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The Guardian en español

Einstein fue un genio de la física, pero no era un santo

El físico Albert Einstein.

Philip Ball

¿Einstein era racista? Si analizamos los comentarios despectivos sobre chinos y japoneses que se encontró a lo largo de sus viajes por el Este asiático en 1922 y 1923 y que han quedado inmortalizados en sus diarios, no resulta fácil llegar a una conclusión en un sentido u otro.

Por una parte, este científico, campechano y de mente abierta, era inevitablemente un hombre de su tiempo. Es por este motivo que no podemos esperar, a pesar de que era un firme detractor del nazismo, que se desmarque de la mentalidad de la época, en la que las muestras públicas de prejuicios eran una constante.

Ahora podemos analizar esa actitud con desagrado, pero tacharlo de racismo supone analizar desde los valores del presente una actitud del pasado, cuyo único resultado es que nos sintamos moralmente superiores. Además, como indica el editor de los diarios de Einstein, Ze’ev Rosenkranz, sus diarios, privados, permiten leer los comentarios de un Einstein que había bajado la guardia, ya que el autor de la teoría de la relatividad nunca tuvo intención de publicarlos.

De la otra, también es acertado puntualizar que no todas las personas de la época llamaban a los chinos “sucios y obtusos” ni expresaban su temor a que estos “suplantaran a las otras razas”. En los años veinte no todo el mundo se adhirió a la ruda clasificación seudodarwiniana de razas que llevó a Einstein a sopesar la posibilidad de que los japoneses fueran intelectualmente inferiores “por naturaleza”.

Ambos puntos de vista son correctos y es por este motivo que no sabemos cómo lidiar con esta mancha en la imagen humanitaria de Einstein. Tal vez tenga más sentido analizar el origen de esta imagen.

Para empezar, debemos ser conscientes de que Einstein no tenía un conocimiento profundo de China: sólo se detuvo brevemente en Shanghái y Hong Kong. Y sus diarios son una mezcla de aprecio, “hay que amar y admirar este país”, afirma sobre Japón, de desconcierto y un cúmulo de estereotipos. Es la típica respuesta de un europeo abrumado por las diferencias culturales, lingüísticas y emocionales.

No es de extrañar ni especialmente deplorable que se adhiriera a la creencia común de la época de que existía un “carácter nacional”. El problema es que a partir de ahí solo hay un paso hacia la aceptación de una jerarquía de razas. Es obvio que Einstein dio ese paso, si bien Rosenkranz cuestiona que adoptara una ideología racista en todas sus dimensiones.

Sin embargo, estas ideas ahora nos parecen repulsivas y es una lástima que Einstein, un internacionalista progresista y tolerante, no fuera capaz de ver más allá. Pese a ello, no deja de sorprender que nos molesten tanto.

Tampoco es que Einstein hasta la fecha haya sido considerado un ejemplo de virtud. No es ningún secreto que el trato que le dio a su primera mujer, Mileva Maric. Cuando la relación empezó a ir mal, rozó lo monstruoso (y con ello no estoy diciendo, como algunos han afirmado, que Einstein se apropiara de sus ideas).

La lista de condiciones que le impuso Einstein en 1914 para seguir viviendo juntos bajo el mismo techo es tan horrible que raya lo cómico: ella tenía que comportarse como su criada y ama de llaves, pero “no esperar ningún tipo de intimidad ni creerse con el derecho a reprocharle nada”. Además, tampoco podía hablarle “si él así lo solicitaba”. No hay motivos para llegar a la conclusión de que era un misógino, pero no podemos ignorar el hecho de que su imagen queda muy mal parada.

De hecho, el caso de Einstein tiene paralelismos sorprendentes con otros dos físicos del siglo XX con una relevancia cultural comparable a la de Einstein: Richard Feynman y Stephen Hawking. Los tres son considerados únicos, carismáticos y con una inteligencia fuera de lo normal y siempre mostraron una simpatía entrañable y una disposición a no darse mucha importancia.

Sin embargo, con motivo del centenario de su nacimiento, ha vuelto a analizarse la reputación de Feynman para reconocer tardíamente que hizo afirmaciones escandalosamente degradantes acerca de las mujeres en su autobiografía ¿Está usted de broma, Sr. Feynman? 

Algunos han intentado infructuosamente convencer al público de que solo era un producto de su tiempo, pero todo parece indicar que más bien es un producto de una personalidad machista que le gustaba cultivar.

Hawking conseguía no ser acusado de machismo ya que se le ponía la etiqueta de “terco”, hasta el punto de que sus amigos ya habían desistido de hacerlo entrar en razón cuando afirmaba que “las mujeres eran un completo misterio” y prefería pasar su tiempo libre en el 'club de caballeros' del difunto Peter Stringfellow. Estos ejemplos no contribuyen a terminar con la escasa presencia de mujeres en el campo de la física.

Jenny Rohn ha indicado que si nos decepciona que los científicos tengan este tipo de comportamientos, en el fondo es porque tenemos unas expectativas poco realistas de una magnitud parecida a la de sus teorías. Tiene razón, pero creo que este no es el único elemento.

Si tenemos en cuenta que se trata de una profesión que defiende con fervor la noción de que cuentan las ideas y no las personas, la ciencia está empecinada en crear héroes (y de vez en cuando heroínas) y crear institutos y premios con sus nombres. Con el paso del tiempo, esta práctica obliga a la ciencia a hacer juegos malabares para reconciliarse con el pasado.

Incluso el aparentemente incontrovertible Premio Nobel de Física de 1936, Peter Debye, estuvo en el centro de una disputa hace una década cuando fue acusado de haber colaborado con los nazis durante sus años de investigación en la Alemania de la preguerra y le acusaron de ser antisemita.

Incluso cuando es notorio que algunos grandes científicos fueron demasiado lejos, se les justifica alegando que eran “excéntricos” o “francos” o se evoca la imagen romántica del genio “problemático”. Al final, su prestigio termina eclipsando su comportamiento.

Cuando en 2007 se canceló el discurso que tenía que pronunciar James Watson en el Museo de la Ciencia de Londres después de que hiciera unos comentarios racistas, Richard Dawkins protestó contra “la persecución de uno de los científicos más distinguidos de nuestro tiempo, por parte de lo que sólo puede describirse como una 'policía del pensamiento' antiliberal e intolerante”.

No estamos dispuestos aceptar el hecho de que las grandes ideas pueden proceder de personas horribles, como los físicos Philipp Lenard y Johannes Stark, firmes defensores del nazismo y ganadores del Premio Nobel. Cuando ambos se dedicaron a lanzar ataques antisemitas contra Einstein y sus “teorías judías en torno a la física” en los años veinte del siglo pasado, él resistió con gran fortaleza, paciencia e incluso humor. Sin embargo, la actitud que mostró ante esa situación no le convierte en un santo.

Traducido por Emma Reverter

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