OPINIÓN

La guerra de Rusia contra Ucrania ha obligado a Alemania a cambiar

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Tal vez la habilidad de sorprender no sea lo primero que viene a la mente cuando se piensa en Alemania. Pero a la vista del rumbo tomado por el país desde que Rusia inició su guerra de agresión contra Ucrania es posible que los alemanes hayamos terminado sorprendiéndonos a nosotros mismos.

Hace solo dos años llegaban a Alemania miles de millones de metros cúbicos de gas procedentes de Rusia a través del gasoducto Nord Stream 1, entre otros. Los combustibles fósiles rusos abastecían entonces a una gran parte de nuestro consumo energético. Hoy los hemos reducido a cero.

Hace solo dos años, la idea de que Alemania diera tanques, obuses y sistemas antiaéreos a una zona de guerra habría parecido descabellada, como mínimo. Hoy Alemania es uno de los principales suministradores de armas para la autodefensa de Ucrania.

El cambio radical no solo se ha dado en la forma en que mi país percibe las amenazas contra su propia seguridad. También en cómo hemos reconsiderado nuestra responsabilidad en el mundo actual de ser un país líder en el que nuestros socios puedan confiar.

El peso de la historia

Tras los horrores desencadenados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, la política exterior de nuestro país se ha regido por una premisa: que la guerra no vuelva a originarse nunca más en suelo alemán. Después de 1945, la primera fase de la política exterior de mi país fue recuperar la confianza de sus antiguos enemigos, a los que estaremos eternamente agradecidos por habernos tendido la mano readmitiéndonos en el conjunto de las naciones.

La evolución de las décadas siguientes es demasiado compleja como para hacerle justicia aquí, pero hay ciertos hitos que llaman la atención. Durante décadas, los gobiernos alemanes aplicaron lo que llegó a conocerse como la “diplomacia del talonario”, basándose en la idea de que podíamos contribuir a la resolución de conflictos aportando dinero en efectivo en vez de soldados.

Con los años 90 vino una tercera fase que empezó, de manera gradual, con la participación de Alemania en misiones dirigidas por la ONU. Luego vinieron las insoportables imágenes de las guerras de los Balcanes y Alemania tuvo una participación mucho más activa en las fuerzas dirigidas por la OTAN en Kosovo.

Fue una decisión importante para nuestro país y no porque atentara contra nuestra historia, sino porque era nuestra historia la que la explicaba. Como dijo el entonces ministro de Exteriores, Joschka Fischer, el compromiso adquirido por Alemania por su responsabilidad en el Holocausto implicaba un “nunca más a la guerra” pero también un “nunca más a Auschwitz, un nunca más al genocidio”.

El compromiso con los valores de la Carta de las Naciones Unidas, así como con el derecho penal internacional, ha llevado a Alemania a apoyar a sus socios en misiones de la ONU por todo el mundo. Tras el 11-S, Alemania apoyó a Estados Unidos y a sus socios desplegando en Afganistán a la Bundeswehr [las fuerzas armadas de Alemania].

Nuevo giro

En mi opinión la embestida de Rusia contra Ucrania ha provocado un nuevo giro fundamental que está dando lugar a una cuarta fase de la política exterior, y es la forma en que percibimos las amenazas contra nuestra propia seguridad en el corazón de Europa.

Nuestra seguridad no se puede dar por garantizada. Durante demasiado tiempo hemos desoído las advertencias de nuestros vecinos del Este pidiendo que nos tomáramos en serio las amenazas de Rusia. Aprendimos que “confiar en que ocurra lo mejor” no alcanza cuando se trata de lidiar con un presidente cada vez más autocrático. A pesar de todos nuestros intentos de construir una arquitectura de seguridad europea junto a Rusia, nuestra interacción económica y política tampoco ayudó al régimen de Moscú a transitar hacia la democracia.

Tras el estallido de la guerra, una colegiala de Vilna, en Lituania, que vive a poca distancia en coche de la frontera con Rusia y Bielorrusia, me preguntó: “¿Podemos contar con vosotros?”. “Podéis”, fue mi respuesta de todo corazón.

Los alemanes nunca olvidaremos que nuestra libertad en un país reunificado también se la debemos a nuestros aliados y a nuestros vecinos del Este. Ellos estuvieron para apoyarnos cuando los necesitamos y ahora nosotros estaremos para ellos porque la seguridad de Europa del Este es la seguridad de Alemania.

Sabemos que en el futuro cercano la Rusia del presidente Putin seguirá siendo una amenaza a la paz y a la seguridad en nuestro continente y que tendremos que organizar nuestra seguridad contra la Rusia de Putin, no con ella.

En la que es la primera estrategia de seguridad nacional de Alemania, exponemos cómo queremos asumir nuestra responsabilidad, dentro y fuera de Europa, con una política de seguridad integral para esta nueva fase de la política exterior.

No repetir errores

En primer lugar, significa intensificar el compromiso con nuestra familia euroatlántica. Estamos reforzando la OTAN como garante de nuestra seguridad colectiva. Estamos reforzando nuestra capacidad militar con un paquete inédito de 100.000 millones de euros y estamos comprometiéndonos con el objetivo de gasto en defensa fijado por la OTAN. Estamos construyendo una Unión Europea geopolítica que abre sus puertas a miembros nuevos, como Ucrania, Moldavia, los países de los Balcanes Occidentales y, más adelante, también a Georgia.

Con dolor hemos aprendido que la seguridad no es solo protegerse de guerras y de crisis. También hay que evitar las vulnerabilidades económicas. Las decisiones sobre dónde compramos nuestro gas, nuestro petróleo o nuestra tecnología tienen implicaciones de seguridad. Tenemos que prepararnos para no repetir los errores del pasado.

Los sistemas rivales tratan de ampliar su esfera de influencia por medio de su peso económico. En un mundo globalizado no nos parece una opción desvincularse de China pero tenemos que esforzarnos en reducir riesgos y vulnerabilidades. Diversificar es invertir en seguridad.

Estamos reforzando nuestras asociaciones estratégicas mundiales. Si queremos que en el mundo del futuro rijan nuestras normas comunes, basadas en la Carta de las Naciones Unidas, tenemos que demostrar su valía aportando soluciones que se ajusten a las necesidades de nuestros socios en las esferas de seguridad, comercio y lucha contra la crisis climática. Si fracasamos, dejaremos el espacio libre para que lo ocupen otros países que no comparten nuestro firme compromiso con los derechos humanos y el derecho internacional.

La guerra de agresión de Rusia ha significado una ruptura en el mundo. En mi país la guerra ha abierto un capítulo nuevo y ha redefinido nuestra forma de promover la paz, la libertad y la sostenibilidad mundial como un socio que asume su liderazgo. Para algunos, puede resultar sorprendente. En mi opinión, es más importante que eso: es una cuestión de responsabilidad.

Annalena Baerbock es la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania

Traducción de Francisco de Zárate.