Por desgracia, Chelsea Clinton ha negado que su marido y ella practiquen el satanismo. Su tuit felicitando el año nuevo a la Iglesia de Satán no se debe tomar como un respaldo a las muchas herejías del señor oscuro.
Uno puede esperar que, al igual que la negación de su padre a haber “tenido relaciones sexuales con esa mujer”, el anuncio de Chelsea no sea real.
¿No se da cuenta de que el poder radical de Satán está en un momento sin paralelismos desde que John Milton lo convirtió, involuntariamente, en el héroe rebelde de su Paraíso perdido?
Según el LA Times, “una generación heterodoxa de nuevos satanistas declarados está dejando de lado los viejos estereotipos de La semilla del diablo y de Helter Skelter, a favor de políticas radicales, estéticas feministas y unidad comunitaria”.
El periódico mandó a un reportero para investigar una velada satánica en un sótano californiano donde encontraron un grupo de artistas, escritores y músicos coreando “¡Salve Satanás!”, mientras que otra persona tocaba el órgano.
El satanismo está atrayendo a los californianos adeptos a la contracultura porque es visto como una respuesta comunitaria a la era de Trump. “Los más tradicionales puede que debatan si algo de esto es 'satánico' de verdad; esta nueva interpretación es mucho más feminista que nihilista, con una autoconciencia flexible y una cultura en internet mejor versada que la teología ortodoxa”, dice el periódico.
Su uso de internet ha mejorado. Tengamos en cuenta los sobrios mensajes en Twitter de la Iglesia de Satán en la que corrigen con sarcasmo a todos los que mencionan el nombre del señor oscuro en vano.
También tengamos en cuenta el sentido común en el apartado de “preguntas frecuentes” de su página web: “Concebimos el universo como indiferente hacia nosotros, por lo que todas las morales y valores son construcciones humanas subjetivas”. Esta sección explica cosas como sus “creencias fundamentales”, mientras que el apartado de “venta de almas” expone: “No hay almas –ni nadie para comprarlas–. Si quieres conseguir algo en tu vida, levanta tu vago trasero y trabaja por ello”.
El satanismo se ha asociado a lo largo de su historia con el pánico relacionado con brujas o con abusos infantiles en rituales, muchas veces de manera injusta. También ha atraído a devotos como al hijo más perverso de Leamington Spa, Aleister Crowley, que escandalizó a la sociedad de la época de Eduardo VII, afirmando ser el maestro de la magia negra.
El satanismo moderno, dividido entre sectas ateas y teístas, puede que le deba algo a Crowley, que se llamaba a sí mismo la Gran Bestia 666 y que hizo una aparición póstuma en la carátula del álbum Sgt. Pepper de los Beatles, pero sobre todo porque predicaba el amor libre y la experimentación con las drogas.
La última mutación del satanismo es algo distinto, una insurrección opositora contra un orden mundial patriarcal que se merece su justo castigo.
Es alentador darse cuenta de que en 2018 los satanistas son más progresistas que la Gran Bestia que incluso ahora tuitea de forma diabólica desde el Despacho Oval.
Traducido por Marina Leiva