Es temprano en la mañana en Charkint, en la provincia norteña de Balkh en Afganistán, pero la reunión con la gobernadora para evaluar la seguridad de las 30.000 personas que representa está ya bastante avanzada. Salima Mazari está en el cargo desde hace poco más de tres años. Luchar contra los talibanes no es nada nuevo para ella, pero desde julio se reúne a diario con los comandantes de sus fuerzas de seguridad por el aumento de los ataques de los militantes islamistas en el país.
Como una de las tres gobernadoras regionales en Afganistán, Mazari atrajo la atención simplemente por estar en el cargo. Lo que diferencia a la mujer de 40 años, en el contexto de la reciente oleada de violencia talibán, es su protagonismo en el liderazgo militar. “A veces estoy en mi oficina en Charkint, y otras tengo que tomar un arma y sumarme a la batalla,” dice.
Su trabajo no solo implica administrar la burocracia cotidiana, sino también organizar las operaciones militares. “Si no luchamos ahora contra las ideologías extremistas y los grupos que las empujan sobre nosotros, perderemos nuestra posibilidad de derrotarlos. Triunfarán. Lavarán los cerebros de la sociedad para que acepten sus planes,” dice.
Vida de refugiada
Mazari nació en Irán en 1980, después de que su familia huyera de la guerra soviética en Afganistán. Tras graduarse de la universidad de Teherán, ocupó distintos puestos en universidades y en la Organización Internacional para la Migración, antes de volver al país que sus padres habían abandonado décadas atrás. “Lo más doloroso de ser un refugiado es la falta de pertenencia es que ningún lugar es tu país”, dice.
En 2018, se enteró de que estaba vacante el puesto de gobernador en el distrito de Charkint, su “patria ancestral”, como la describe Mazari. Alentada por sus colegas y familiares, se presentó.
Con su experiencia y calificaciones, estaba entre los candidatos favoritos. Su determinación por trabajar para las personas de su distrito aseguró que pronto fuera elegida. “Al principio, me preocupaba que me discriminaran por ser mujer pero me sorprendieron,” dice. “El día que me recibieron oficialmente como la gobernadora del distrito de Charkint, me sentí abrumada por el apoyo.”
Pocas mujeres aquí salen de sus casas sin su hijab completo o un burqa o un hombre que las proteja. Aceptar la designación como gobernadora no fue una hazaña fácil, y pronto se encontró dirigiendo batallas que no había esperado.
“Nos faltan servicios básicos como el acceso a la atención sanitaria. Para administrar la seguridad, deberíamos tener por lo menos siete patrullas policiales, dos vehículos Humvee equipados con armamento ligero y pesado. Sin embargo, tenemos muchos menos recursos, aunque los hayamos solicitado al Gobierno nacional muchas veces. Mis pedidos no han sido escuchados,” explica.
Distrito de segunda
Según los datos provistos por la oficina del distrito, Charkint tuvo en algún momento más de 200.000 habitantes, pero la guerra y la pobreza resultante han desplazado a grandes cantidades de personas.
Mazari siente que el suyo es considerado un distrito de segunda categoría y que su tarea se dificulta por la lucha contra la corrupción al interior de la burocracia afgana.
Hace dos años, Mazari creó una comisión de seguridad que recluta afganos en milicias locales para defender el distrito. “Invito a personas de todo el distrito a mi oficina y les pregunto sus opiniones para mejorar la situación de Charkint. Esto ha logrado que los habitantes de Charkint se involucren e interesen más, y restaura su fe en la autoridad del Gobierno,” dice.
Su estilo de liderazgo le ha dado buenos resultados hasta ahora que la violencia de los talibanes atraviesa el país. “Nos hemos enfrentado a los ataques talibanes durante períodos más extensos que la actual oleada de violencia y hemos logrado mantenerlos fuera de Charkint,” explica con un orgullo evidente. Mazari ha desplegado sus tropas en las afueras de Charkint con la esperanza de que los militantes no puedan quebrar sus defensas.
Charkint es el único distrito en Afganistán dirigido por una mujer que ningún grupo terrorista ha logrado ocupar hasta ahora. Pero Mazari sabe que la situación empeora rápidamente y le preocupa su pueblo. En la última semana, los talibanes han tomado varias provincias y capitales del norte, y la lucha ha surcado la provincia de Balkh.
El año pasado, Mazari negoció exitosamente la rendición de más de 100 soldados talibanes en su región. Pero tales negociaciones no siempre son exitosas, dice.
“En múltiples ocasiones hemos enviado comitivas en representación de nuestro pueblo para negociar con los talibanes. Hemos tenido más de 10 reuniones para pedirles que protejan las vidas, las cosechas y las propiedades de nuestra gente. Somos campesinos y dependemos de las cosechas para sostenernos durante los meses del invierno. Pero ellos siempre han rechazado el pedido de acuerdo de nuestro pueblo,” dice.
La reputación creciente de Mazari como una mujer fuerte que se enfrenta a la brutalidad de los talibanes ha puesto su vida en riesgo. Sobrevivió a varias emboscadas de los talibanes y las minas colocadas por los militantes que la tenían como objetivo. “Pero no tengo miedo,” dice. “Creo en el estado de derecho en Afganistán.”
Traducción de Ignacio Rial-Schies.