La alcaldesa de Ámsterdam se replantea la existencia del Barrio Rojo: “Son mujeres extranjeras vulnerables y humilladas”

Daniel Boffey

Amsterdam —

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El nombramiento de Femke Halsema, dirigente de la izquierda ecologista de 53 años y primera alcaldesa en la historia de la capital de Países Bajos, incomodó a algunos hace 18 meses. Eso no le ha impedido llevar a cabo su programa, discretamente radical, basado en la filosofía de que la tradicional tolerancia de los neerlandeses no se debe confundir con hacer la vista gorda ante las consecuencias más perniciosas del libre mercado.

El famoso Barrio Rojo de Amsterdam es uno de los principales objetivos de su estrategia de reformas. En estas calles estrechas que rodean los muelles de la ciudad, la tolerancia holandesa parece haber dado paso a la indiferencia. En los últimos meses, la alcaldesa ha pedido a los habitantes de la ciudad que se planteen la posibilidad de terminar con la existencia del Barrio Rojo, como la opción más radical de todas las que se barajan. Pero al mismo tiempo, ha defendido públicamente el carácter “provocativo” de su ciudad e incluso de los burdeles con escaparate, insistiendo en que no va a convertir “la sexualidad o el cuerpo de la mujer en tabú”.

En una entrevista realizada en su despacho en el Ayuntamiento, Halsema reconoce que es “una progresista, una liberal”. “Como miembro del Parlamento, fui en parte responsable de que se reconociera la prostitución como una profesión legal en Holanda”, recuerda. “Y sigo estando a favor de que se reconozca que la prostitución es una profesión legal porque creo que la única forma de empoderar a las trabajadoras del sexo es reconocer que es un mercado, que hay oferta y demanda. El Barrio Rojo tiene un regusto del pasado: la idea de un marinero que llega y de mujeres holandesas fuertes que le dicen lo que quiere y lo que no quiere”, puntualiza. “Pero si uno observa la situación actual en el Barrio Rojo, la mayoría de las mujeres que trabajan allí son extranjeras y tienen un estatus legal muy vulnerable. Y no sabemos mucho sobre sus circunstancias”, indica.

“La otra gran transformación viene propiciada por el turismo. Ya no se trata de un barrio íntimo. Si caminas por las callejuelas más estrechas, ves a muchos turistas delante de los escaparates fotografiando y burlándose de mujeres vulnerables”, señala. “Como mujer, no puedo tolerar que a las mujeres se las humille de este modo. No puedo. Va en contra de los derechos de las mujeres y en contra del empoderamiento de las trabajadoras del sexo”, afirma.

Entre las opciones que se barajan está la de ampliar la zona considerada Barrio Rojo para dispersar a los turistas, reubicar a parte de las trabajadoras sexuales en un 'hotel sexual', o que los visitantes tengan que pagar por deambular por ciertas calles. En cuanto a la posibilidad de terminar con el Barrio Rojo, la alcaldesa señala: “No parece una opción muy realista, ya que este barrio genera grandes sumas de dinero y sería muy caro cerrarlo”.

La alcaldesa puntualiza que algunas realidades no son negociables. En su opinión, la situación de las mujeres que trabajan en el Barrio Rojo tiene que mejorar, los vecinos deben sufrir menos molestias y los delincuentes no deben poder campar a sus anchas.

“Lo llamamos brancheren –interferir en las diferentes ramas [branch] económicas de la ciudad–”, señala. “En los últimos cinco o seis años, el centro de la ciudad se ha convertido en un gran motor económico, pero también es patrimonio cultural de la ciudad. Necesitamos redefinir el significado cultural que tiene el centro de Amsterdam para los habitantes de la ciudad y los neerlandeses. Es importante que nos atrevamos a inmiscuirnos en las estructuras económicas de la ciudad. Creo que estamos a tiempo”.

Este enfoque forma parte de una agenda más amplia, que incluye planes para trabajar conjuntamente con las empresas con la esperanza de concienciar a la clase media holandesa de las consecuencias que tiene el consumo de cocaína. La alcaldesa ha reconocido públicamente haberla probado. “[Los ciudadanos] Deberían entender o darse cuenta de que el joven que les lleva la pizza y cocaína corre el peligro de caer en un ambiente muy peligroso y que incluso podría morir”, indica. “Yo probé las drogas de joven. Crecí en el este del país y teníamos pocos alicientes además de fumar cannabis”.

Por otra parte, Halsema también está estudiando cómo otras grandes ciudades han reaccionado cuando han tenido problemas como los que más preocupan a Ámsterdam. En el caso de Barcelona, cómo lidia la ciudad con un posible impacto negativo y la fragmentación social que puede causar la llegada masiva de turistas en algunos barrios. O en el caso del barrio de Brooklyn, en Nueva York, cómo ha lidiado con la gentrificación.

Y tras un consejo que le dio el alcalde de Londres, Sadiq Khan, durante un viaje al Reino Unido, Halsema ha impulsado un programa que ha tenido éxito en Glasgow y Chicago, y que ha conseguido que muchos jóvenes no caigan en las redes de los camellos.

Traducido por Emma Reverter