El fracking desencadena una ola de terremotos en zonas de Texas que llevaban millones de años inactivas
Cathy Wallace explica que un terremoto es “como un ruido, un estruendo bajo tus pies que viene directo hacia tu casa como una locomotora, y tú sientes y oyes cómo se acerca”.
Wallace no vive en California ni en ninguno de los otros estados de Estados Unidos con riesgo sísmico. Vive en el norte de Texas, una de las regiones con menos peligro de terremotos del país; al menos hasta que llegó la tecnología de fracturación hidráulica o fracking.
La actividad desenfrenada de la industria energética no es ninguna novedad en Texas. Aun así, en la actualidad no solo implica la perforación en zonas remotas. Desde hace una década, desde que en los campos de Barnett [en la cuenca Forth Worth] se empezó a utilizar el fracking, los campos perforados han pasado a formar parte del paisaje urbano de la cuarta área metropolitana de mayor tamaño del país. Algunos de estos campos están situados a escasos metros de casas, negocios, iglesias, escuelas, parques y del undécimo aeropuerto con más tráfico del mundo.
La extracción de hidrocarburos da dinero y trabajo a los residentes y a los ayuntamientos, pero en los últimos años los ecologistas han mostrado su preocupación por el impacto que esta actividad pueda tener sobre la calidad del aire y el agua, así como por el riesgo de fugas y explosiones. Además, ahora es cada vez más evidente que las actividades relacionadas con la tecnología de fracturación hidráulica causan terremotos.
Un nuevo estudio dirigido por un sismólogo de la Southern Methodist University, situada en Dallas, y publicado en noviembre indica que esta avalancha de temblores en el norte de Texas se está produciendo en fallas que han estado inactivas durante al menos 300 millones de años. El experto ha utilizado un método analítico diferente al de estudios publicados con anterioridad y que precisamente confirma las conclusiones de estos informes e indica que estos movimientos sísmicos son consecuencia de la actividad humana.
En Fort Worth, una ciudad de más de 850.000 habitantes, se han pedido más de 2.127 permisos para perforar en el área metropolitana; algunos ya han sido concedidos y otros están siendo tramitados.
Desde 2008, la cuenca de Fort Worth ha pasado de no registrar movimientos sísmicos a experimentar cientos de ellos, la mayoría de poca intensidad. El principal culpable de este cambio no es el fracking, sino la técnica mediante la cual se eliminan las aguas residuales. Las operaciones industriales de inyección de aguas residuales se utilizan de forma masiva para deshacerse de grandes cantidades de agua que surgen como consecuencia de la fracturación hidráulica y de otros métodos extractivos. Consiste en utilizar pozos de deshecho para empujar estas aguas bajo tierra, donde probablemente ejercen una presión sobre las fallas.
El otoño pasado, el Departamento de Geología Económica de la Universidad de Texas puso en marcha una página web para hacer un seguimiento de los terremotos. Constata que en 2017 se registró actividad sísmica cerca de zonas conocidas por su actividad en extracción de hidrocarburos, tanto en el oeste y en el sur de Texas como en el área de Dallas-Fort Worth, hogar de más de siete millones de personas.
Según la entidad estatal que regula la extracción de hidrocarburos, que curiosamente se llama Comisión de Ferrocarriles, Texas tiene 33.541 pozos de inyección.
“Sin terremotos desde los dinosaurios”
La nueva página web está financiada por el Estado pero los ecologistas acusan a los políticos republicanos de Texas y a la Comisión de Ferrocarriles de haber hecho lo posible para no tener que confirmar que los terremotos de la zona han sido inducidos por el hombre y por no haber exigido responsabilidades a la industria.
En 2015, después de que la ciudad de Denton, situada al norte del área metropolitana de Dallas-Fort Worth, prohibiera la fracturación hidráulica tras muchos años de permisibilidad, el gobernador republicano de Texas, Greg Abbott, firmó un decreto que anulaba esta prohibición y que transfería las competencias en perforación al Estado.
En 2016, Ryan Sitton, un veterano miembro de la comisión, escribió una columna sobre la actividad extractiva y la sísmica en el Fort Worth Star-Telegram. Con un discurso más propio de un defensor de la industria que de alguien que debe regularla, afirmó: “Las tácticas para asustar o los titulares que intentan captar la atención de la población nos hacen un flaco favor y es importante que Texas sepa que la misma industria que ha creado miles de puestos de trabajo, ha dado millones de dólares a nuestras escuelas y carreteras y ha inyectado dinero a nuestra economía, es la misma que se esfuerza para proteger a la población y al medioambiente”.
Un portavoz de la comisión ha indicado que “hace tiempo que la institución ha reconocido que existe la posibilidad de que la inyección de aguas residuales cause actividad sísmica y la Comisión está impulsando algunas de las normas más estrictas del país para abordar esta cuestión”.
Algunas voces críticas indican que en los últimos dos años han disminuido los movimientos sísmicos no por el hecho de que se haya aprobado una norma más estricta sino porque la caída del precio del petróleo y el exceso de oferta han obligado a la industria a frenar su actividad.
“El nuevo estudio confirma que no habíamos experimentado terremotos en esta zona desde que la habitaban los dinosaurios así que no deja lugar a dudas”, indica Wallace mientras observa mapas y localizaciones de pozos y fallas sísmicas en la mesa de una cafetería de Irving.
“Estas conclusiones son extremadamente importantes y creo que el único mensaje que podemos mandar a los legisladores y a los políticos que hasta ahora han estado callados es basta ya”, señala.
El próspero suburbio de Dallas, hogar de la sede de ExxonMobil, es ya conocido como la capital de los temblores de Texas, a pesar de que no tiene pozos de inyección. Los temblores son consecuencia de la actividad en ciudades vecinas.
“No me puedo creer que se atrevan a llevar a cabo este tipo de actividades en esta zona ya que [cientos de miles] de personas viven en casas situadas encima de fallas sísmicas”, afirma Wallace.
Un consentimiento desinformado
Ranjana Bhandari recuerda que hace cinco años un temblor la despertó en medio de la noche y no se percató de lo que había pasado hasta que escuchó las noticias.
Tras esta experiencia, fundó el grupo de defensa del medioambiente Liveable Arlington (para un Arlington habitable) en esta ciudad de 400.000 habitantes situada entre Fort Worth y Dallas y que probablemente es conocida por albergar el estadio de los Dallas Cowboys.
Mientras conduce su coche eléctrico por las calles de la ciudad explica que hace una década “encontrabas lugares de perforación por todos lados”.
Chesapeake Energy, el gigante con sede en Oklahoma, contrató al actor tejano Tommy Lee Jones para una campaña publicitaria que hacía un llamamiento implícito al potencial patriótico de la autosuficiencia energética.
“Lograron entusiasmar a mucha gente y consiguieron un apoyo masivo”, explica Bhandari. “La mitad del vecindario firmó [para permitir que se perforaran sus tierras] mientras que la otra mitad esperaba que les dieran más dinero. Pensé que era demasiado arriesgado”, añade.
En la actualidad, Arlington está llena de lugares de perforación. “Mucha gente cree que no tiene derecho a quejarse porque permitieron que se hiciera, pero lo cierto es que no fue un consentimiento informado”, concluye Bhandari.
Liveable Arlington se opuso a los planes de otra empresa de Oklahoma que quería construir un pozo de eliminación de aguas residuales cerca del Lago Arlington, una de las zonas de mayor valor paisajístico y también la fuente de agua potable para más de 400.000 personas.
Bhandari consiguió reunir 3.000 cartas de protesta y tras un intenso debate mediático y político, en junio la compañía claudicó.
Este grupo piensa librar más batallas contra un sector que se siente fortalecido tras la victoria de Donald Trump y el nombramiento de Scott Pruitt, un gran defensor de los combustibles fósiles, como responsable de la Agencia de Protección Ambiental.
Ella y su marido se mudaron a Arlington hace 24 años y decidieron quedarse a pesar de la creciente preocupación por los problemas de seguridad y de salud que la actividad extractiva puede causar. “Llega un momento que simplemente tienes que quedarte donde estás y tomar cartas en el asunto”, indica.
Traducido por Emma Reverter