Cuando se acercaba el final de 2019, había mucho optimismo. Si los 2010 habían sido una década perdida, con un crecimiento débil y estándares de vida estancados, los años siguientes tenían que ser mucho mejores.
Se hablaba de unos nuevos “felices años 20”, una repetición de la década que siguió a la Primera Guerra Mundial. Hasta había elegantes fiestas inspiradas en El Gran Gatsby para celebrar los buenos tiempos venideros.
Hoy todo eso parece en extremadamente prematuro. Hasta ahora, los 2020 han sido de todo menos felices. La pandemia que se extendió en todo el mundo a principios de 2020 está lejos de haber terminado y su impacto sigue propagándose en la economía global.
En China, donde se detectó por primera vez la COVID-19, las autoridades han aplicado draconianas cuarentenas para eliminar el virus. Como resultado, la economía prácticamente se ha paralizado (si creemos en los números oficiales del año pasado), o se ha contraído (si no los creemos).
Las noticias de los otros dos grandes motores de la economía global no son mejores. La tasa de inflación anual en Estados Unidos es del 9,1%, la más alta en 40 años, y eso hace que crezca la preocupación en Wall Street a la espera de que el banco central del país adopte una perspectiva más agresiva con las tasas de interés.
Si hay temores de recesión en la mayor economía del mundo, esos temores son aún más pronunciados en Europa, que tiene una guerra en su flanco este, un escenario de escasez de energía para este invierno y una revuelta política en Italia con los que lidiar. No fue una gran sorpresa ver, la semana pasada, cómo el euro caía por debajo de la paridad con el dólar estadounidense por primera vez en dos décadas.
Los problemas tampoco se limitan a las principales economías del mundo. Sri Lanka -por una combinación de la pandemia, la guerra en Ucrania y una muy mala gestión- es un país al borde del colapso y sería audaz asumir que no ocurrirá lo mismo con otros. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial son conscientes de los riesgos de nuevas crisis de deuda y hambre.
Mientras, la amenaza existencial que supone el calentamiento global continúa. Se dijo mucho que “construir mejor” después de la pandemia también implicaría construir de manera más verde, pero esta retórica en general no ha ido acompañada de acciones. Y el reloj no para de correr.
Motivos para la esperanza
Entonces, desde la perspectiva de mediados de 2022, la idea de unos nuevos “felices años 20” parece disparatada, y los alardes de 2019 han sido expuestos como lo que eran: una ilusión. La idea era que las cosas solo podían mejorar y, en realidad, empeoraron mucho. Esta parece ser una era de crisis permanentes y sucesivas: con la pandemia, seguida de la inflación y la guerra. A menos que cambie nuestra suerte, luego vendrá la recesión.
Para quienes piensan que los 2020 todavía pueden recuperarse, hay motivos para tener esperanza. La década de los 20 del siglo pasado también tuvo un comienzo deprimente. Hubo una pandemia, bajo la forma de la gripe española. Hubo una guerra civil (y una intervención militar extranjera) en la Unión Soviética. Es más, los cinco años después de la Primera Guerra Mundial estuvieron marcados por turbulencias económicas que culminaron en la hiperinflación alemana de 1923. La segunda mitad de la década fue mucho más tranquila que la primera —al menos hasta que llegó el crac de Wall Street de finales de 1929.
La posibilidad de una nueva revolución industrial también ofrece motivos de esperanza. Cuando llegó, la recuperación económica de los años de entreguerra se basó en la extendida disponibilidad de tecnologías desarrolladas a finales del siglo XIX y principios del XX: los coches, los viajes aéreos y la radio entre ellas.
Durante un tiempo se ha hablado mucho de una cuarta revolución industrial basada en avances en genómica, inteligencia artificial, impresiones 3D y energías renovables. Pero seguimos esperando el empujón que estos desarrollos supuestamente darán a una economía global en dificultades.
Qué hacer para mejorar
Quizás la historia se repita, y sea solo cuestión de tiempo hasta que el nuevo rango de tecnologías florezca del todo. Pero si eso ocurre, debe hacerse mucho más para acelerar una transición que, en la primera mitad del siglo XX, fue retrasada por dos guerras mundiales y una Gran Depresión.
Hay cuatro cosas que pueden ayudar. La primera es un contexto económico estable pero de expansión en el que los políticos consigan una combinación adecuada de inflación baja y un fuerte crecimiento del empleo. Como muestran los esfuerzos actuales de la Reserva Federal de Estados Unidos y otros bancos centrales importantes, esto no es fácil.
Un ambiente macroeconómico benigno es solo el comienzo. Se necesitan mayores inversiones en las tecnologías de la cuarta Revolución Industrial para llevarlas a la escala necesaria, en particular innovaciones con neutralidad de carbono. Si el sector privado no provee estas inversiones, entonces los gobiernos deben prepararse para involucrarse.
Enfrentarse a la desigualdad es el tercer paso. Solo cuando los trabajadores tuvieron empleos y poder de compra en los años posteriores a 1945 se cosecharon los beneficios de los avances tecnológicos anteriores. Y lo mismo se aplica ahora. Hace tiempo que es necesario un reajuste de la relación entre capital y trabajo, como también es necesario repensar el sistema impositivo para volverlo más progresivo. Las enormes ganancias obtenidas por personas con propiedades y activos financieros como resultado de tipos bajos de interés y la política monetaria expansiva ha vuelto más convincente el argumento para los impuestos al patrimonio.
Finalmente, debe haber una mayor cooperación internacional, en lugar de la fragmentación y la hostilidad que existen actualmente. Los países pobres deben ser parte de la lucha contra el cambio climático, pero solo serán capaces de serlo si hay alguna forma de redistribución global, empezando por un alivio de deuda.
Todo esto puede parece extraño, pero también sería extraño un regreso a los felices años 20. La suposición de que es solo cuestión de tiempo hasta que llegue una época feliz es un delirio.
Traducción de Patricio Orellana