Cuando leí las revelaciones de que trabajadores de Oxfam pagaron por sexo en Haití, quizás a niñas menores de edad, mientras el país intentaba recuperarse de un terremoto, no me sorprendí en absoluto. Tampoco me sorprendí cuando se supo que el hecho había sido encubierto, ni cuando luego salieron a la luz acusaciones de abuso sexual, acoso e intimidación en el sector del trabajo humanitario. Que quede claro: estas noticias son horrorosas, pero la mayoría de las personas que trabajan en este sector al menos han oído rumores sobre este tipo de comportamiento.
Fui más de 15 años trabajadora humanitaria especializada en comunicación para diferentes organizaciones, incluida Oxfam, donde trabajé durante cinco años como especialista en comunicaciones de emergencias y coordinadora de medios. Mi trabajo me llevó a Haití, Siria, Líbano, Bangladesh, Tayikistán y Jordania. Tuve el privilegio de conocer personas increíbles y trabajé con gente brillante y otros no tan brillantes.
Predominaba una cultura de acoso, en la que las mujeres a menudo eran menospreciadas y el racismo era habitual. Y no solo en Oxfam. Esto sucedía en muchas de las organizaciones en las que trabajé. Cada vez que alcé la voz sobre un problema, yo me convertí en el problema.
Cuando hablé oficialmente con la oficina de Recursos Humanos de Oxfam y de otras agencias sobre mis experiencias, no hicieron nada. Con los años, aprendí cuán similares son las culturas dentro de este tipo de organizaciones. Existe una suerte de “puerta giratoria” entre muchas de las agencias, de forma que los hombres que han sido marcados como “no amables” por las mujeres van pasando de una agencia a otra.
No es casualidad que la ONG más grande del Reino Unido esté dominada por hombres blancos y algunas mujeres blancas en puestos directivos. Las mujeres la han descrito como una cultura “masculina”.
Y no lo digo solo yo. En el último año he estado en contacto con mujeres que trabajan en instituciones de trabajo humanitario que me han contado que sufrieron acoso sexual. Contacté mujeres del sector como cofundadora de Política Exterior Feminista Interseccional, una plataforma que lucha por la creación de una política exterior que no perjudique a las mujeres y niñas de todo el mundo. Esto incluye crímenes cometidos por fuerzas de paz de la ONU y trabajadores humanitarios acusados de explotación sexual y abuso a mujeres y niñas vulnerables.
La cultura del silencio es muy fuerte y se ponen en juego los temores habituales que impiden a las mujeres alzar la voz (por ejemplo, los que han filtrado información de la ONU en Haití han recibido amenazas). Pero, además, en el trabajo humanitario existe un estigma añadido. Existe el temor de que si decimos la verdad, el daño a la reputación de la agencia beneficiará a parte de la prensa y de la política que quiere reformar el sector.
El mensaje para los directores y miembros de las juntas directivas de las organizaciones de trabajo humanitario es claro: no disparéis a los mensajeros. Asumid la responsabilidad de lo que haya sucedido y seguid haciéndolo, e intentad transformar una industria que necesita cambiar urgentemente si quiere erradicar de raíz las causas de estos problemas endémicos.
Gracias a los valientes que alzan la voz y a aquellos que se han enfrentado a Oxfam, muchos de ellos mujeres, se han abierto las puertas. Será imposible a partir de ahora impedir que salga a la luz información de otras organizaciones sobre las sombrías y perjudiciales culturas que han permitido que potencial actividad criminal, explotación sexual, acoso y otros comportamientos espeluznantes existan. Y no solo eso, sino que estos delitos se han premiado ascendiendo a aquellos que los llevaban a cabo. Al menos hemos visto una dimisión, y podríamos ver otras.
Desde que se hicieron públicas las revelaciones sobre Oxfam, me han contactado aún más mujeres que están comenzando a liberar su silenciosa y contenida furia. Casi todas las mujeres del sector con las que hablo no quieren dar a conocer su identidad por miedo a que eso afecte a sus carreras o para no ser acusadas de promover una guerra contra el sector humanitario, ya que cada vez más gente reclama que se cancelen donaciones a organizaciones del Reino Unido.
Claramente, esta no es la respuesta, ya que el sector realiza un trabajo muy importante. Pero es necesario que una organización independiente con financiación apropiada investigue las acusaciones de acoso y abuso sexual. Las agencias humanitarias no deben llevar a cabo sus propias investigaciones. Las mujeres necesitan saber que se les creerá y que no serán culpadas por los problemas que genera un puñado de privilegiados.
Traducido por Lucía Balducci