No terminaba de entender de dónde me venía aquella repentina sensación de incomodidad. De pie en una repleta plaza de Lisboa, veía junto a miles de personas la final de Eurovisión en una pantalla gigante justo antes de que dieran las doce de la noche del sábado.
Los resultados del concurso iban llegando poco a poco. Yo me había pasado la semana anterior junto a SuRie, la concursante británica, y en un primer momento pensé que mi sensación tenía que ver con lo mal que me sentía por ella: venía de sufrir una racha de bajas puntuaciones y un hombre se había subido al escenario durante la actuación. Pero cuando Netta, la concursante israelí, subió alegre y victoriosa al escenario miré a mi alrededor. De repente, las banderas israelíes que ondeaban en torno a mí adquirieron un tono siniestro.
Eurovisión se celebra tradicionalmente en el país que ganó el año anterior. Cuando Netta pronunció su breve discurso de aceptación, dejó claro dónde sería: “El próximo año, en Jerusalén”. No importa si fue un comentario espontáneo o una decisión del alto mando que ella comunicó al mundo. Pese a que Tel Aviv es la capital cultural del país y una ciudad queer-friendly, será en la dividida ciudad de Jerusalén donde se celebrará Eurovisión en 2019.
Visto desde el Yom Yerushalayim (Día de Jerusalén), no parece que haya sido un accidente. Este polémico día del calendario israelí marca la fecha en que toda la ciudad de Jerusalén fue sometida al dominio de Israel. Para muchos, marca la continuación de la ocupación del territorio palestino. Ahora será la ciudad donde se celebre la mayor competición de música en directo del mundo: hace parecer un poco más oscuro al alegre acontecimiento.
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, no tardó en asociar su nombre a la victoria: “Ya saben lo que decimos: aquellos que no querían a Jerusalén en #Eurovisión van a tener a Eurovisión en Jerusalén”, tuiteó, en una serie de declaraciones por la red social en la que también elogio a Trump y celebró el polémico traslado de la embajada de EEUU desde Tel Aviv hasta Jerusalén el lunes. Todo mientras su Gobierno seguía supervisando el destierro de palestinos de sus hogares en Jerusalén.
En la semana que pasé en Lisboa inmerso en la cultura de Eurovisión escuché repetir una y otra vez la misma idea al equipo organizador, a los aficionados y a los artistas de cada país: en Eurovisión lo importante es la unidad. “No es un lugar para causar divisiones con la política” era la frase.
Pero guste o no a los organizadores, Eurovisión tendrá un carácter político si se celebra en Jerusalén el próximo año. Netanyahu ya se ha asegurado de que así sea. Durante la actuación rusa del sábado hubo multitud de abucheos en el anfiteatro de Eurovisión. El desagradable crescendo se hizo aún más evidente a medida que las puntuaciones del equipo de Moscú se retransmitían en directo. Tal indignación también debería hacerse notar el próximo año: las vidas LGBTQ+ no son más valiosas que las de otras minorías oprimidas.
¿Seremos también sometidos a una dosis de lavado rosa para distraernos de la opresión que rutinariamente ejerce el Estado israelí? Tal vez Israel tenga un mejor historial que algunos de los países vecinos en cuanto a los derechos de personas LGBTQ+ (las personas lesbianas y gays pueden ser reclutadas en las Fuerzas Armadas, aunque todavía no hay matrimonios entre personas del mismo sexo), pero eso no niega los abusos de los derechos humanos que el Gobierno comete regularmente.
Muchos fans de Eurovisión se refieren cariñosamente al concurso como la “Navidad Gay”, pero si alguien hace una peregrinación a la Tierra Santa el año que viene, hará falta un esfuerzo colectivo para asegurar que no se apropien de la notoria presencia de la comunidad LGBTQ+.
Mientras el mundo sigue atento a la lluvia de balas sobre Gaza, los que reservan vuelos para viajar a la entrega de premios de Eurovisión 2019 también deberían considerar cómo afectará materialmente el concurso a los palestinos. Una y otra vez vemos cómo se les castiga, con las Fuerzas de Defensa de Israel dispuestas a hacer gala de su letal poderío militar en días considerados importantes, o cuando hay protestas palestinas programadas.
En la mayoría de los países europeos donde hay focos de disidencia y protesta, cuando hay actos internacionales se espera –con razón– que los derechos humanos básicos de los activistas serán respetados. El lunes murieron 58 palestinos por manifestarse y sin duda se organizarán más protestas para coincidir con Eurovisión 2019.
Para ser sincero, me sentí incómodo en Eurovisión en general: las banderas y el patriotismo profundo no son lo mío, ni siquiera cuando están rodeados por un ambiente de acampada y de pegadizas canciones pop. En Jerusalén 2019 estos símbolos tendrán un peso aún mayor. Los 180 millones de espectadores que verán los clips promocionales de propaganda turística entre actuación y actuación se salvarán sin duda de las imágenes de la represión en Jerusalén Este y Gaza.
Eurovisión es, en última instancia, unidad y cooperación. Si el año que viene esto no se extiende a los palestinos de Israel y los territorios palestinos, entonces los que amamos esta celebración anual tendremos que expresar nuestro descontento.
Traducido por Francisco de Zárate