Antes de la pandemia del coronavirus, el mundo ya estaba experimentando un nivel de movilización masiva sin precedentes. De 2010 a 2019 se registraron más movimientos a favor de una transformación radical del mundo que en cualquier otro período desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, desde la irrupción de la pandemia, la movilización en las calles -manifestaciones masivas, mítines, protestas y sentadas- se ha detenido abruptamente en países tan dispares como la India, Líbano, Chile, Hong Kong, Irak, Argelia y Estados Unidos.
Que las protestas en las calles hayan prácticamente cesado no implica que la fuerza popular haya desaparecido. Hemos estado recabando información sobre los distintos métodos que los ciudadanos han utilizado para expresar su solidaridad o que han adaptado a las circunstancias actuales para poder seguir exigiendo un cambio. En cuestión de pocas semanas, hemos identificado casi 100 formas distintas de acción no violenta que incluyen iniciativas físicas, virtuales e híbridas.
El recuento no cesa. La pandemia, así como las respuestas de los Gobiernos a esta amenaza para la salud pública, lejos de suponer una condena de muerte para los movimientos sociales, ha dado lugar a nuevas técnicas, nuevas estrategias y nuevas motivaciones para impulsar el cambio.
En lo que relativo a nuevas herramientas, ciudadanos de todo el mundo han optado por protestar desde sus vehículos, coordinar cacerolazos y salir al exterior de lugares de trabajo que representan una amenaza para la salud o la seguridad, para mostrar su preocupación, hacer reivindicaciones políticas o expresar su solidaridad.
Los activistas han creado movimientos alternativos. Por ejemplo, grupos de voluntarios que cosen mascarillas y fondos comunitarios para emergencias. Muchos vecinos han dejado osos de peluche en las ventanas de sus casas para que los niños jueguen a encontrarlos. Algunos autores han leído textos directo en Internet y muchos músicos han actuado desde sus balcones o tejados.
Los más tecnólogos están haciendo pruebas con aviones teledirigidos adaptados para entregar suministros, desinfectar espacios públicos, hacer controles de temperatura y monitorizar zonas de alto riesgo. Y, por supuesto, muchos movimientos han optado por impulsar acciones en la red, como mítines, programas de formación e intercambio de información.
Una sociedad civil fortalecida tras la crisis
Todas estas acciones han tenido una repercusión notable. Tal vez los esfuerzos más inmediatos y que han salvado vidas han sido aquellos en los que los movimientos han empezado a coordinar y distribuir recursos que eran críticos para determinados grupos. Fondos comunitarios de ayuda, como los creados en Massachusetts, han servido para mostrar necesidades que eran urgentes y han proporcionado una respuesta de carácter colectivo y voluntario.
Los bancos de alimentos creados expresamente para esta crisis, la reivindicación de viviendas desocupadas, las donaciones masivas para fondos comunitarios de ayuda, las clínicas de consulta médica gratuitas en la red, las donaciones masivas de mascarillas quirúrgicas, guantes, batas, pantallas protectoras para los ojos y desinfectante, y la fabricación artesana de mascarillas son algunas de las iniciativas impulsadas por la ciudadanía. Gran parte del material de protección para los profesionales de la salud donado por grupos de voluntarios se ha hecho a mano , cosiendo o con impresoras 3D. Estas iniciativas de movimientos y comunidades ya han salvado incontables vidas.
Aunque a simple vista podría parecer que algunas de estos métodos e iniciativas tienen poca repercusión, seguramente servirán para fortalecer a la sociedad civil y poner de manifiesto cuestiones políticas y económicas que deben ser abordadas con urgencia.
En Chile, las mujeres han puesto en marcha un plan de emergencia feminista que prevé la coordinación de las tareas de cuidado y el apoyo mutuo contra la violencia de género. En España, miles de personas se han apuntado a una campaña para promover la suspensión de los alquileres durante el estado de alarma. Muchos se han comprometido con los movimientos de protesta sin necesidad de salir de sus casas.
Como destacó recientemente el Washington Post, muchos jóvenes activistas siguen con sus protestas semanales sobre urgencia climática, solo que ahora las hacen en Internet, por medio de tormentas de tuits y del desarrollo de herramientas de promoción de los movimientos ciudadanos, programas de formación en la red y páginas web sobre el cambio climático.
Algunos activistas de Reino Unido han impulsado seminarios sobre cómo crear movimientos de protesta o de ayuda mutua. Cuando dejemos de estar confinados, los grupos que llevan a cabo estas actividades habrán mejorado su capacidad para tener u impacto y transformar la sociedad.
Grupos que se oponen al distanciamiento social
Evidentemente, algunas personas han reaccionado con furia contra la pandemia y las medidas impulsadas por los gobiernos. Algunos grupos o comunidades han optado por ignorar las recomendaciones de distanciamiento social de las autoridades sanitarias y se han juntado en mítines, protestas y servicios de culto. Un pastor de Kentucky, Estados Unidos, celebró un servicio de Pascua en desafío a la prohibición del estado de celebrar reuniones públicas. Aunque las autoridades obligaron a todos los feligreses a ponerse en cuarentena durante catorce días, este acto de rebeldía sigue el patrón de otros similares de iglesias evangélicas de Florida y Luisiana.
En el estado de Nevada los feligreses, furiosos porque su iglesia estaba cerrada, organizaron una serie de protestas en la zona de estacionamiento de los establecimientos de la cadena Walmart. Por otra parte, de forma puntual, algunas personas se han movilizado después ser convencidas de la veracidad de ciertas teorías de la conspiración. Es el caso de varios jóvenes en el Reino Unido, que cometieron actos vandálicos en una serie de torres de telefonía en respuesta a una noticia falsa en la que se afirmaba que la tecnología celular 5G propagaba el coronavirus.
El auge del Zoombombing (incursión de extraños en videollamadas de Zoom) evidencia que no todos los que se inventan nuevos métodos lo hacen movidos por la solidaridad con los afectados por la pandemia. Sin embargo, la cifra de personas que utilizan estas técnicas de contramovilización es insignificante si se compara con la de aquellos que lo hacen para apoyarse, ayudarse y expresar su solidaridad.
Lo que es evidente es que el poder de la ciudadanía también se está adaptando a esta crisis mundial sin precedentes; de hecho, incluso se ha fortalecido. Esto no debería sorprendernos, ya que la creatividad colectiva evoluciona. A menudo las situaciones de emergencia son el caldo de cultivo de nuevas ideas y oportunidades.
Si bien aún es imposible predecir cuáles serán los efectos a largo plazo de esta toma de consciencia colectiva y su capacidad para adoptar nuevas formas, es evidente que el poder de la ciudadanía no se ha debilitado. Movimientos a lo largo y ancho del mundo se han adaptado a la situación y se coordinan de forma remota, amplían su red de apoyo, mejoran sus métodos de difundir mensajes y planifican estrategias futuras.
Erica Chenoweth es profesora de la cátedra Berthold Beitz de Derechos Humanos y Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard; Austin Choi-Fitzpatrick es profesor asociado de sociología política en la Universidad de San Diego y profesor asociado de movimientos sociales y derechos humanos en la Universidad de Nottingham; Jeremy Pressman es profesor asociado de ciencias políticas y director de estudios sobre Oriente Medio en la Universidad de Connecticut; Felipe G Santos es un investigador asociado de la Universidad de Manchester; Jay Ulfelder es un politólogo y científico de datos estadounidense.
Traducido por Emma Reverter