El atentado bomba del miércoles contra un convoy militar en Ankara fue el quinto en suelo turco en menos de un año. Esto supone un nivel de conflicto sin precedentes en un país que hace tiempo destacaba por su relativa tranquilidad en comparación con sus políticamente tumultuosos vecinos.
Al igual que otros muchos países, Turquía está teniendo dificultades para afrontar los problemas de seguridad que emanan de la guerra al otro lado de la frontera siria, un conflicto sangriento e internacionalizado que dura ya cinco años. Pero el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que gobierna en Turquía, también tiene su responsabilidad: ha consentido con imprudencia a los grupos yihadistas que entran a Siria a través de sus fronteras y establecen su presencia en Turquía con el fin de armar y financiar su campaña para derrocar al régimen de Asad.
Los atentados en Turquía durante el último año, incluidos aquellos dirigidos directamente contra civiles, han sido atribuidos a grupos yihadistas como el Estado Islámico. Entre otros grupos yihadistas que han surgido últimamente y crecido bajo el apoyo turco están Ahrar Al Sham y Jabhat Al Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria.
Sin embargo, el Gobierno turco ya ha achacado el atentado del miércoles a los kurdos del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) o a su aliado en Siria, el Partido de la Unión Democrática (PYD). Ambos han negado estar implicados.
Tras un alto el fuego de dos años, el conflicto entre Turquía y el PKK se ha renovado durante el último año, lo cual ha generado destrucción en numerosos pueblos y ciudades del sudeste del país, dominado por los kurdos. Incluso si la opinión del Gobierno sobre los atentados del miércoles es cierta, el camino hacia una solución se vuelve mucho más claro.
Turquía y su población están familiarizadas con el PKK. Se ha enfrentado al Estado turco durante los últimos 40 años, al principio a favor de un Estado turco. Ahora aspira a la integración de los 20 millones de kurdos oprimidos del país a través de más derechos políticos y culturales. El PKK tiene miembros y simpatizantes entre las ONG, los profesores, los sindicatos, las organizaciones de base y otros sectores de la sociedad civil.
Ni a la población turca ni al presidente del país, Recep Tayyip Erdogan, se les escapa esa realidad. Erdogan ha defendido que no se puede derrotar al PKK por la fuerza militar y ha propuesto negociaciones y un acuerdo duradero con el grupo.
Turquía también puede sobrellevar el ascenso del PYD en Siria. Ese partido ha aflorado como el gobierno de facto de la región kurda de Siria en el noreste y parece listo para seguir en ese puesto a largo plazo, de forma bastante similar a cómo los kurdos iraquíes han desarrollado su región autónoma durante los últimos 20 años.
Ahora Turquía tiene una relación cercana con los kurdos iraquíes, basada en los intereses estratégicos y comerciales mutuos, a pesar de sus reticencias iniciales a reconocer al Gobierno Regional del Kurdistán iraquí. Puede que a Turquía no le quede otra que hacer lo mismo con los kurdos sirios, que llevan tratando de implantar medidas para construir un Estado desde 2012. Es poco probable que la situación sobre el terreno cambie, especialmente porque los kurdos de Siria cuentan con el apoyo tanto de Estados Unidos como de Rusia, que ha incrementado su implicación militar en Siria y podría repeler cualquier avance turco.
Estados Unidos ha dejado claro de qué lado está respecto al PKK y el PYD: ahora reconoce a ambos grupos como socios fundamentales en la guerra contra el ISIS. Cuando Erdogan le pidió la semana pasada que eligiera entre Turquía y el PYD, Estados Unidos dejó claro que su alianza con el PYD no era negociable.
Occidente, especialmente Estados Unidos, debe asumir algo de responsabilidad por el conflicto renovado entre Turquía y el PKK. No ha conseguido jugar un papel más proactivo en el alivio de las tensiones entre sus dos aliados, y tendrá que intermediar en un proceso de paz si quiere que el PKK y el PYD sigan centrados en el ISIS.
Erdogan también tiene en mente objetivos que emeporarán las tensiones a costa de la población turca. No tiene anhelos de paz mientras aspira a mayores poderes presidenciales por medio de un referéndum que ha propuesto. Espera que el conflicto con el PKK atraiga el voto nacionalista y le dé el apoyo que necesita. Los aliados de Turquía, como Estados Unidos, tienen que cumplir con su parte para evitar que Erdogan siga por ese camino.
El presidente turco está cada vez más aislado. Tendrá que elegir entre la paz con los kurdos, por un lado, y sus ambiciones personales y su costosa política de apoyar a los yihadistas en Siria, por otro. Es probable que ambas perjudiquen a largo plazo a Turquía mucho más de lo que puede hacerlo el PKK.
Traducido por: Jaime Sevilla