo tierra en ciertos cementerios, como el Cementerio Trinity en Manhattan, ya no están permitidos. Algunas personas que tienen la suerte de tener parcelas en la ciudad de Nueva York los venden en la web de Craigslist.

No hace mucho, acompañé a Vincent Carbone, propietario de Carbone Memorials, un servicio de servicios funerarios de Brooklyn, al cementerio The Evergreens. En este contexto de cambio, los empresarios como Carbone han ido desapareciendo ya que los servicios independientes están dando paso a grandes empresas más económicas y más eficientes. Vi cómo dos de sus trabajadores limpiaban con chorro de arena un conjunto decorativo de corazones en una lápida nueva situada prácticamente al lado de otra. Donde quiera que mirara, las lápidas se pegaban como sardinas. Hasta allí llegaba el zumbido de los motores de la autopista Jackie Robinson.

Casi todos los neoyorquinos pasan por encima, por debajo, por el lado o a través de un cementerio en algún momento de su día. Estamos rodeados de muertos. No solo de muertes recientes, a veces ni siquiera son muertos de verdad.

Recuerdo una leyenda urbana de mi época de estudiante en la Universidad de Fordham en torno a un cementerio en el campus con una docena de tumbas. Según la leyenda, fue una estrategia de los responsables de la universidad para evitar el avance de una autopista que tenía que atravesar el campus y, en realidad, no había muertos en esas tumbas. Como ocurre con todas las leyendas, parecía lo bastante creíble e insólita como para que fuera cierta.

El entierro en secreto de los pobres

Nueva York aprobó en 1991 un plan para construir en el Soho un edificio federal de más de 30 pisos y valorado en 276 millones de dólares. Poco después, supo que en el solar había enterrados más de 400 cuerpos y que siglos atrás era conocido como “el cementerio de los negros”. Aunque la ciudad continuó con sus planes de construir el edificio, cambió el diseño para otorgar al cementerio un estatus de monumento histórico y, más tarde, de monumento conmemorativo.

Esta situación no fue ni es un problema nuevo para la ciudad. Sitios tan conocidos como Brooklyn Navy Yard y Washington Square Park se asientan en viejos cementerios de grupos pobres, marginados o privados de derechos. Concretamente se cree que bajo el arco de Washington Square están enterradas más de 20.000 personas.

Más recientemente tenemos el ejemplo de Hart Island, la pequeña y estéril parcela de tierra que se puede ver desde City Island, en el Bronx. Aquí, a los reclusos de Riker's Island se les paga 50 centavos la hora para que entierren a los muertos no reclamados y pobres de la ciudad. En este caso, se los entierra en fosas, no en parcelas. Bebés, padres y madres por igual. Allá en el estrecho de Long Island, lejos de la vista de la ciudad, los reclusos cavan fosas comunes para personas que vivieron una existencia desconocida para la inmensa mayoría.

Los olvidados, abusados y expulsados entierran a los olvidados, abusados y expulsados, lejos de la atención de la gente. Como para añadir un castigo a la pobreza, no se puede acceder a Hart Island de la misma manera que a un cementerio normal de la ciudad. Si, por ejemplo, un hijo quisiera visitar a una madre que falleció hace tiempo en la ciudad de Nueva York y cuyo cuerpo no fue reclamado, estuvo durante tiempo en un depósito de cadáveres, pasó por la Facultad de Medicina y finalmente fue enterrada en Hart Island, tendría que esperar a que llegara el único día del mes programado para las visitas de familiares.Cuando finalmente llegue a la isla después de un viaje en ferry, localizará a su madre por el número de una fosa compartida por más de cien cuerpos.

El descanso eterno en un lugar diferente

No dudo de que Jacob Bigelow quería lo mejor para la gente y la ciudad que amaba, y que quería crear un espacio de belleza para la gente que anhelaba consuelo. Pero ahora, casi dos siglos después, los mismos cementerios que Bigelow inspiró están superpoblados y tienen unos precios excesivos. Cuando fui a Green-Wood, me paré y miré hacia la Estatua de la Libertad y traté de imaginar lo que solía decorar mi campo de visión: colinas verdes que acariciaban el agua antes de desaparecer. Ahora la ciudad llega hasta la valla del cementerio. El día que lo visité, un grupo de trabajadores miembros de un sindicato se manifestaban en las puertas del lugar y protestaban porque no se atendían sus necesidades.

Cuando el espacio para enterrar a los muertos se agote, inevitablemente, los cuerpos de los neoyorquinos marginados, pobres y privados de sus derechos, o que simplemente no son ricos, tendrán que descansar en un lugar distinto a la ciudad donde vivieron. No habrá lugar para ellos. Será una especie de “gentrificación” de los cementerios.

Cuando Carbone y yo salimos del cementerio, señaló un mausoleo.

“Trommer”, dijo, indicando el apellido en la tumba. “Solía ser el dueño de esta cervecería, allí adelante. Solía estar justo ahí.” Carbone apuntó justo delante de nosotros. Ahora hay una gasolinera y un establecimiento de la cadena de comida rápida Popeye's. El negocio funerario de Carbone resiste una calle más lejos bajo una vía del metro. La ciudad avanza. Los vivos necesitan espacio, ¿pero qué hay de nuestros muertos?