Cuando encienda la televisión esta noche, imagínese que las noticias que ve están interpretadas por actores. Alguien que se parece a Boris Johnson grita furioso a su prometida, Carrie Symonds; Dominic Cummings vomita en una lata; y alguien manda a la mierda a la reina de Inglaterra. Tras emitir estas escenas, la BBC manda un comunicado aclarando que están “basadas en hechos reales”, y que espera que nos hayan gustado.
La serie The Crown, sobre la familia real británica, ha recibido elogios por su actuación y críticas por sus inexactitudes; estas últimas normalmente dejan en mal lugar a personas vivas o que han fallecido recientemente. En la nueva temporada, el contenido inventado u ofensivo parece haber ido a más. El guionista, Peter Morgan, reconoce que “a veces tienes que renunciar a la precisión, pero nunca a la verdad”.
La distinción entre precisión y verdad suena peligrosa. La interpretación que hizo Helen Mirren de Isabel II en la película La Reina (2006) fue poco halagadora, pero una recreación plausible de lo que sucedió cuando falleció Diana de Gales (en un accidente de automóvil en París). En cambio, la interpretación de la actriz Olivia Colman, que parodia a una reina con cara de pocos amigos en la serie de Netflix, nos deja con la duda de qué partes son verdad y cuáles, inventadas. Se ha falseado la historia. Las palabras y las acciones de los personajes se adaptan a una trama que podría haber sido escrita por los más fieles defensores de Diana.
El historiador Hugo Vickers ha detectado y explicado en detalle ocho hechos inventados de la nueva temporada. Todos ellos caricaturizan desde el peor ángulo posible a la familia real británica. Son los siguientes:
- Lord Mountbatten escribió una carta al príncipe Carlos el día antes de su muerte (en un atentado del IRA)
- La familia real británica puso trampas de protocolo para humillar a Margaret Thatcher durante una visita a Balmoral.
- La princesa Margarita ridiculizó a la princesa Diana por no ser capaz de hacer una reverencia.
- El príncipe Carlos llamó a Camilla Parker Bowles a diario durante sus primeros años de casado.
- La princesa Diana tuvo un berrinche en un viaje oficial a Australia y obligó a cambiar los planes.
- La princesa Margarita visitó a dos primos de la reina que fueron internados en un “manicomio del estado” con el objetivo de evitar que fueran una vergüenza para la monarquía.
- La reina es la responsable de haber filtrado una visión de Thatcher como persona “insensible”.
- En varias ocasiones se mostró a la reina mal vestida para la ceremonia del desfile del estandarte (en inglés, Trooping the Colour).
Están a la par con las “revelaciones” de temporadas anteriores. En una de ellas, por ejemplo, se implica al príncipe Felipe de Edimburgo con el caso Profumo (un escándalo sexual que implicó al entonces ministro de Guerra) y en otra se insinúa una infidelidad. Sin lugar a dudas la intención es sorprender a los espectadores, que darían por sentado que todo esto pasó.
La familia real sabe defenderse y normalmente lo hace. No estoy seguro de que el rigor histórico pueda defenderse, especialmente en lo relativo a la historia contemporánea. La validez de series basadas en “hechos reales” solo se puede fundamentar en la veracidad de su contenido. Tenemos que asumir que se ajustan a lo que pasó en realidad, de lo contrario ¿por qué estamos perdiendo el tiempo?
La falsedad histórica es realidad secuestrada como propaganda. Como Morgan insinúa, su serie puede no ser exacta, pero su propósito es compartir una verdad más profunda con su audiencia: que la familia real tuvo un comportamiento terrible con Diana, y fueron a por ella. ¿Nos dirán más adelante que fueron ellos quienes la mataron? ¿Harán como Oliver Stone, que se inventó las circunstancias en torno al asesinato del presidente Kennedy en la película JFK?
Todos sabemos que Shakespeare se tomó un margen de libertad artística cuando escribía sobre hechos históricos. Todavía hay historiadores que luchan por corregir estas imprecisiones. Ricardo III es un claro ejemplo de ello. La mayoría de novelistas históricos se esfuerzan por verificar su versión de los hechos, como Hilary Mantel. Así lo hizo Tolstoi, en Guerra y Paz. Entendemos que en el caso de la historia remota el tiempo termina poniendo las cosas en su lugar.
En el caso de la historia moderna, la situación es diferente. Está demasiado cerca de lo que debería ser tierra sagrada; ser testigo de los acontecimientos que pasan. No puede haber una verdad para los historiadores y periodistas, que en realidad son los aprendices de los primeros, y otra verdad llamada licencia artística.
Cuando a millones de espectadores se les dice que tanto Diana como Thatcher fueron humilladas por la familia real en Balmoral, no deberíamos tener que depender de alguien como Vickers para aclarar que esto es una invención. La aclaración pasará inadvertida para millones de telespectadores.
La mentirijilla es mucho más divertida. Irónicamente, en este caso es innecesaria, ya que como demostró Mirren son muchas las ocasiones en las que los miembros de la familia real británica no han obrado bien. Morgan podría haber defendido su punto de vista desde la verdad.
A lo largo de los años, se han ido aprobando leyes que protegen la intimidad de las personas, o las protegen de la difamación y las calumnias, para evitar una mayor intromisión o control en la esfera privada. Son muchos los que están a favor de estas normas y muchos las reivindican. La serie The Crown se ha tomado un margen de libertad porque confía en la conocida y prudente costumbre de la realeza de no recurrir a los tribunales. Es una licencia artística en su forma más cobarde y trivial.
La historia falsa es una noticia falsa consolidada. Sin embargo, para la legión de ciberguerreros del mundo, la falsificación es el hacking legítimo. Para los trolls y tejedores de mentiras, para los teóricos de la conspiración de izquierdas y los movimientos antivacunas de derechas, es una represalia contra el poder.
Para los productores de series de televisión que consideran que los hechos reales no tienen suficiente colorido, ni son suficientemente condenatorios, la historia falsa tiene la carta ganadora: la licencia artística.
Cuando llegue el gran nuevo amanecer de la regulación de las redes sociales, alguien construirá una estructura de vigilancia y mediación de acceso a las pantallas del mundo. Que dios nos libre del equivalente a una junta de censores de cine, pero debe haber cierta regulación. Todo lo que necesitamos es un simple icono en la esquina superior de la pantalla: F de ficción.
Traducido por Emma Reverter