Hace un año que mataron a mi pareja, Jamal Khashoggi: ¿alguien piensa hacer algo?
Hace exactamente un año estaba esperando frente al consulado saudí en Estambul a que mi prometido, Jamal Khashoggi, saliera con los documentos matrimoniales que necesitábamos para comenzar nuestra vida juntos. Era optimista. Incluso diría que estaba emocionada. Nunca volví a ver a Jamal.
No imaginaba que mi vida estaba a punto de transformarse, que tendría que alertar a las autoridades por la desaparición de Jamal ni que sería el centro de una historia que ha dado la vuelta al mundo. No esperaba que mis sueños se harían añicos en un día que en principio no tenía nada especial. Por necesidad, me vi colocada en una senda imprevista, obligada a iniciar una campaña para que se hiciera justicia con el hombre que me robaron a mí y a todos los que lo leían y admiraban su valentía y su incansable compromiso con la verdad.
A lo largo de este año he viajado a Bruselas, Londres y Washington, he visitado el Parlamento Europeo, el Congreso de Estados Unidos y su Senado, siempre con un solo objetivo: que se haga justicia con Jamal. Pero esa justicia sigue sin llegar pese a la frialdad, crueldad y evidente ilegalidad de su asesinato.
Sí he notado dos cosas. En primer lugar, una oleada de apoyo que me han hecho llegar desde todo el mundo, con expresiones de dolor y condolencias por el asesinato de mi prometido. Pero también el silencio de muchos otros, interrumpido solo con débiles críticas al Gobierno saudí, cuando lo que hace falta es denunciarlo abiertamente.
La Administración Trump, con más poder que ninguna otra para lograr un cambio, tiene mucho por lo que responder. No han dicho nada. Nada que se parezca a una denuncia o a una promesa de investigar, que sería lo moralmente correcto. En estos 12 meses de viaje he aprendido algo: las acciones del príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, no tienen consecuencias políticas ni en su país ni en el extranjero. Y eso no cambiará hasta que aliados clave de su Gobierno, como Estados Unidos y el Reino Unido, se unan a mí para pedir justicia.
No hay cuerpo ni tumba. Sigo sin un lugar en el que llorarlo. La ilegalidad y la crueldad de la muerte de mi prometido es tan inconcebible como la manera en que sus asesinos lo ejecutaron. Fue una agresión contra un reformador y no contra un enemigo del Gobierno saudí, un hombre al que solo le movían los intereses de su pueblo. Un hombre que había formado parte del palacio y cuya dedicación fue el mejor ejemplo de la apertura y fidelidad que exige su profesión.
En el aniversario del asesinato de Jamal, estaré frente al consulado saudí en Estambul. El mismo lugar donde estaba hace un año. Esta vez, no esperaré a que mi prometido salga con los papeles que nos habrían permitido vivir juntos. Esta vez pediré que se haga justicia, que se asuman responsabilidades y que se desarrolle la tan esperada investigación para esclarecer su asesinato, sus motivaciones y el nombre de los políticos que hay detrás de él.
Este año me quedaré frente al consulado con la relatora especial de las Naciones Unidas Agnès Callamard. Una mujer lo suficientemente valiente como para señalar con el dedo: fue ella la que descubrió los altos niveles que ocupan en el gobierno saudí las personas que ordenaron la muerte de mi prometido.
Deberíamos cuestionar y criticar a los Gobiernos que eligen ignorar su hallazgo. De hecho, deberíamos tener cuidado con cualquier Gobierno que ignore los hechos y las conclusiones de nuestras instituciones globales, así como con los que desarrollan costosas campañas de relaciones públicas para ocultar sus irregularidades. Ahora se habla de una nueva carrera de Fórmula 1 en Arabia Saudí, por no hablar del combate que se celebrará en el reino entre los boxeadores Anthony Joshua y Andy Ruiz. No se ilusionen: este 'sportwashing' [lavado de cara deportivo] es solo un truco de prestidigitador, diseñado para distraer y llevar la atención a otro lugar.
Ha pasado un año y sigo haciendo las mismas preguntas, teniendo las mismas preocupaciones. Como dice el periódico The Washington Post, donde trabajaba Jamal, “la democracia muere en la oscuridad”. Lo más seguro es que sigan produciéndose más injusticias si nosotros, que representamos a la comunidad internacional unida por el compromiso con los valores humanos más básicos, decidimos descuidar, ignorar, o hasta negar esta injusticia.
Si elegimos la oscuridad por encima de la luz, la mentira por encima de la verdad, la conveniencia política por encima de la fuerza moral, esa oscuridad se profundizará y se agrandará. Se nublarán los crímenes del régimen saudí, sí, pero también los de los tiranos y criminales de todo el mundo.
Traducido por Francisco de Zárate