Durante meses, a Rose le obligaron a trabajar desde el alba hasta el anochecer, sin salario y bajo la amenaza de recibir una paliza si cometía el mínimo error. Ahora, vive en un refugio para víctimas de trata escondido en un callejón de las afueras de la ciudad de Zanzíbar. Esta niña de trece años tiembla cuando recuerda su experiencia como trabajadora doméstica de una familia rica.
Su recuerdo más vívido es el olor fétido de una pequeña letrina situada fuera de la casa donde la encerraron durante más de 11 horas.
“Estaba fregando los platos pero se hizo oscuro y me fui a dormir sin haber acabado”, explica: “A la mañana siguiente, me despertaron muy temprano y me pegaron. Me encerraron en ese cuarto desde las cinco de la madrugada hasta las cuatro de la tarde y fue entonces cuando me echaron de la casa”.
Para los trabajadores domésticos menores de edad, la vida es un juego de azar. La encuesta nacional más reciente sobre trabajo infantil calcula que unas 110.911 niñas trabajan como criadas. Las que tienen la suerte de ir a parar a casas decentes, reciben una educación, un trabajo en la ciudad y pueden ayudar a sus familias. Sin embargo, para muchas otras es el inicio de una vida de explotación, miedo y aislamiento. Según el Departamento de Estado estadounidense, la trata de niñas para el servicio doméstico constituye el principal problema de trata humana de Tanzania.
Rose, que creció en el territorio continental de Tanzania, fue captada por unos reclutadores cuya principal estrategia consiste en poner de relieve la riqueza y el lujo de Zanzíbar para convencer a los padres de menores que los envíen allí para hacer trabajos domésticos.
Engañan a sus padres
Con sus aguas cristalinas y sus playas de arena blanca, Zanzíbar atrae anualmente a cientos de miles de turistas. Con ellos va unida la promesa de las oportunidades económicas. “A los que viven en las zonas rurales del territorio continental del país, les parece una tierra de riquezas”, indica Aisha Iddi, gestora del programa ActionAid Zanzíbar.
“Zanzíbar es un lugar turístico”, explica: “hay hoteles, atracciones y dinero, así que los padres creen que si sus hijas van a la isla, todo será fantástico”.
Un agente fue a visitar a la familia de Rose en su pueblo y les prometió que viviría con una buena familia, tendría un salario decente e iría a la escuela.
“Los agentes les dicen que los patronos tratarán a las niñas como hijas, pero cuando las niñas llegan a las casas, la realidad es otra”, indica Aisha al Ibrahim, coordinadora de un refugio en Zanzíbar para menores que han hecho trabajos domésticos. “No van a la escuela. No tienen un salario. No tienen amigos. Los tratan como esclavos”.
En mayo, después de que una familia llegara a un acuerdo con el reclutador, llevaron a Rose a casa de sus patrones. Pronto se percató de que nadie la iba a ayudar.
“Quería venir porque pensé que conocería otro sitio, quería ver el mar”, explica Rose: “Me hicieron muchas promesas y me dijeron que no tendría que trabajar mucho pero [la primera mañana] me despertaron muy pronto y me pegaron”.
En el siglo XIX, Zanzíbar era el principal puerto de comercio de esclavos de la región africana de los Grandes Lagos. Por el puerto pasaron anualmente más de 50.000 esclavos que iban a la península arábiga, India y a otras partes del mundo. En la actualidad, la trata para el servicio doméstico es un negocio floreciente.
“Están a su merced”
“Muchas familias prefieren contratar a trabajadores domésticos de Tanzania continental porque no quieren hacer trabajar a las niñas de aquí”, indica Iddi: “No todas las familias tratan a los menores como si fueran esclavos, pero muchas lo hacen porque estos niños están en una situación de gran vulnerabilidad. Están completamente a su merced”.
Los abusos que sufren los niños en Tanzania se repiten a lo largo y ancho del planeta. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que en el mundo más de 17 millones de niños de entre cinco y diecisiete años hacen trabajos domésticos en sus propias casas o en casas de terceros. Un tercio de estos menores se encuentran atrapados en lo que la OIT considera trabajos peligrosos, están expuestos a la violencia y a abusos, trabajan en exceso y no tienen acceso a una educación o a cuidados médicos.
Rachel, de 14 años, fue golpeada y obligada a trabajar 16 horas diarias y sin sueldo para una familia de la ciudad de Zanzíbar. Cocinaba para ellos, les lavaba la ropa y cuidaba a los niños. El padre de familia la violó en numerosas ocasiones.
“[Mi jefe] me preguntó, ‘¿No me quieres? Ven y siéntate en mi regazo”, explica Rachel. “Entonces me llevó a una habitación que tenía un colchón en el suelo. Vio que estábamos solos y cerró la puerta con llave. Me tumbó en el suelo y dijo: ‘No tengas miedo. No soy tu padre”.
Tras sufrir abusos físicos y sexuales durante prácticamente un año, Rachel consiguió escapar cuando convenció a un conductor de autobús de que la llevara hasta el pueblo de Matemwe y consiguió llegar hasta la comisaría. Ahora está recibiendo cuidados en un refugio.
“Nos llegan muchos casos de niños de Tanzania continental, niños pequeños que son violados por sus patronos”, explica un agente que trabaja en la unidad de protección de menores de Zanzíbar: “No sabemos quiénes son los intermediarios que llevan a los niños hasta aquí, pero es un problema grave”.
En la última edición del informe sobre trata de personas, publicado en 2017, el Departamento de Estado de Estados Unidos señaló que si bien Tanzania no cumple plenamente con las normas mínimas para la eliminación de la trata de personas “está haciendo esfuerzos considerables en ese sentido”. El gobierno investigó unos 100 posibles casos de trata en 2016; en comparación con los 12 que había investigado un año antes. Lo cierto es que los niños que intentan escapar de estos abusos solo pueden acudir al refugio de ActionAid , que tiene diez camas, ya que es el único sitio de Zanzíbar que les ofrece protección.
Después de que el patrón de Rose la encerrara en la letrina, una lugareña la ayudó a encontrar la comisaría más cercana y el Departamento de Bienestar Social la envió al refugio. Ahora se prepara para regresar a su casa.
El personal del refugio no cree que la historia de Rose sirva para que otras familias se lo piensen dos veces antes de mandar a sus hijos a Zanzíbar.
“Su familia no sabe lo que le ha pasado”, indica al Ibrahim: “e incluso si comparte su historia con sus amigos y les dice que no vayan a Zanzíbar porque no les espera un trabajo real, no le creerán”.
Traducido por Emma Reverter