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De familia ultraconservadora, madre de siete hijos y ahora activista a favor del derecho al aborto en Misisipi

Emine Saner

15 de mayo de 2022 22:26 h

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Cuando Laurie Bertram Roberts tenía 17 años, los médicos de un hospital la mandaron a casa y casi se desangró. Embarazada y con una hemorragia, había acudido dos veces al servicio de urgencias del hospital más cercano, en Indiana, en el Medio Oeste de Estados Unidos. Los médicos le indicaron que sufría un aborto espontáneo pero como un escáner mostró que el feto aún tenía latido, también le dijeron que no podían hacer nada. Necesitaba un aborto para interrumpir un embarazo que no era viable pero el hospital era católico y no se lo proporcionó. “Estaba en sus manos ayudarme, sangraba mucho, con un dolor tremendo. En lugar de eso, enviaron a mi yo de 17 años, una adolescente asustada y madre de dos hijos, a casa”.

Cuando regresó a casa, Bertram Roberts se derrumbó. Cierra los ojos, visualizando la escena. “Recuerdo lo que se siente al pensar que te estás muriendo. Tumbada en el suelo, en la cocina de la casa de mi madre, me desmayé”. La llevaron al hospital para someterla a la intervención de urgencia que le podrían haber practicado antes.

Ya tenía gemelos, pues se quedó embarazada y se casó a los 16 años (aunque el matrimonio no duró). A los 25 años, Bertram Roberts, que ahora tiene 44 años, ya tenía siete hijos. Había querido interrumpir uno de esos embarazos por motivos de salud. Se había quedado embarazada poco después de su último parto, y era una madre soltera que vivía en la pobreza. Parecía imposible tener otro bebé, pero cuando llegó a la clínica se dio cuenta de que no podía pagar el aborto.

“No me ayudaron y acabé en avanzado estado de gestación. Es una experiencia muy traumática, aunque quiero a mi hijo... en mi caso acepté que no tenía más remedio que seguir con el embarazo, pero no todo el mundo lo hace. Fui afortunada: mi madre y mi abuela me ayudaron. Gracias a ellas logré salir adelante. No puedo imaginar cómo habría sido mi vida sin ese apoyo”. Estas dos experiencias, necesitar o querer un aborto, pero no poder tenerlo, hicieron que Bertram Roberts se sumara a la defensa de los derechos reproductivos, y que se hiciera activista.

Criminalización del aborto

Es una activista nata. A los 11 años lideró una campaña en su escuela para que despidieran a un conserje que la acosaba.

Bertram Roberts, que se identifica como mujer no binaria, es directora ejecutiva de Yellowhammer Fund, una organización con sede en Alabama que ofrece atención al aborto y hace campaña por la justicia reproductiva. Cuando hablamos por Zoom, Bertram Roberts -cariñosa, divertida, la persona que querrías que te sacara de una situación difícil- está en su casa de Tuscaloosa, con un póster de Wonder Woman justo detrás de ella. La anterior organización que fundó y en la que sigue participando, el Mississippi Reproductive Freedom Fund (MRFF), está ahora dirigida por dos de sus hijas.

Explica que desde que se filtró el borrador del dictamen que anularía la sentencia de Roe contra Wade (el caso de 1973 por el cual el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictaminó que el derecho de las mujeres a abortar queda amparado en todo el país por la Constitución de Estados Unidos), no ha podido dormir “pero antes de esto, ya me costaba conciliar el sueño”.

En los estados en los que ha vivido y trabajado, el acceso al aborto siempre ha sido frágil, y cada vez más limitado. Misisipi tiene una “ley gatillo”, lo que significa que el aborto estará prohibido si, como parece probable, se anula el caso Roe contra Wade. Es casi seguro que también será ilegal en Alabama, así como en los estados vecinos, lo que significa que las opciones para las mujeres, incluso si pueden permitirse viajar, serán extremadamente limitadas. Afectará desproporcionadamente a las mujeres de color, que representaron casi el 67% de los abortos en Alabama en 2019, y a las que viven por debajo del nivel de pobreza, que serán más propensas a autogestionar el aborto con pastillas ante el riesgo de que las descubran, “y la criminalización va a recaer desproporcionadamente en las mujeres negras y marrones, porque siempre es así.” El parto forzado, dice Bertram Roberts, “va a matar a mujeres. No se puede obligar a las mujeres a no interrumpir un embarazo y luego no esperar que la gente muera, cuando es más arriesgado dar a luz que abortar. Y eso es solo en general, ni siquiera es específico para las mujeres negras”.

Yellowhammer y MRFF han proporcionado a las mujeres dinero para pagar no solo el aborto en sí (desde 2020, Yellowhammer tiene su propia clínica, pero ambos fondos permiten a las mujeres acceder a clínicas a través de las fronteras estatales), sino también el viaje, los gastos de cuidado de los niños y la comida. Bertram Roberts considera que la justicia reproductiva lo abarca todo: no sólo proporcionar acceso al aborto y a la anticoncepción, sino apoyar a las familias para que cuiden de los hijos que ya tienen. “También estamos trabajando en torno al aborto autogestionado, asegurándonos de que la gente sabe cómo utilizar las píldoras de forma segura”.

Criada religiosa y antibortista

Bertram Roberts fue criada como cristiana fundamentalista y creció creyendo que el aborto era pecado. De niña, acudía a “muchos actos contra el aborto. Me decían que era una superviviente del 'holocausto posterior a la sentencia Roe'”. Con una sonrisa sombría en el rostro explica que le decían “que debería estar muy agradecida de que mi madre blanca decidiera tenerme porque estaba embarazada de un negro”. Con el paso del tiempo se convirtió en madre y esposa adolescente: “Me quedé embarazada una y otra vez, y aprendí que, a diferencia de lo que intentan hacer ver los activistas antiabortistas, son situaciones que tienen matices”.

Siempre ha sido una activista: cuando tenía unos 11 años, lideró una petición en la escuela para que despidieran a un conserje que había estado acosando a los niños. En su veintena, estudió en una Universidad pública local y brilló en sus estudios en un periodo donde tuvo dos hijos más. A los 27 años, consiguió una beca para la Universidad Estatal de Jackson, en Misisipi, y dejó a sus hijos con su madre mientras estudiaba la carrera de Ciencias Políticas. Los llamaba todas las tardes y se pasaba todas las noches haciendo deberes. A partir del tercer año de Universidad pudo vivir con ellos en el campus. 

En la universidad se sumó a las campañas de justicia racial y feministas, y se interesó más por la política. Al ser una estudiante mayor que sus compañeros y madre de siete hijos, las jóvenes universitarias le pedían ayuda si estaban embarazadas y querían abortar. “Cuando la gente necesitaba saber cómo llegar a una clínica o cómo conseguir el dinero, yo era esa persona”. También integró un grupo que luchaba para que la universidad se tomara en serio la violencia doméstica de la que había sido testigo en el campus (antes de la universidad, había sido víctima de violencia de género).

Durante ese periodo, una compañera, Latasha Norman, fue asesinada por su novio. “Podríamos haber hecho una verdadera labor de prevención”, dice Bertram Roberts. “Una de las lecciones que aprendí de esa experiencia es que cada uno es alguien que puede ayudar. Es bueno trabajar en la política y dentro del sistema, pero al mismo tiempo, nos tenemos los unos a los otros. Eso influyó mucho en el trabajo que hago ahora”.

Sin eufemismos

Se involucró más en el derecho al aborto en la época en que Misisipi estaba considerando la “enmienda de la persona”, que, de haber sido aprobada, habría definido la vida como el momento de la concepción, pero que finalmente fue rechazada por los votantes. 

Involucrada en la rama local de la Organización Nacional de Mujeres (NOW, en sus siglas inglés), era la única integrante que salía en televisión para hablar del incendiario tema del aborto. “Muchos de mis compañeros temían perder su trabajo”, dice. Bertram Roberts no podía trabajar por sus problemas crónicos de salud. “A una persona con una discapacidad no la puedes despedir. ¿Qué vas a hacer? ¿Despedirme y que no cuide de mis hijos?”. Divertida y contundente, es una comunicadora natural, y no utiliza eufemismos como “salud reproductiva”. “¡Aborto! Di la palabra, si no muchas veces la gente no sabe de qué estás hablando. Así que eso se convirtió en mi trabajo. Me convertí en la dama del aborto de Misisipi”.

En 2013, ya acompañaba a las mujeres a las clínicas. “¿Cómo era esa experiencia?” Hace una pausa. “No diré que no estaba preparada, porque sabía cómo iban a ser [los manifestantes antiabortistas fuera de las clínicas], pero no creo que esperara que fuera un ataque a mi persona. Era como si me hubieran investigado: sabían cuántos hijos tenía, sabían cuándo los había tenido”.

Sus hijas adolescentes iban con ella y Bertram Roberts recuerda que los manifestantes las llamaban “jezebels” (término usado en la novela y serie homónima El Cuento de la Criada para referirse a las mujeres que son obligadas a prostituirse y son prisioneras en jezebels). “¿Quién hace eso?”, lamenta Roberts. “Se acercaban y decían: '¿Cuántos abortos has tenido para tener tantas ganas de matar niños negros?”. Con una sonrisa irónica en el rostro, Bertram Roberts explica que no estaba “dispuesta a que me dieran lecciones sobre la historia de la comunidad negra”. Le decían que un día sería juzgada “igual que los nazis”.

Ahora recibe correos electrónicos plagados de insultos. Hace unos días recibió un email de alguien que decía que la madre de Roberts debería haber abortado cuando se quedó embarazada de ella. Se ríe y dice: “Un antiabortista que piensa que mi madre debería haber abortado, es inaudito”.

100 llamadas de ayuda a la semana

Bertram Roberts quedaba con mujeres a las que a veces les faltaban unos pocos dólares y a veces más para pagar un aborto, por lo que uno de sus objetivos era conseguir dinero. Al principio, la financiación llegaba a través de NOW, luego en 2015 creó MRFF como una organización independiente. “La iniciativa surgió cuando conocí a mujeres que no tenían para pagar un taxi, que llegaban con hambre. Tenían necesidades enormes”, dice. A veces tenían que viajar durante horas para poder tener acceso a un centro que les practicara un aborto, y las mujeres le decían a Bertram Roberts que tenían comida para el viaje, “pero en realidad lo que quieren decir es que van a comprar una caja de cereales con los cupones de alimentos”.

La reputación del MRFF se fue consolidando. Explica que en un determinado momento recibía 100 llamadas a la semana. “No hay manera de responder a tanta gente, y nos quedamos sin dinero”. Tuvo que cerrar durante unos meses para hacer frente al atasco. Ahora el MRFF recibe unas 20 llamadas a la semana, “y podemos ayudar a la mitad”. Yellowhammer recibe entre 50 y 60 llamadas a la semana.

La mayoría de las mujeres que acceden a los servicios “tienen pocos ingresos o son de clase trabajadora y ya tienen hijos. Entienden la decisión que están tomando. Y algunas simplemente no quieren tener hijos”. Algunas de estas mujeres se habían practicado una intervención para no tener más hijos y ha fallado.

“Mujeres que usaban anticonceptivos y fallaron, mujeres a las que se les negó un método anticonceptivo, jóvenes que son víctimas de un depredador o de un agresor, abuelas que creían haber llegado a la menopausia. Las personas que abortan son como las personas que conoces. Eso es lo que he aprendido desde que me dedico a la atención al aborto”. El aborto es parte de una atención sanitaria reproductiva más amplia. “Nunca se sabe cuándo un embarazo que va según lo previsto se convertirá en un embarazo en el que necesites ayuda para abortar. La chulería que tienen algunas personas de pensar: 'Nunca podría ser yo...' Yo no elegí estar en la tesitura de necesitar un aborto a los 17 años. Era una defensora pro-vida, que no tenía ninguna intención de abortar, y luego casi me muero porque nadie me ofreció esta posibilidad”.

En última instancia, dice, ninguna mujer debería tener la sensación de que otra persona decidió por ella. “Deberías tener apoyo tanto si eliges ser madre como si decides abortar”. Sonríe, visiblemente frustrada por la lucha, pero dispuesta a librarla. “No veo cuál es el problema. ¿Por qué es tan difícil de comprender?”.

Traducción de Emma Reverter