Cinco días después del 11S, un pequeño grupo de altos cargos de la CIA partieron de su sede central en Langley, Virginia, con destino a la embajada británica en el 3100 de Massachusetts Avenue en Washington para informar al MI6 de la respuesta contra los ataques que preparaba la agencia.
Al frente de la delegación estaba Cofer Black, jefe de la unidad antiterrorista de la CIA. Black aún llevaba el mismo traje de cinco días atrás y parecía agotado. Había estado trabajando día y noche para trazar un plan con el que proteger a su país de más ataques.
En la embajada, Black y sus compañeros dieron una presentación de tres horas sobre sus planes. La CIA había estado ejecutando un proyecto a pequeña escala de secuestros e interrogatorios desde mediados de los 90 dedicado a cazar yihadistas en Bosnia. Se le conocía como programa de entrega (rendition en inglés). El plan era ampliar de forma dramática su alcance.
Según Tyler Drumheller, jefe de operaciones entonces de la CIA en Europa, los responsables del MI6 escucharon atentamente a Black detallar su plan, que suponía identificar, secuestrar e interrogar a sospechosos de Al Qaeda de todo el mundo. “Todo suena bastante terrorífico”, comentó al final de la presentación Mark Allen, jefe de antiterrorismo del MI6. Drumheller dijo que los agentes del MI6 parecían bastante preocupados. Algunos de sus colegas de la CIA, con menos experiencia en tratar con británicos, confundieron su actitud ligeramente despreocupada con una señal de aprobación.
Allen quería saber qué harían la CIA y el MI6 después de que los miembros de Al Qaeda quedaran repartidos por todo el mundo. “¿Y qué vamos a hacer después de que hayamos machacado el mercurio en Afganistán?”, preguntó. Los miembros de la CIA se miraron entre ellos. Según una descripción de la reunión, Cofer Black dijo: “Probablemente todos seamos procesados”.
El número de muertos en el 11S aún seguía subiendo y el presidente, George Bush, estaba ansioso por mostrarse duro. En una conferencia de prensa, Bush dio una idea sobre lo que se venía encima: “Quiero justicia. Hay un viejo cartel que se veía en el Oeste. Decía ”se busca, vivo o muerto“.
Las implicaciones fueron discutidas a principios del año siguiente por los jefes de los servicios de inteligencia de EEUU, Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda y Australia. En una reunión en Queenstown, una estación de esquí de Nueva Zelanda, el director de la CIA, George Tenet, insistió en que sólo podían comprender y derrotar a Al Qaeda si trabajaban con los servicios de inteligencia del mundo islámico y si hacían todo lo que fuera necesario para golpear a los terroristas. “Amigos míos, las cadenas se han soltado”, dijo Tenet.
Uno de los asuntos más urgentes era crear lazos estrechos con los servicios de inteligencia del mundo árabe. Con ese objetivo, la CIA y el MI6 comenzaron a cooperar con la Organización de Seguridad Exterior (OSE), la agencia de inteligencia con la que el coronel Muamar Gadafi operaba en el exterior.
El objetivo declarado era aprender más acerca del islamismo radical, pero eso cambió una vez que Allen y sus jefes políticos en Reino Unido vieron la oportunidad de entrar en negociaciones con Gadafi sobre su programa de desarrollo de armas de destrucción masiva. Gadafi había intentado desde los 70 desarrollar una capacidad militar nuclear, al principio intentando comprar armamento indio y luego buscando conseguir óxido de uranio y la tecnología de enriquecimiento.
Desde finales del verano de 2003, cuando la guerra en Irak empezaba a ir mal para EEUU y sus aliados, quedó claro que no existían las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein que habían justificado oficialmente la invasión. Pero si se podía persuadir a Gadafi de que abandonara sus propios planes nucleares, los que habían presionado en favor de la guerra podrían decir que la invasión de Irak quedaba justificada.
Mientras la CIA y el MI6 construían nuevas relaciones en Libia, las dos agencias ayudaban a los espías libios a secuestrar a los enemigos de Gadafi. Dos dirigentes importantes de la oposición que habían huido del país fueron secuestrados, uno en Hong Kong y el otro en Tailandia. Ambos fueron enviados de vuelta a Trípoli con sus esposas e hijos. Ambos fueron torturados. El MI6 entregó a sus homólogos libios preguntas para que se las hicieran a los presos, que, bajo condiciones extremas, les condujeron a otros disidentes libios en el exilio.
Opositores al régimen de Gadafi que habían estado viviendo legalmente en Reino Unido durante años fueron detenidos por la policía británica. El Gobierno de Londres hizo un esfuerzo por deportarlos a Trípoli. Solicitantes de asilo y ciudadanos libio-británicos en Manchester y Londres fueron amenazados por los agentes de Gadafi, que fueron invitados al país para operar en las calles británicas junto al MI5. La inteligencia británica entregó detalles de las llamadas telefónicas de los vigilados a la OSE, con lo que sus parientes y amigos en Libia fueron arrestados y amenazados.
Los detalles sobre los acuerdos secretos entre los servicios de inteligencia de EEUU, Reino Unido y Libia han sido recogidos a través de entrevistas con miembros de las Administraciones, víctimas de las entregas, documentos del Gobierno británico conseguidos gracias a la Ley de Libertad de Información y el material que surgió durante una larga investigación de Scotland Yard y varias demandas civiles.
Sin embargo, lo que sigue está basado en varias cajas de increíbles documentos secretos británicos, norteamericanos y libios descubiertos en el caos creado por la revolución libia de 2011, encontrados en edificios abandonados del Gobierno, prisiones y residencias privadas de altos cargos. Muchos de los documentos más intrigantes fueron hallados por civiles y activistas de derechos humanos libios en septiembre de ese año en las oficinas de la ESO. Todos juntos ocupan miles de páginas.
Una relación muy especial
Estos documentos revelan que la relación de confianza entre el régimen de Gadafi y Occidente, y el Gobierno de Tony Blair en especial, fue mucho más intensa de lo que se conocía hasta ahora.
El resultado más conocido y publicitado del diálogo con Libia fue el anuncio del abandono de sus ambiciones sobre las armas de destrucción masiva. Otro éxito fue la firma de acuerdos multimillonarios de exploración de yacimientos de gas y petróleo. Sin embargo y de forma más discreta, la relación trajo otros frutos: secuestros, detenciones y palizas llevadas a cabo por la CIA y el MI6 o con su colaboración.
Los documentos muestran que, en su intento por acercarse a Gadafi e influir en la conducta futura del dictador, los servicios de inteligencia británicos estaban preparados para cometer graves violaciones de derechos humanos.
El 20 de septiembre de 2001, cuatro días después de que la CIA le informara sobre el programa de entrega de sospechosos, el jefe del MI6, Mark Allen, estaba sentado frente a un agente de la inteligencia libia. Los servicios de inteligencia occidentales sabían que Gadafi estaba en estado de pánico tras el 11S. El historial de Libia como Estado patrocinador del terrorismo era conocido. El Gobierno de Gadafi había estado detrás del atentado de 1988 contra un avión de Pan Am sobre la ciudad escocesa de Lockerbie con 270 muertos. Era sospechoso de estar implicado en el atentado contra una discoteca de Berlín Occidental en 1986 frecuentada por militares norteamericanos, y en la destrucción del vuelo 172 de la compañía francesa UTA en 1989 con 170 vidas perdidas. Además, Gadafi no había ocultado que había entregado armas al IRA.
Consciente de su reputación, el dictador había condenado rápidamente los atentados de Al Qaeda, pero no estaba seguro de que eso le salvara de la ira de EEUU. Según un telegrama diplomático del embajador de EEUU en El Cairo, David Welch, Gadafi había intentado “llamar a todos los líderes árabes que estaban en su agenda” solicitando una cumbre con la que convencer a EEUU de que no lanzara un ataque contra su país. Cuando llamó al rey Abdulá de Jordania, sonaba histérico, escribió Welch.
El mejor espía de Gadafi
Sentado frente a Allen, estaba uno de las pocas personas capaces de tranquilizar al líder libio. Musa Kusa se había mantenido junto a Gadafi durante más de 20 años, y por entonces era el jefe de la OSE, la organización que se creía que había organizado muchos de los atentados libios en el exterior. Gadafi confiaba en Kusa y respetaba sus consejos.
Allen y Kusa tenían muchas cosas en común. Ambos tenían algo más de 50 años, con buena formación, eran precisos en sus maneras, y bastante devotos en sus creencias religiosas respectivas: el islam y el catolicismo. Hablaban bien el idioma del otro. Ante la amenaza de Al Qaeda, ambos eran totalmente pragmáticos. Los documentos secretos muestran que Kusa ofreció a Allen información extraída a los hombres detenidos en Libia, y que ambos acordaron que sus expertos antiterroristas “deberían reunirse para afrontar juntos la amenaza a la que nos enfrentamos”.
En un mensaje posterior enviado por fax dos semanas más tarde, Allen dijo que estaba “muy interesado en operación conjuntas de infiltración” en un grupo llamado Al-Jama’a al-Islamiyyah al-Muqatilah bi-Libya (Grupo Islámico Combatiente Libio, LIFG por sus siglas en inglés). Aunque algunos miembros del LIFG se habían unido a Al Qaeda en Afganistán, sus líderes habían rechazado durante años los ofrecimientos de Osama bin Laden y estaban centrados en el derrocamiento de Gadafi. A pesar de eso, Allen creía que los miembros del LIFG podían aportar información sobre la amenaza de Al Qaeda. En concreto, mostró su interés por uno de los líderes militares del LIFG, un veterano de la guerra contra los soviéticos en Afganistán llamado Abdel Hakim Belhaj.
El 13 de noviembre de 2001, Bush firmó una orden que autorizaba el uso amplio de la tortura y las entregas de individuos. Unos pocos días más tarde, el OSE y el MI6 se reunieron de nuevo. Para entonces, según los libios, el MI6 “estaba decidido a experimentar en el reclutamiento de fuentes”.
Gran Bretaña estaba penetrando poco a poco en la guerra contra el terrorismo. A mediados de noviembre, la Ley de Antiterrorismo, Crimen y Seguridad concedió al ministro de Interior el poder de detener individuos sin juicio, y a los servicios de inteligencia más poderes para ir a por los sospechosos.
En agosto de 2002, las relaciones entre Gran Bretaña y Libia se habían restaurado aparentemente con el objetivo de lo que Blair llamaría después el “primer premio” de la cooperación sobre seguridad. Saif, hijo de Gadafi, fue admitido en la London School of Economics al segundo intento. En una conversación telefónica, Blair y Gadafi intercambiaron saludos y buenos deseos. El viceministro de Exteriores Mike O'Brien visitó a Gadafi en Sirte, el lugar de nacimiento del dictador, y le entregó una carta de Blair. Era la primera visita de un miembro del Gobierno británico desde 1984, cuando el Reino Unido cortó relaciones diplomáticas por el asesinato de la policía Yvonne Fletcher por disparos producidos desde dentro de la embajada libia en Londres.
No importaba que Gadafi fuera considerado en Oriente Medio como un tipo peligrosamente loco. Podía ser un loco, parecían pensar las instancias más altas del Gobierno británico, pero al menos era nuestro loco.
Dos buenos amigos
Buena parte del trabajo en la relación entre ambos países no lo hacían los ministros o los diplomáticos, sino agentes de inteligencia, en especial Allen y Kusa. Se reunieron con frecuencia a lo largo de 2002 y se convirtieron en buenos amigos. Regalos con dátiles y naranjas llegadas de Trípoli empezaron a aparecer en la sede central del MI6. El 20 de septiembre de 2003, en el primer aniversario de la reunión inicial de ambos, Kusa fue invitado “a una cena en el Goring”, un hotel de lujo.
Fue la primera visita de Kusa al Reino Unido en décadas. En junio de 1980, como jefe de la Oficina del Pueblo Libio, como se conocía a la embajada de su país en Londres, había concedido una entrevista extraordinaria a The Times en la que reconoció haber dado el visto bueno al asesinato de dos libios residentes en Reino Unido. Lord Carrington, entonces ministro de Exteriores, ordenó que fuera expulsado del país inmediatamente.
Y aquí estaba, 23 años después, invitado a cenar a un tiro de piedra del palacio de Buckingham. “El jefe de la delegación británica dio una calurosa bienvenida a su invitado, mostrándose feliz por su presencia”, dijo el acta libia del encuentro. No parece que hubiera ninguna discusión sobre los asesinatos que Kusa había autorizado en Londres dos décadas antes. Ni hubo ninguna mención a los diez atentados contra opositores a Gadafi en Manchester y Londres en marzo de 1984 en los que 29 personas resultaron heridas.
Hubo conversaciones acerca de “asuntos internacionales y bilaterales”, sobre compartir inteligencia y el deseo del MI6 de que Saif Gadafi estuviera seguro y cómodo durante su estancia en Londres. La conversación pasó a la presencia en Reino Unido de opositores al dictador. “Con estos individuos que residen en Reino Unido, necesitamos pruebas claras para llevar a cabo acciones contra ellos”, dijo un alto cargo del MI6.
Animados por el nuevo espíritu de cooperación, Blair escribió a Gadafi en octubre de 2002 para sugerir que se podría poner fin a las sanciones que estaban perjudicando a la industria petrolífera libia y suponiendo una pesada carga para la economía del país si él estaba dispuesto a abandonar su programa de armas de destrucción masiva que preocupaba a los gobiernos de Occidente.
Los disidentes libios en Londres
El 25 de noviembre de 2002, los libios pasaron al MI6 una lista de 79 activistas de la oposición libia, a los que se referían como “herejes”, que vivían en Reino Unido. Dijeron que la mayoría, si no todos, eran miembros o partidarios del LIFG.
Como grupo clandestino formado en 1995 por libios que habían luchado contra la Unión Soviética en Afganistán, el LIFG tenía como objetivo el derrocamiento de Gadafi y el establecimiento de un Gobierno islámico en Trípoli. Había dado a conocer su existencia a través de una serie de enfrentamientos con fuerzas de Gadafi en la zona oriental del país. Durante muchos años, tuvo dos líderes. Belhaj era su líder militar, mientras que el líder espiritual era otro hombre, Sami al-Saadi.
Mientras los líderes del LIFG nunca apoyaron los ataques de Al Qaeda contra Occidente e insistían en que sólo les preocupaba el derrocamiento de Gadafi, centenares de miembros del grupo se unieron a Al Qaeda en Afganistán tras un fracasado intento de asesinato del dictador en 1996. Después del 11S, el Gobierno de EEUU lo incluyó en la lista de organizaciones terroristas. No fue proscrito en Reino Unido, sin embargo. Muchos de sus miembros habían huido a Gran Bretaña, así como a China e Irán. Al-Saadi, su esposa Karima y sus cuatro hijos estaban entre los que residieron durante un tiempo en Londres antes de trasladarse a Teherán.
En Reino Unido, el LIFG fue tolerado por el Gobierno. Pudieron reagruparse y recaudar fondos. Sin embargo, desde finales de 2002, mientras mejoraban las relaciones de Londres y Trípoli, los residentes libios empezaron a ser interrogados en aeropuertos, y hubo redadas policiales en viviendas de Londres y Manchester.
Cuando el autor libio Hisham Matar –cuyo padre, conocido miembro de otro grupo disidente había desaparecido a manos del régimen de Gadafi– cenaba fuera de casa en Londres, empezó a sentarse mirando de frente a la puerta del restaurante. “Ninguno de nosotros nos sentíamos seguros”, escribió más tarde.
“Haré lo que quieran”
A principios de 2003, cuando fuerzas de EEUU y Reino Unido cruzaban las fronteras de Irak, Gadafi temía que después atacarían Libia. Según un diplomático, llamó al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, para pedirle “que les dijera que haré lo que quieran”.
En marzo, Blair se aseguró el apoyo del Parlamento para la guerra contra Irak, y dos días más tarde comenzó la invasión. Tres semanas después, Bagdad había caído y la guerra parecía haber acabado. El 1 de mayo, a bordo del portaaviones Abraham Lincoln, Bush dio un discurso con una gran pancarta detrás: “Misión cumplida”.
Los documentos secretos muestran que para entonces Allen se estaba reuniendo de forma regular con un alto cargo de la CIA, Stephen Kappes, para discutir formas de asegurarse de que Gadafi abandonara sus ambiciones de desarrollar armas nucleares, químicas y biológicas. Durante las conversaciones con Kusa, nunca se amenazó con sanciones. No era necesario. Los tres hombres sabían que Gadafi estaba aterrorizado por la idea de sufrir una invasión por EEUU. En las reuniones en Trípoli, los agentes del MI6 discutían no sólo el programa de armamento, sino formas de atacar a los “herejes” libios por todo el mundo. Los agentes británicos contaron a los libios que habían interceptado llamadas de Sami al-Saadi desde su casa en Teherán.
En una reunión entre la OSE, el MI6 y el MI5, los británicos pusieron sobre la mesa un documento preparado por el MI5. “Saludos del Servicio de Seguridad Británico”, decía. “Deseamos compartir con ustedes información que puede ser de su interés”. Contenía datos sobre el paradero y movimientos de opositores a Gadafi en Londres, Brighton, Peshawar (Pakistán) y Los Angeles.
El MI5 también pasó datos sobre “extremistas libios con base en Reino Unido”. La inteligencia británica estaba comenzando a vigilar a los líderes del LIFG. La OSE preguntó a los británicos si podían ayudar a capturar a Belhaj, que estaba en China con su esposa marroquí, Fatima Bouchar. El MI6 respondió que primero deberían sondear a los chinos.
Los agentes británicos eran conscientes de cómo se vería sus actividades en su país. Previo a otra reunión, el número dos de la OSE, Sadegh Krema, hizo circular un informe interno en el que advirtió de que los británicos estaban especialmente nerviosos al recordar que la reunión debería seguir siendo “confidencial”, porque “la situación política y legal (en Gran Bretaña) es complicada”.
Mientras tanto, en Irak EEUU y sus aliados empezaban a descubrir que la misión estaba lejos de estar cumplida. El 7 de agosto, un coche bomba explotó frente a la embajada jordana en Bagdad y mató a 17 personas. Doce días más tarde, una bomba inmensa colocada en una hormigonera destruyó la sede de la ONU en el hotel Canal en Bagdad y mató al enviado especial de la ONU, Sergio Vieira de Mello, y otras 21 personas. Se estaba formando una insurgencia implacable.
La confianza en las razones que habían conducido a la guerra se estaba evaporando en Londres y Washington. El jefe del Grupo de Vigilancia de Irak, un organismo multinacional para encontrar las armas de destrucción masiva de Sadam, anunció que había pocas pruebas de que poseyera alguna.
Si EEUU y Reino Unido eran capaces de desarmar con éxito a Gadafi y relacionarlo con la guerra en Irak, la invasión podría no parecer un error ruinoso. Fue entonces cuando en el Mediterráneo los aliados tuvieron un golpe de suerte.
Un barco con destino a Libia
El BBC China, un carguero registrado en Alemania, abandonó el Canal de Suez el 4 de octubre y se dirigió hacia Libia. Buques italianos interceptaron el barco y le obligaron a dirigirse al puerto de Taranto. El registro descubrió que cinco contenedores etiquetados “piezas de maquinaria usada” albergaban miles de componentes de centrifugadora para el programa de enriquecimiento de uranio de Gadafi.
El origen de esos componentes estaba en Malasia, donde habían sido montados por orden de Abdul Qadeer Khan, el científico nuclear paquistaní al que se considera el padre de la bomba nuclear de su país, así como responsable de haber prestado asesoramiento a los programas nucleares de Corea del Norte e Irán.
Allen invitó a Kusa a que volviera al Reino Unido. Fue una reunión de 90 minutos en el Bay Tree, un hotel de cinco estrellas en los Costwolds, a sólo diez minutos en coche de la base de la RAF en Brize Norton. Las actas libias de la reunión explican que Allen y Kappes entregaron mensajes personales para Gadafi en nombre de Blair y Bush, antes de ir al grano: sabían que los libios estaban acelerando su programa de armas nucleares mientras fingían que lo estaban desmantelando.
Kusa respondió prometiendo que el Gobierno libio pondría fin al programa y aceptó que en esos momentos “no hay opción para evasivas o engaños”.
Once días más tarde, un equipo de inspección de EEUU y Reino Unido con 13 personas, dirigido por Kappes y Allen, llegó al aeropuerto de Mitiga de Trípoli. Según las informaciones periodísticas de días posteriores, descubrieron pruebas que indicaban que el programa de armas químicas era rudimentario y que no había pasado por los ensayos necesarios, además de un programa de armas nucleares que estaba en una fase probablemente avanzada. Se comenzó el trabajo para desmantelar y sacar del país los diseños, centrifugadoras y otros materiales. En torno a 13 kilos de uranio enriquecido al 80% fue trasladado fuera con la ayuda de Rusia. Todo el proceso se completó en sólo cuatro meses.
Fue un éxito para Washington y Londres, decididos a sacar todo el partido de su valor propagandístico. De vuelta a Londres, en el Travellers Club de Pall Mall, Allen se vio con Robert Joseph, alto cargo del departamento de antiproliferación nuclear del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, para discutir el contenido del comunicado que Gadafi iba a hacer con el anuncio de que había abandonado sus ambiciones sobre las armas de destrucción masiva.
Se acordó que Gadafi haría el anuncio en la televisión libia el 19 de diciembre. Blair y Bush harían después sus respectivas declaraciones públicas. Tan caprichoso como siempre, Gadafi decidió en el último momento que no lo haría –aparentemente, prefería ver un partido de fútbol en televisión–, y dejó que su ministro de Exteriores leyera el comunicado.
En sus respuestas, Bush y Blair no mencionaron a Irak, pero sí aludieron a la invasión. “Hemos demostrado determinación”, dijo Bush. “De palabra y de obra, hemos dejado claras las opciones que quedan a nuestros potenciales adversarios”, añadió Blair. “Los hechos recientes y la determinación política” habían hecho que el mundo fuera más seguro, dijo. Los partidarios de la guerra de Irak publicaron artículos para afirmar que el desarme de Gadafi demostraba que la guerra estaba justificada.
En Nochebuena, Allen envió una carta a Kusa, a través de un correo de la OSE que acababa de llegar a Londres con más dátiles y naranjas. “Ha sido todo un privilegio trabajar con usted”, escribió. “En estos momentos sagrados de paz, le ofrezco mi admiración y mis felicitaciones”.
Pero la suspensión de las ambiciones nucleares de Gadafi no iba a ser el final de esa colaboración.
El secuestro de los sospechosos
En febrero de 2004, el jefe militar del LIFG, Abdel Hakim Belhaj, y su esposa, Fátima Bouchar, que estaba embarazada de cuatro meses y medio, intentaron subir a un vuelo de Pekín a Londres, donde esperaban poder solicitar asilo político. Pero las autoridades chinas no lo permitieron y les deportaron a Malasia. A su llegada a Kuala Lumpur, fueron detenidos.
Entre los documentos secretos descubiertos años después en la oficina de Kusa estaba un fax del MI6, con fecha de 1 de marzo de 2004, que informaba a los libios de la localización de la pareja, así como copias de las cartas enviadas por Kusa al embajador de Malasia en Libia solicitando su participación. También había un fax de la CIA, con fecha de 6 de marzo de 2004, acerca de “la captura y entrega” de Belhaj: “Planeamos asumir el control de la pareja en Bangkok y colocarlos en un avión con destino a su país”.
La noche siguiente, las autoridades de Malasia pusieron a la pareja en un vuelo comercial a Londres, vía Bangkok. En Bangkok, fueron sacados del avión, les pusieron una capucha en la cabeza y los llevaron un centro de detención de la CIA en algún lugar situado dentro del aeropuerto internacional Don Mueang.
Belhaj afirma que fue golpeado y colgado de unos ganchos, mientras le castigaban con música a un volumen altísimo. Bouchar me dijo que la separaron de su marido. Temía que lo iban a matar. “Me llevaron a una celda, me encadenaron la muñeca izquierda a la pared y los dos tobillos al suelo. Podía sentarme, pero no moverme”.
Bouchar fue encadenada a la pared durante cinco días. Le dieron agua, pero no comida. “Sabían que estaba embarazada. Era obvio”. Le obligaron a quedarse tumbada en una camilla a la que quedó fijada de la cabeza a los pies con cinta aislante. Le pusieron una capucha y le taparon los oídos. No podía moverse, oír ni ver. “El ojo izquierdo lo tenía cerrado cuando me pusieron la cinta, pero el derecho estaba abierto. Fue una agonía”.
Tras cinco días, la pareja fue enviada a Trípoli en un vuelo de 17 horas. Al llegar, fueron trasladados por separado a la prisión de Tajura, al este de la ciudad. Belhaj dice que Kusa le recibió personalmente. Luego le encadenaron a una pared y le golpearon. Casi inmediatamente, el MI5 y el MI6 empezaron a enviar preguntas que querían que los libios usaran en el interrogatorio. Muchas tenían que ver con la vida de otros disidentes libios en todo el mundo. Y las preguntas no paraban de llegar. Están todas en los documentos secretos encontrados en Trípoli: son más de 1.600 preguntas.
La visita de Blair
Nueve días después de la llegada de la pareja a Tajura, Allen envió a su amigo Kusa el fax más destacable de toda la serie. Comenzó expresando su gratitud hacia su amigo por la preparación de la visita de Tony Blair a Gadafi. Explicaba que Blair viajaría con periodistas y que le gustaría reunirse con “el Líder” (Gadafi) en su tienda. “Lo cierto es que a los periodistas les encantará”, escribió Allen.
Luego felicitó a Kusa por “la llegada segura” de Belhaj. “Es lo menos que podíamos hacer por usted y por Libia para demostrar la destacada relación que hemos construido en estos últimos años”. Añadió que resulta “divertido” que la CIA pidiera al MI6 canalizar todas las peticiones de información sobre Belhaj a través de ellos. “No tengo ninguna intención de hacer eso. La inteligencia... es británica. Ya sé que no pagué por la carga del avión, pero creo que tengo el derecho de tratar directamente con usted sobre este tema”.
Blair visitó Libia por primera vez el 25 de marzo de 2004, seis días después de que Allen enviara ese fax. Después de las fotografías dando la mano a Gadafi, anunció que Libia “ha encontrado una causa común con nosotros” en la lucha contra el extremismo y el terrorismo“. Al mismo tiempo, se anunció en Londres que el gigante petrolífero angloholandés Shell había firmado un acuerdo de 110 millones de libras para la exploración de yacimientos de gas en la costa libia.
Dos días después, se produjo una segunda operación de entrega. El líder espiritual del LIFG, Sami al-Saadi, también fue trasladado desde China con su esposa Karima y sus cuatro hijos. La familia había viajado a Hong Long después de que Al-Saadi preguntara al MI5 a través de un intermediario si le permitirían regresar a Londres. Tenía la impresión de que diplomáticos británicos en Hong Kong le harían algunas preguntas. En vez de eso, toda su familia fue detenida por las autoridades de inmigración de Hong Kong.
“Pensaba que nos iban a matar a todos”
La hija mayor de Al-Saadi, Jadiya, entonces de 12 años, recuerda que ella y sus hermanos Mostafá, de 11 años, Anes, de nueve, Aroua, de seis, fueron separados de sus padres antes de que subieran a un avión de una compañía egipcia, que estaba vacío, excepto un pequeño grupo de hombres libios.
“Después de un tiempo, me dejaron ir al siguiente compartimento a ver a mi madre”, explica. “Estaba llorando. Me dijo que nos llevaban a Libia. Al principio, no le creí. Luego, me di cuenta de que era verdad y tuve mucho miedo. Pensaba que nos iban a matar a todos. Luego, me dijeron que fuera a ver a mi padre a decirle adiós. Estaba esposado a un asiento en otro compartimento y tenía una vía en un brazo. Me desmayé”.
Después de que el avión aterrizara en Trípoli, Jadiya vio que sacaban a sus padres encapuchados y con las piernas atadas con alambre. A Mostafá y Anes les habían tapado los ojos. La familia fue trasladada en un convoy de vehículos a la prisión de Tajura.
Al-Saadi dice que fue golpeado, amenazado y torturado con electricidad. Jadiya sabía que su padre estaba siendo torturado. Cada pocos días, le dejaban a él ver a su familia durante unos pocos minutos antes de llevárselo otra vez. “Creo que lo hacían para aumentar la presión sobre él”.
Los niños decidieron hacer una huelga de hambre, “pero no les importaba si comíamos o no”. Los niños fueron liberados, junto a su madre, después de 10 semanas y les permitieron matricularse en una escuela. Al-Saadi, al igual que Belhaj, pasó seis años en las prisiones de Gadafi.
Más adelante en ese verano, Allen dejó el MI6 y fue nombrado asesor de BP (British Petroleum). Al final del año, recibió el titulo de Sir.
Deportar a los exiliados libios
En 2005, el LIFG fue ilegalizado en Reino Unido. Tres de sus miembros fueron procesados por facilitarles fondos y pasaportes falsos, y condenados a entre 22 y 45 meses en prisión. Otros partidarios del LIFG fueron detenidos gracias a información arrancada bajo tortura a Belhaj y Al-Saadi. Les impusieron ordenes de control, es decir fueron arrestados a la espera de ser deportados a Libia. Algunos había recibido asilo político por haber sido perseguidos por el régimen de Gadafi y habían vivido sin crear problemas en Reino Unido desde hace años. Pero ahora parecía que las órdenes de control estaban utilizándose como instrumentos de la diplomacia internacional.
El Gobierno británico firmó un acuerdo con el libio por el que Gadafi prometía no ejecutar, torturar o maltratar a los que fueran forzados a regresar al país. En un momento dado, el Gobierno británico sugirió –con total seriedad– que la aplicación del acuerdo fuera vigilada por un organismo llamado Fundación Gadafi, dirigido por Saif, el hijo del dictador.
El historial de derechos humanos de Libia era tan deplorable que el Gobierno nunca pudo deportar a los detenidos. En todas las sentencias, los tribunales decretaron que los que volvieran a su país no tendrían ninguna posibilidad de disfrutar de un juicio justo.
En abril de 2007, Blair envió una carta personal a Gadafi: “Querido Muamar. Confío en que tú y tu familia estéis bien. Lamento comunicarte que el Gobierno británico no ha tenido éxito en la reciente decisión de los tribunales sobre las deportaciones a Libia”. Blair agradeció a Gadafi la ayuda concedida al Gobierno británico en el intento de conseguir las deportaciones y por la “excelente cooperación” entre los servicios de inteligencia de los dos países. “Con los mejores deseos, Tony”, firmó.
Preocupados quizá por el veredicto de los tribunales, los británicos estaban nerviosos por que las operaciones conjuntas con Libia se hicieran públicas. El MI5 avisó de que se deberían tomar medidas “para evitar verse implicados en problemas legales y evitar que los planes conjuntos puedan ser descubiertos por los abogados, las organizaciones de derechos humanos y los medios de comunicación”.
Mientras tanto, en Trípoli, Belhaj y Al-Saadi eran interrogados por dos agentes de inteligencia británicos. En una ocasión en que les dejaron solos con ellos, Belhaj les indicó que estaban siendo grabados, les mostró las cicatrices de los brazos y le mostró con gestos que le habían colgado de los brazos y golpeado. Los británicos le entendieron, dice: uno hizo una señal con el pulgar y el otro asintió.
Y no es que la inteligencia británica pensara que la detención e interrogatorios de estos hombres hubieran hecho que el Reino Unido, o el mundo, fuera un lugar más seguro.
Entre los documentos descubiertos hay un informe del MI5 preparado antes de la visita a Trípoli de febrero de 2005 con la inscripción “Secreto, sólo UK/Libia”, que contiene una afirmación sorprendentemente sincera. La detención de Belhaj y Al-Saadi había dejado al LIFG “en un estado de confusión”, decía el informe, antes de añadir que estos hombres habían conservado celosamente la independencia del grupo lejos del movimiento yihadista mundial. Pero en su ausencia el grupo estaba cayendo bajo la influencia de otros que le presionaban para que aceptara los objetivos de Al Qaeda.
La huida del espía
La carta de Blair –“Querido Muamar”– fue uno de los primeros documentos que fueron desvelados cuando la insurrección libia estalló cuatro años más tarde. El 16 de febrero de 2011, inspirados por las revoluciones de Túnez y Egipto, hubo manifestaciones en la ciudad de Bayda por el derrocamiento de Gadafi. Ocho meses después, los rebeldes, con la ayuda de la OTAN, acabaron con el régimen. Belhaj jugó un papel importante en la insurrección y fue nombrado líder de la milicia que controló la capital.
El 20 de octubre, herido y rodeado en Sirte, Gadafi se escondió en un colector en las afueras de la ciudad. Un vídeo grabado con un teléfono móvil registró los últimos momentos del dictador cuya amistad Londres había hecho tanto por cultivar. Fue arrastrado por el suelo, golpeado, apuñalado por la espalda y asesinado. Tres de los hijos de Gadafi murieron también y Saif, capturado por los insurgentes, fue abandonado por sus amigos de Londres y pasó seis años en prisión.
Un alto cargo del régimen salió ileso. Musa Kusa había abandonado el país después de decir a Gadafi que necesitaba tratamiento médico en Túnez. Allí cogió un vuelo privado y huyó al Reino Unido. Se reunió de inmediato con agentes del MI6. Poco después, se fue a vivir a Qatar.
Para entonces, ya se habían descubierto y habían sido publicados los primeros documentos de la inteligencia libia. Al conocerse el papel del MI6 en el secuestro de Belhaj, Al-Saadi y sus familias, Richard Dearlove, jefe de la agencia en ese momento, difundió un poco habitual comunicado para defender la actuación del MI6. Los ministros del Gobierno habían aprobado su conducta, dijo. “Fue una decisión política para conseguir un desarme significativo de Libia y la cooperación de su Gobierno en relación al terrorismo islámico”.
Como consecuencia del descubrimiento de los documentos, Belhaj, Al-Saadi y otros que habían sido detenidos y sometidos a órdenes de control en Reino Unido, o habían visto incautados sus fondos en bancos por la información extraída a los presos de Gadafi, denunciaron en los tribunales al Gobierno británico y al MI6 por el trato sufrido.
Al-Saadi llegó a un acuerdo por el que el Gobierno británico le pagó 2,23 millones de libras en compensación sin admitir ninguna responsabilidad. Belhaj demandó no sólo al Gobierno, sino también a Allen y a Jack Straw, que había sido ministro de Exteriores y por tanto responsable político del MI6 en el momento en que la agencia colaboró con los secuestros.
Belhaj reclamó una indemnización de sólo tres libras –una por el Gobierno y otras dos por Allen y Straw– siempre que su esposa y él recibieran una disculpa pública y completa. No era probable que eso sucediera. Scotland Yard había iniciado una investigación penal sobre el papel de la agencia en las operaciones en que los libios habían sido capturados. Admitir la responsabilidad hubiera obligado a ordenar detenciones.
La investigación, con el nombre de Operación Lydd, transcurrió durante más de tres años. Straw, que siempre ha negado haber sido cómplice de las detenciones, fue interrogado como testigo. Allen, que se ha negado a hacer declaraciones sobre el tema, era el sospechoso. Se enfrentaba a acusaciones de ayudar, instigar o facilitar los delitos de secuestro, detención ilegal, asalto o tortura. El informe policial contenía pruebas de que Allen había estado en contacto con Kusa en relación a las operaciones de detención y entrega. Sin embargo, en junio del año pasado, la Fiscalía decidió que no había pruebas suficientes para procesar a Allen.
Las detenciones de libios fueron examinadas durante una breve investigación parlamentaria sobre el papel del Reino Unido en el maltrato de presos después del 11S. Fue puesta en marcha por el Gobierno de coalición de conservadores y liberales demócratas tras las elecciones de 2010, pero se clausuró al comenzar la investigación policial. La tarea se encomendó al Comité de Inteligencia y Seguridad del Parlamento. Cuatro años después, el Comité aún no ha presentado sus conclusiones.
Los abogados británicos de Belhaj presentaron un recurso contra la decisión de la Fiscalía de no procesar a Allen sin que hasta ahora se haya celebrado una vista en el Tribunal Supremo. Los abogados del Gobierno litigaron durante cuatro años para que su demanda fuera rechazada y finalmente perdieron en el Supremo a principios de 2017. Se ha convocado una vista para el próximo año.
En 2011, Eliza Manningham-Buller, directora general del MI5 entre 2002 y 2007, preguntó “si el Reino Unido se había mantenido a la distancia adecuada” en sus tratos con el dictador libio. De hecho, la historia del intento británico de convertir a Libia en un aliado cuenta con un incómodo epílogo.
El Consejo Nacional de Transición, formado tras la muerte de Gadafi, descubrió en un remoto almacén en el sureste de Libia que el dictador había guardado un arsenal de armas químicas. Resulta que Gadafi nunca clausuró por completo su programa de armamento. Londres y Washington habían llegado a un acuerdo con uno de los peores dictadores y éste les había engañado.