Por qué los forofos del Celtic ondean la bandera palestina

Kevin McKenna

La vida de un comprometido fanático del fútbol en el Reino Unido no es un lecho de rosas. Desde aquel primer día en que su madre o su padre decidieron iniciarlo en estos misterios sagrados, ha estado condenado al odio, el miedo y la sospecha del gobierno, las autoridades civiles y los hombres que manejan el deporte.

Cada uno de estos estamentos se ha beneficiado muchísimo en las últimas décadas, desde que aparecieron las primeras leyes que regulan las asociaciones de fútbol. Tienen prestigio a nivel nacional, viajes internacionales gratis con alojamiento de primera clase y la oportunidad de llevarse una pequeña “tajada” cuando de vez en cuando la fortuna les llega a todos. Ninguno sabe lo que es el bajón de la derrota, porque sólo les interesa el dinero y la gloria.

En esos momentos entre partidos importantes en los que se presentan oportunidades de marketing y fama mundial, las autoridades parecen invertir su tiempo en dar palizas a los forofos o en soñar con cómo hacerlo. En su mundo de fantasía, el éxito deportivo y el prestigio que éste trae pueden lograrse sin tener que compartir nada con los sucios forofos.

Que nadie se sorprenda. Las autoridades y las fuerzas de seguridad nunca se han sentido cómodas con grandes grupos de hombres de clase trabajadora que se juntan con un objetivo en común. Si le agregas alcohol y fervor político a la mezcla, el resultado puede ser demasiado picante para las autoridades. 

El deporte, junto con las campañas militares y la fecundidad de la realeza, sigue siendo el método favorito para entretener la mente y el cuerpo de los trabajadores mientras por otro lado se los explota y engaña. Pero igualmente hay que vigilar las chorradas del fútbol y los numeritos de los forofos.

Para el gobierno de Escocia y Holyrood, los forofos del fútbol ocupan un lugar justo por encima de los narcotraficantes y justo por debajo de los mafiosos: se puede hacer negocios con el crimen organizado, pero no con los fanáticos del fútbol. Son impredecibles y los mueven sentimientos profundos que un político jamás comprenderá. Incluso tras años de que se les cobren dinerales por mirar los partidos desde jaulas, estas personas siguen siendo leales a sus clubes. 

Por eso pequeñas tropas de policías los escoltan a la llegada y a la salida de los estadios. Y también es por esto que se redactó la ley de Comportamiento Ofensivo en el Fútbol. Esta ley, única en el mundo, establece que un grito que es considerado inocente en un partido de rugby en Edimburgo se convierta en un delito cuando se escucha cerca de un estadio de fútbol en Glasgow.

Así que seguramente fue una grata sorpresa cuando un grupo de seguidores del Celtic abrieron una página de crowdfunding  para juntar dinero para dos respetadas organizaciones de ayuda humanitaria a Palestina. Cuando se anunció que el Celtic jugaría contra los campeones israelíes, Hapoel Be’er Sheva, en un partido de las eliminatorias de la Champions, algunos de estos seguidores aprovecharon la oportunidad para hacer una pequeña protesta pacífica contra las acciones del gobierno israelí contra el pueblo palestino de Cisjordania.

Así fue que 100 forofos del Celtic en medio de una multitud de unas 60.000 personas ondearon banderas palestinas durante el partido, en solidaridad con el pueblo palestino. Sabían que el partido era transmitido en vivo a todo el mundo y solamente querían decirle a un pueblo oprimido que, en un pequeño rincón de Glasgow, no se los ha olvidado. En todo momento se trató respetuosamente a los jugadores israelíes. De hecho, el jugador que recibió una ovación de pie al salir del campo de juego fue Nir Bitton, jugador internacional israelí y centrocampista del Celtic.

La UEFA consideró que la bandera palestina era una “pancarta ilegal” al ser ondeada en un campo de fútbol, y se han iniciado medidas disciplinarias contra el Celtic. Esto seguramente resultará en una multa de casi seis cifras, ya que hay varios antecedentes de manifestaciones políticas injustificadas de los seguidores del Celtic.

Los seguidores han lanzado una campaña llamada #igualemoslamultaporpalestina para reunir fondos para dos organizaciones humanitarias que operan en Cisjordania. Las razones por las que lo hicieron están elocuentemente expresadas en su página de GoFundMe. Allí, afirman que esperan reunir 88.000 euros, que probablemente sea equivalente a la multa de la UEFA, y los repartirán entre las dos organizaciones elegidas. Al momento de cerrar este artículo, ya pasaban holgadamente la marca de los 250.000 euros y se estima que en la fecha de la audiencia con la UEFA, el 22 de septiembre, se estarían acercando a los 500.000.

La UEFA, lejos de ser una organización ejemplar, no quiere que la política contamine un deporte hermoso. Si eso sucediera, habría aún más escrutinio sobre un organismo que opera como una mafia mundial, lucrando con el dinero que genera el amor por el fútbol de los simpatizantes comunes. Aún así, el fútbol y su participación masiva es un sitio ideal para que hombres y mujeres jóvenes se junten y expresen su enfado y su solidaridad.

En España, durante la dictadura fascista del General Franco, ondear la bandera catalana se castigaba con la cárcel o la muerte. El único sitio donde los catalanes podían ondear su bandera libremente era en el Camp Nou de Barcelona. El Fútbol Club Barcelona hoy representa el orgullo por la identidad catalana. Dondequiera que haya opresión en el mundo, el fútbol –por su propia naturaleza- ofrece un vehículo para expresar orgullo por una causa nacionalista. Nunca se trató simplemente de fútbol. 

Los seguidores del Celtic lo saben muy bien. Su club fue fundado en 1887 y jugaron su primer partido en 1888 para reunir fondos para ayudar a los irlandeses pobres que vivían en el Este de Glasgow. Cuando llegaron a la ciudad, al principio se enfrentaron al resentimiento, la discriminación y la miseria. Cada vez que el Celtic ganaba un partido, el sufrimiento de esta gente se aliviaba un poco.

En Escocia, aquellos días ya son parte del pasado. Sin embargo, en Palestina otro pueblo oprimido está sufriendo. Quizás ahora, gracias a un simple acto de solidaridad y generosidad, sepan que no están solos.

Traducción de Lucía Balducci