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The Guardian en español

OPINIÓN

La guerra comercial del Brexit se puede volver esta vez en contra de Boris Johnson

Un activista disfrazado de Boris Johnson protestando por las políticas del Reino Unido en la Cumbre de Glasgow.
12 de noviembre de 2021 22:30 h

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Cuando tiene problemas, Boris Johnson huye a su zona de confort. Ya ha sabido utilizar el caos del Brexit a su favor, y puede que lo haga de nuevo. Puede que Johnson quiera aumentar la tensión para desatar represalias por parte de la UE, y así culpar a Bruselas y al presidente Macron. Pero esto no sería más que una distracción de su montón de problemas.

Esta semana Boris Johnson tal vez ha percibido indicios de su mortalidad política. Los periódicos que más le han apoyado se han vuelto contra él por las acusaciones de corrupción dirigidas a su Gobierno: han sido no solo el Daily Mail y el Sun, sino también el Express. El director de The Spectator critica en su portada a la “corte del caos” del primer ministro. Johnson ha ordenado a los diputados tories que se humillen en público votando a favor de la corrupción en el Parlamento.

Ahora bien, puede que no le obedezcan tan fácilmente. Ya ha traicionado a los sectores de izquierda y de derecha de su partido con sus maquinaciones, llevando a sus parlamentarios a dar 43 vertiginosos giros de 180 grados. Su popularidad está en un mínimo récord y el liderazgo de su partido se ha perdido. Entonces, ¿hacia dónde se dirige?

Johnson no tiene refugio en ningún área de la política. El Servicio Nacional de Salud Británico (NHS, por sus siglas en inglés) está desbordado por la ola del coronavirus desde el verano (con una incidencia por encima de 700 casos por 100.000 habitantes cada 14 días), con un duro invierno y una temporada de gripe por delante. La crisis de la asistencia social está bloqueando las camas del NHS (¿aunque no había dicho Johnson que su aumento de los impuestos lo solucionaría?). Tampoco ha conseguido ningún reconocimiento por su liderazgo en el G7 ni en la COP26.

La crisis del coste de la vida ejerce presión en los hogares, mientras que los que han perdido subsidios están atravesando tremendas dificultades. Mientras el primer ministro fija la mirada sobre sus secuaces estúpidos sentados alrededor de la mesa de su Gobierno, cada uno de ellos lidera un departamento en problemas.

Guerra comercial

Pero a Johnson siempre le quedará el Brexit. Tras un mes de conversaciones infructuosas, Lord Frost sugirió esta semana en la Cámara de los Lores que suspender la parte de Irlanda del Norte del acuerdo del Brexit será la “única opción” si las negociaciones fracasan. Frost dice que ya se ha alcanzado el umbral para invocar el artículo 16, que suspendería el acuerdo: una afirmación equivalente a declarar la guerra comercial.

En declaraciones a los embajadores de la UE posteriores a esas tortuosas conversaciones, el vicepresidente de la Comisión Europea, Maroš Šefčovič, advirtió de “graves consecuencias”. Ursula von der Leyen salió de la Casa Blanca con el apoyo del presidente Joe Biden a las represalias en caso de que Reino Unido suprima el protocolo de Irlanda del Norte.

A Frost le gusta provocar. Qué descaro exhortar a la UE a “mantener la calma” y a “alejarse de la confrontación” mientras acusa al bloque de proteger “sus propios intereses” antes que “apoyar el proceso de paz y al pueblo de Irlanda del Norte”. La paz en Irlanda del Norte es un asunto de poca importancia para Johnson, pero si él fomenta la tensión, la culpa recae directamente sobre él.

Una guerra comercial tarda en desarrollarse. A la activación del artículo 16 le seguiría un plazo de enfriamiento de un mes y, a continuación, conversaciones y más conversaciones. Hace falta un año entero antes de poder rescindir un acuerdo comercial. Puede parecer un tiempo muy extenso para un primer ministro que nunca piensa más allá del día siguiente.

Johnson no tiene muchas armas, por lo que ya ha lanzado la amenaza autodestructiva de retirarse de los programas conjuntos de investigación Horizonte Europa de la UE y eliminar los 15.000 millones de libras aportados por Reino Unido, para horror de los científicos británicos, que temen quedar aislados del centro de la discusión.

¿Por qué habrían de atenerse los franceses, con unas elecciones en ciernes, al calendario de la guerra comercial británica? Podrían ralentizar legalmente el tráfico en puertos británicos con controles cada vez más exhaustivos a los camiones, provocando colas que lleguen tierra adentro. Tal vez Johnson quiera estas represalias para suscitar la indignación contra Francia y la UE, con el fin de volver a reunir a su antigua alianza de 'leavers' (los favorables del Brexit) para una segunda batalla de Azincourt de valientes ingleses contra las filas de la UE.

Pero esto podría resultar ser otro campo minado para la política, antes que una distracción útil. ¿Y si las cadenas de suministro se atascan y la gente empieza a relacionar el estancamiento salarial y la subida de precios con la pérdida del 4% del PIB que la Oficina para la Responsabilidad Presupuestaria ha achacado al Brexit? ¿Y si la mayoría de la gente está harta del Brexit interminable, que creían que ya estaba “hecho”?

Mal Brexit

Las encuestas actuales nos dan una idea. En What the UK Thinks (Qué piensa Reino Unido), de NatCen, se pregunta: “¿Cuán bien o mal cree que le está yendo al Gobierno en la negociación y gestión de la salida de Reino Unido de la UE?”. A esto el 57% responde que mal; el 31%, que bien. “¿Cree que el Brexit está teniendo un impacto general bueno o malo en la economía en su totalidad?”. Aquí el 44% dice malo; el 25%, bueno. “En retrospectiva, ¿cree que Reino Unido hizo bien o mal en votar para salir de la UE?”. Esta vez, el 39% dice que fue lo correcto, mientras que el 48% opina lo contrario. Por supuesto, todo esto podría derivar en un jaleo patriótico antifrancés, pero las cifras sugieren un entendimiento creciente de las mentiras del Brexit.

Si Johnson aviva las llamas de esta agitación, podría empezar a cobrar fuerza la promesa de Keir Starmer de “hacer que el Brexit funcione”. En un contexto de caos causado por el Brexit, dejar que “los adultos” se sienten a allanar los obstáculos comerciales puede parecer una posibilidad atractiva. Mientras Reino Unido no se sitúe por debajo de las normas de seguridad y alimentación de la UE, podríamos dejar que el comercio fluya. La opción “soberana” de fijar nuestras propias reglas se mantendría, pero, en cualquier caso, ¿quién quiere que estas pierdan su validez? Podríamos llegar a un acuerdo para que los músicos y artistas vendan sus mercancías en el continente.

Todo esto requeriría pasar de puntillas. Cualquier sugerencia de reincorporación al mercado único haría que los laboristas 'remoaners' (un “remainer quejica”, término despectivo sobre quienes están a favor de permanecer en la UE) sean acusados de utilizar la puerta de atrás del Brexit. Pero con el tiempo, las empresas británicas que miren al otro lado del mar de Irlanda podrán ver cómo Irlanda del Norte florece al mantenerse dentro. De hecho, la patronal de fabricantes de Irlanda del Norte me habla de un aumento del 61% en las ventas a Irlanda y de carteras de pedidos repletas de ventas derivadas del resto del territorio británico. La guerra comercial de Johnson luce cada vez más como una oportunidad para los laboristas.

Las voces más sabias advierten a Johnson de que dé un paso atrás. Si se activa el artículo 16, observadores expertos, como Anand Menon, de The UK in a Changing Europe, creen que todavía se puede llegar a un acuerdo limitado que se imponga sobre algunos obstáculos comerciales. Pero es imposible por ley revocar la firma de Reino Unido del acuerdo que establece que el Tribunal Europeo de Justicia oficie como árbitro de las disputas comerciales. En este sentido, Johnson se ha acorralado: ¿hará un compromiso humillante o seguirá luchando por mera diversión política, sea cual sea el daño y los riesgos para la paz en Irlanda del Norte?

Traducción de Julián Cnochaert.

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