El papa Francisco probablemente esperaba que la cumbre sin precedentes que se realizó la semana pasada en Roma con obispos y figuras de la Iglesia marcara un punto de inflexión en su papado respecto a la cuestión de los abusos sexuales. El mundo vería que el Vaticano finalmente se hacía cargo de un tema que ha causado mucho daño a la Iglesia en los últimos 20 años.
Esas esperanzas han sufrido un golpe devastador con la noticia de que el cardenal George Pell, que hasta hace poco era el número tres del Vaticano, se enfrenta a una pena de prisión por el abuso sexual de dos menores en los años noventa.
La condena penal al cardenal australiano impactará en la Iglesia a nivel mundial. La noticia lleva estas “abominaciones” contra los niños –en palabras del propio Francisco– directamente al corazón del Vaticano, donde hasta diciembre el cardenal caído en desgracia era un influyente miembro del C9, el círculo íntimo de consejeros pontificios.
Es probable que este tema aumente aún más la hemorragia de parroquianos desilusionados que abandonan las iglesias católicas en Occidente. A la vez, envía el potente mensaje a la élite eclesiástica de que nadie es tan importante ni poderoso como para quedar impune. Más de uno estará temblando de miedo bajo la sotana al ver a Pell camino a la cárcel.
La caída de Pell llega sólo días después de que el Papa apartara a otra figura de alto perfil, después de ser declarado culpable por una audiencia del Vaticano por abuso sexual a menores. Theodore McCarrick, excardenal y arzobispo de Washington, fue expulsado de la Iglesia tras años de rumores sobre su conducta depredadora para con los seminaristas. El pontífice fue acusado de no investigar ni tomar medidas hasta que el verano pasado un hombre habló públicamente de los abusos.
En Francia, se espera la semana próxima el veredicto del juicio contra el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon, acusado junto a otras cinco personas de encubrir abusos sexuales. El mes pasado, el Vaticano anunció que Gustavo Zanchetta, exobispo argentino designado en 2017 a un alto cargo en la Santa Sede, estaba siendo investigado por acusaciones de abuso sexual.
El pasado junio, Francisco aceptó la dimisión de tres obispos chilenos por su gestión de varios casos de abuso, incluido uno al que el Papa había defendido fervientemente unos meses antes. En julio, Philip Wilson dimitió como arzobispo de Adelaida tras ser condenado por abuso infantil, aunque acabó siendo absuelto en la apelación. En agosto, un informe de un gran jurado reveló la escala de los abusos sexuales y su encubrimiento en Pensilvania.
Después de una desastrosa visita papal a Irlanda, un país fervientemente católico donde el legado de los abusos sexuales ha diezmado algunas congregaciones, una investigación llevada a cabo en Alemania descubrió que más de 1.600 clérigos estaban implicados en el abuso de 3.677 niños en un período de 60 años. Y “seguramente es sólo la punta del iceberg”. Más de la mitad de los altos cargos de la Iglesia en los Países Bajos han sido acusados de encubrir abusos sexuales entre 1945 y 2010, y así permitir que los criminales siguieran cometiendo más abusos.
En Reino Unido, una investigación independiente sobre abusos sexuales a niños recogió el testimonio gráfico de exalumnos de escuelas católicas. En diciembre, el cardenal Vincent Nichols, el clérigo con más antigüedad de Inglaterra y Gales, negó en un contrainterrogatorio haber encubierto abusos. Este mes, se supo que el representante papal en Gran Bretaña no había respondido a las peticiones de información que le había solicitado la investigación.
Los analistas señalan que los escándalos que han salido a la luz hasta ahora se enfocan en los abusos sexuales a menores en países occidentales. Poco se sabe aún sobre la “esclavitud sexual” –de nuevo en palabras del propio Papa– y el abuso sufrido por monjas y hermanas de órdenes religiosas. Y poco ha salido a la luz sobre los abusos y la explotación llevada a cabo por clérigos del hemisferio sur, donde la Iglesia Católica ha crecido exponencialmente. Los analistas afirman que todo eso aún está por llegar.
Es difícil ver cómo podría el papa Francisco eludir el impacto de este escándalo mundial, especialmente desde la caída de Pell, a pesar de que una y otra vez hable de vergüenza, remordimiento, tolerancia cero y “nunca más”. Él mismo ha identificado la “cultura clerical” como un importante obstáculo. Cambiar una cultura tan dominante en todos los niveles de la Iglesia es crucial pero extremadamente difícil. Y, como siempre, Francisco se enfrentará a la fuerte resistencia de aquellos que tienen mucho que perder.