En la televisión pública, los militares leen con calma un comunicado en el que anuncian la toma del poder. En las calles de la capital, las multitudes celebran y vitorean, mientras que, fuera de su país, el golpe de Estado es rotundamente condenado.
Esta escena se ha repetido en múltiples ocasiones en África occidental durante los últimos tiempos: en Mali en 2020 y de nuevo en agosto del año pasado; en Guinea en septiembre; y en Burkina Faso hace dos semanas. También se han producido golpes en el este, en Chad y Sudán. Hace tan solo unos días, el martes de la semana pasada, hubo un intento de golpe en Guinea-Bisáu.
En una cumbre urgente de líderes de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), celebrada el pasado jueves, el presidente de Ghana, Nana Akufo-Addo, puso de manifiesto la alerta en las capitales de la región. “La amenaza emergente en nuestra región (...) resulta de la injerencia militar en Mali y de su influencia contagiosa en Guinea y Burkina Faso”, dijo.
La CEDEAO no impuso sanciones de forma inmediata contra Burkina Faso, como sí hizo tras los golpes de Estado en Mali. Su falta de oposición a los controvertidos cambios constitucionales y a los fallos democráticos ha alimentado las dudas sobre su eficacia a la hora de apoyar regímenes democráticos y evitar los golpes de Estado.
En Mali, Chad, Burkina Faso y Guinea, militares jóvenes, de entre 38 y 41 años y procedentes en su mayoría de unidades de fuerzas especiales, tomaron el poder que estaba bajo control de líderes envejecidos y elegidos democráticamente. Aunque los contextos específicos difieren en cada país, son numerosos los factores subyacentes y los grandes desafíos a los que se enfrentan algunos países de la región.
El conflicto yihadista
En todo el Sahel, el conflicto yihadista que comenzó en Mali hace más de una década ha dejado a millones de personas expuestas a ataques incesantes y ha provocado una de las peores crisis humanitarias del mundo. Los yihadistas se han aprovechado de los fracasos de los gobiernos a la hora de atajar la corrupción y facilitar una gobernanza inclusiva en países de bajos ingresos y diversidad étnica. El impacto de la crisis climática ha acrecentado la incertidumbre en una región que depende de la agricultura. Otros factores son la falta de oportunidades para las poblaciones jóvenes, en rápido aumento, y la proliferación de armas.
Los líderes golpistas de Burkina Faso y Mali citaron el incremento de la inseguridad. En Guinea, los militares criticaron la corrupción política tras unas reñidas elecciones.
En Burkina Faso, antes del reciente golpe de Estado, había un enfado generalizado con el Gobierno, especialmente a causa de la magnitud de los asesinatos en masa perpetrados por grupos yihadistas durante el último año. La insurgencia ha dejado 1,5 millones de personas desplazadas en el país.
“Está muriendo gente todos los días. Los soldados están muriendo. Hay miles de desplazados”, dijo a la agencia AP un manifestante que festejó la toma de poder de parte de los militares. “Esta es una oportunidad para que Burkina Faso conserve su integridad”, indicó.
En noviembre, 53 personas, incluidos 49 miembros de la gendarmería, murieron tras el ataque yihadista a un campamento en Inata. Se informó que muchos de los efectivos murieron de hambre, ya que la base se había quedado sin suministros de alimentos, dice Ibrahima Maiga, activista y cofundador de Movement to Save Burkina Faso (Movimiento para Salvar Burkina Faso), un destacado grupo de protesta.
“El presidente [Roch Kaboré] no ha ido nunca al entierro de ningún soldado muerto en los últimos seis años. Rara vez ha visitado a los soldados que resultaron heridos en combate. La gente tenía la sensación de que jamás le había importado”, dice, y sostiene que los cambios efectuados por Kaboré en los altos cargos del Gobierno y del Ejército a finales del año pasado no fueron suficientes.
Los manifestantes del grupo liderado por Maiga celebraron el golpe. El nuevo régimen tiene planeado conversar con grupos de la sociedad civil en los próximos días, tras haberse reunido con grupos opositores.
“Los militares cuentan con la confianza de mucha gente”, indica Maiga, y defiende que la cuestión “democracia o dictadura militar” se ha vuelto menos importante a causa de la crisis de seguridad. “Amamos la libertad, la democracia, sí. Pero aquí estamos intentando sobrevivir. Lo más importante es proporcionar seguridad y protección”, apunta.
Los años de insurgencia yihadista han llevado a la población de la región a cuestionar la influencia militar, política y económica de la antigua potencia colonial, Francia, que está reduciendo la operación Barkhane, iniciada contra la insurgencia en agosto de 2014.
¿Y la población?
Idayat Hassan, directora del think-tank Centre for Democracy and Development (Centro para la Democracia y el Desarrollo) en Abuja, cree que los golpes de Estado han obligado a la población a reflexionar sobre si la democracia se ha traducido en beneficios tangibles.
“En África occidental, las personas se han vuelto bastante republicanas. Se abastecen de su propia comida, generan su propia electricidad e infraestructuras. A pesar de que esperan poco y nada del Estado, este sigue sin cumplir sus expectativas”, dice. “No pueden ver lo que la democracia ha traído consigo, así que vienen militares oportunistas que ven estos vacíos de gobernanza y tratan de llenarlos”, apunta.
También hay una frustración generalizada porque la comunidad internacional suele dar la voz de alarma cuando se producen golpes de Estado, y no cuando las democracias son debilitadas de forma habitual.
“Se hace hincapié en que las elecciones sean libres y justas, pero no se presta suficiente atención al modo en que se debilitan las democracias”, dice Hassan. “La CEDEAO y la Unión Africana siguen supervisando las elecciones sin impedir de manera alguna que se produzcan episodios como lo ocurrido con [Alpha] Condé y [Alassane] Ouattara”, dice, en referencia a los cambios constitucionales en Guinea y Costa de Marfil para permitir a los líderes de esos países ejercer un controvertido tercer mandato. Ambos ganaron referéndums que fueron rechazados por los grupos de la oposición por considerarlos fraudulentos. “Fueron golpes de Estado constitucionales”, apunta.
A los analistas les preocupa que el apoyo a los golpes de Estado signifique que la población los ve cada vez más como la respuesta a los gobiernos impopulares. Por ejemplo, en la capital de Mali, Bamako, muchos miles de personas se han manifestado en apoyo de la junta, incluso después de que se impusieran las sanciones impopulares de la CEDEAO.
Pero el apoyo a los regímenes militares no ha sido universal. Las operaciones de los Ejércitos nacionales contra los grupos yihadistas han dado lugar a una serie de abusos a los derechos humanos, a menudo en zonas rurales, donde el conflicto es más agudo y donde es probable que la gente no sea tan favorable al Ejército, dice Oumar Bâ, profesor adjunto de Relaciones Internacionales en la Universidad de Cornell.
“Muchas de las manifestaciones de apoyo a estos regímenes militares se producen en zonas urbanas. Pero la gente que vive en las ciudades tiene una percepción diferente a la de la gente que vive en las zonas rurales, donde es más probable toparse con un mayor grado de preocupación”, dice.
Según un diplomático de África occidental, a la CEDEAO le resulta difícil mantener la presión sobre los regímenes militares para que se comprometan con una transición a la democracia que no aliene a las poblaciones locales. “Algunas de las sanciones han sido duras, pero han generado situaciones complicadas, como en Mali, donde ahora están padeciendo de verdad esas sanciones, pero la gente parece apoyar aún más a la junta. Creo que, definitivamente, se está haciendo un examen de conciencia respecto a cómo impedir estos golpes de una forma más eficaz”.
Traducción de Julián Cnochaert.