La expulsión de Liz Cheney muestra que la “gran mentira” del fraude electoral se ha convertido en la religión del Partido Republicano
La plaza Lafayette, ubicada justo frente a la Casa Blanca en la ciudad de Washington, ha reabierto esta semana y ya se ven parejas paseando, turistas y niños corriendo a toda prisa. Tras casi un año cercada por vallas de metal de dos metros y medio de altura, esta es otra señal de que la vida en Estados Unidos está volviendo a la normalidad.
Pero todavía existe el peligro. Durante más de tres meses, para muchas personas ha sido tentador pensar que con Joe Biden en la Casa Blanca y Donald Trump excluido de Twitter la democracia sobrevivió a su experiencia cercana a la muerte, se recuperó y ya salió del hospital. Pero la expulsión de Liz Cheney del liderazgo del Partido Republicano demuestra que la posibilidad de una recaída es muy real.
A Cheney, la número tres del partido republicano en la Cámara de Representantes, la han echado por negarse a apoyar la “gran mentira” de Trump, es decir, su falsa acusación de fraude en las elecciones presidenciales.
“No voy a quedarme sentada y callada mientras otros llevan a nuestro partido por un camino que lo aleja del Estado de derecho y se unen a la cruzada del expresidente por socavar la democracia”, dijo Cheney el martes por la noche.
Improbable Juana de Arco
Cheney es una improbable Juana de Arco. Su padre, Dick, fue vicepresidente durante el Gobierno de George W. Bush y uno de los cerebros detrás de “la guerra contra el terror”, incluidas las torturas. Maureen Dowd, columnista del New York Times, dice que la gran mentira de Dick Cheney sobre las armas de destrucción masiva en Irak, defendida a capa y espada por Liz, “creó la plantilla para la gran mentira de Trump”.
Pero aunque la mensajera puede tener defectos, el mensaje es irrefutable: la Constitución, el Estado de Derecho y la adhesión a una realidad basada en hechos comprobados estarán en peligro mientras uno de los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos siga el camino de la deshonestidad.
Los republicanos podrían haber visto la luz, exorcizado a Trump y vuelto a apoyar los principios de la legalidad. El letal ataque del 6 de enero al Capitolio incluso podría haber servido como pista de despegue.
Aquel día, el senador Lindsey Graham declaró: “Trump y yo hemos pasado muchas cosas juntos. Odio que terminemos así… Solo puedo decir que no contéis conmigo. Ya es suficiente”. Luego, Kevin McCarthy, líder de la minoría republicana de la Cámara de Representantes, dijo que Trump era “responsable” por el ataque. Parecía que al fin le estaba bajando la fiebre al partido.
Sin embargo, ahora McCarthy ha sido el artífice de la caída de Cheney, alegando que la unidad del partido es fundamental, mientras que Graham les ofreció a sus donantes jugar un partido de golf con él y Trump como premio.
El Partido Republicano no abandona las mentiras de Trump
Siempre fueron exagerados los rumores de una guerra civil dentro del Partido Republicano, producto de un deseo o de un periodismo inquieto en búsqueda de un nuevo ángulo. El martes se publicó que más de 100 republicanos, incluidos antiguos cargos electos, estaban amenazando con separarse y fundar un tercer partido, señal de que la batalla por la nave nodriza se había perdido.
La expulsión de Cheney erradica cualquier duda. Los republicanos no creen que puedan ganar las elecciones de mitad de legislatura del próximo año sin Trump. McCarthy piensa que el movimiento Make America Great Again le ayudará a recuperar la mayoría en la Cámara de Representantes.
Y puede que lleve razón. Es muy probable que la reconfiguración de distritos afecte a la estrecha mayoría de los demócratas e históricamente las tendencias suelen favorecer al partido que no está en el Gobierno, así que los republicanos tienen grandes posibilidades de recuperar la Cámara de Representantes, incluso si la economía está mejorando durante al Gobierno de Biden.
Tara Setmayer, analista política y exdirectora de comunicación del Partido Republicano, dice: “Los republicanos tienen el viento a favor para recuperar la Cámara de Representantes, así que están complaciendo a sus seguidores más furibundos. Esta es la gente que le presta atención a las elecciones de mitad de mandato. Es un juego de números y están muy cerca de volver a controlar la Cámara de Representantes”.
Y aquí las cosas se ponen peligrosas de verdad. Si Trump es la nueva iglesia donde todos deben acudir a rezar, la “gran mentira” del fraude electoral es la nueva religión que todos deben recitar, ya sea con fervor evangélico o al menos asistiendo a misa los domingos.
La posible sustituta de Cheney, Elise Stefanik, es en realidad más moderada (con una calificación de la Unión Conservadora Americana de solo 43,64, comparada con la calificación de Cheney de 78,03), pero aparentemente lo único que importa es su negativa a condenar “la gran mentira”.
“Así, los parlamentos estatales bajo control republicano seguirán haciendo falsas denuncias de fraude para justificar nuevas restricciones al derecho a voto que afectan de forma desproporcionada a las personas negras. Y cuando lleguen las próximas elecciones presidenciales, habrá que ver si una Cámara de Representantes bajo el control del Partido Republicano certifica el triunfo de un presidente demócrata. Lo que fue una salvación por un pelo en 2020 se convertiría en una crisis en toda regla en 2024.
Eugene Robinson, columnista del Washington Post, advierte: “La mayor amenaza al futuro de nuestro país no es la COVID-19 ni el ascenso de China, ni siquiera el desafío existencial del cambio climático. Es el intento del Partido Republicano de hacerse con el poder ofreciendo a los votantes la tentadora alternativa de rechazar la lógica elemental y los hechos que no resultan convenientes”.
Es fácil pensar que Trump fue una anomalía y que Biden representa la norma democrática que funciona en piloto automático. ¿Pero qué pasa si la anomalía es Biden, y solo estamos retrasando el descenso del país hacia la autocracia? La expulsión de Cheney nos recuerda que aunque Biden haya ganado su “batalla por el alma de Estados Unidos”, la guerra no acaba nunca. El enemigo es la complacencia y la vigilancia, fundamental.
Traducido por Lucía Balducci
10