Opinión

Quizá nunca se ponga el sol sobre nuestras ideas equivocadas en relación al imperio británico

Ian Jack

¿Qué nos han enseñado sobre el Imperio Británico en la escuela? En mi caso, que es el de la generación nacida justo antes del largo colapso del imperio, no fue mucho. Mis padres y mi hermano mayor aprendieron en la escuela todo sobre las batallas de Arcot y Plassey, y sobre las vidas de Robert Clive y el general Gordon de Jartum, pero yo, aunque algo sabía sobre estos acontecimientos y personas por conversaciones familiares y libros viejos que teníamos en casa, no aprendí nada sobre ellos en el aula.

En la escuela, en Escocia, nos enseñaban sobre los Tudor y los Estuardo, Turnip Townshend y la hiladora Jenny, y las interminables semanas que duró la guerra franco-prusiana. Aunque el imperio vivía entre nosotros en forma de saquitos de té con la inscripción “IND. IMP.” (emperador de la India), en las monedas con la imagen del rey fallecido, en los nombres de las locomotoras a vapor (Unión Sudafricana, Trinidad y Tobago), estos conceptos nunca tuvieron un correlato en el aula.

De todas formas, ¿qué podrían haber dicho mis maestros? El imperio era un tema incómodo. En los años 50 ya no se podía sostener un discurso que exaltara las gloriosas conquistas y los beneficios del dominio británico, y no sólo por razones éticas. Lo que se había conquistado con sangre se estaba perdiendo, en general de forma pacífica pero en algunos casos no, aunque todos seguiríamos siendo amigos a través de la Commonwealth, con ese nombre tan equitativo.

Hablar de la decadencia nacional habría sido un tema triste en el aula. En lugar de abordar esta incómoda mezcla de pasado y presente, un tema demasiado íntimo y cercano para nosotros, era más fácil hablar del sufrimiento de la Comuna de París.

Sentimientos encontrados

Es difícil saber hasta qué punto todo esto está relacionado con los sentimientos que genera el viejo imperio en el Reino Unido actual. Desde luego, el plan de estudios de historia ha cambiado desde mi infancia y, de cualquier modo, lo que sentimos respecto del pasado proviene de muchos sitios además del aula.

Pero, según un sondeo de YouGov realizado durante las protestas del movimiento Rhodes Must Fall hace dos años (contra una estatua de Cecil Rhodes), el 43% de los británicos creía que el imperio británico era algo bueno y sólo el 19% lo veía como algo malo, mientras que el 25% creía que no era ni una cosa ni la otra.

Además, el 44% de los encuestados sentía que la historia colonial del Reino Unido era algo de lo que enorgullecerse, y sólo el 19% pensaba que era algo lamentable. Con respecto a la estatua de Rhodes en Oriel College, Oxford, sólo el 11% opinó que debía ser retirada.

Estas cifras parecen burlarse de la petición de Nigel Biggar, profesor de Teología del Christ Church College, en Oxford, de “moderar nuestra culpa poscolonial”. Según YouGov, ni siquiera el 20% de nosotros conoce ese sentimiento. Parecería que el destinatario de las palabras de Biggar no son tanto los que sienten culpa sino aquellos que él ve como defensores de la culpa, “los anticolonialistas estridentes que nos dicen que nuestro pasado imperial fue una larga letanía de opresión, explotación y autoengaño.

Pues resulta que estas personas, o al menos aquellas que podrían ser caricaturizadas de esa forma, son vecinas académicas del profesor en cuestión. Desde que Biggar publicó un artículo titulado “Basta de sentir culpa por nuestro pasado colonial” en el Times a fines de noviembre, la hostilidad hacia el profesor no ha parado de aumentar.

Los primeros en criticarlo fueron los miembros del grupo estudiantil anticolonial de Oxford,  Common Ground; luego lo criticaron 58 profesores de Oxford que trabajan sobre temas de historia y colonialismo; y por último las protestas se propagaron por todo el mundo, pareciera que a todas las instituciones donde se estudia historia colonial, cuando una asociación académica llamada Académicos del Imperio publicó una carta abierta con más 100 firmas. Si bien algunos profesores apoyaron a Biggar, sus principales defensores aparecieron en cartas y artículos de opinión publicados en el Times, el Daily Telegraph y el Daily Mail.

Lo que alarmó a los detractores de Biggar no fue tanto el artículo en el Times, que fue escrito en apoyo a un profesor de Ciencia Política estadounidense, Bruce Gilley, cuyo texto titulado El caso del colonialismo había sido publicado recientemente por la revista académica Third World Quarterly, y provocó la dimisión de 15 de los 34 miembros del consejo editorial de la revista.

En realidad, la verdadera preocupación surgió por algo que el artículo en el Times daba a conocer: Biggar había comenzado un proyecto llamado Ética e Imperio, que según su sitio web busca analizar la premisa, muy común en “la mayoría de los discursos académicos”, de que “el imperialismo es malvado y que el imperio por ende no es ético.”

El proyecto se llevará a cabo durante cinco años y es financiado por el Centro McDonald de Oxford, fundado por la fundación estadounidense McDonald Agape, cuyo lema es “promover a académicos destacados que siguen el camino de Cristo”. Tiene sentido, entonces, que el objetivo principal sea desarrollar “una ética del imperio cristiana, históricamente inteligente y con matices”, aunque cuando hablé con Biggar esta semana me dijo que tenía dudas sobre si la palabra “cristiana” era útil. Además tiene otras preocupaciones: el historiador de Oxford John Darwin dimitió el mes pasado como líder adjunto del proyecto, restándole autoridad histórica. Y por encima de estas dificultades locales, está la cuestión de cómo se mide un imperio en términos de su comportamiento y sus consecuencias, según qué sistema y según qué mirada.

Winston Churchill

Biggar insiste en que no harán nada grosero como una hoja de balance: dijo que “la mayoría de los análisis coste-beneficio son puro prejuicio disfrazado con matemáticas”. Lo que él quiere es “una forma más sofisticada y más inteligente de evaluar el imperio a nivel moral”. Pero querer y obtener son dos cosas muy diferentes.

Para ilustrar la complejidad del imperio, el propio Biggar está siempre comparando una cosa con otra: la abolición de la esclavitud comparada con la masacre de Amritsar; el imperio como única resistencia armada contra los nazis entre 1940 y 1941 (bien) comparado con la extinción del pueblo indígena de Tasmania (mal).

Gilley, otro académico que Biggar admira y que piensa como él, sí cree en hojas de balance cuando describe cómo el pasado colonial se puede evaluar midiendo “desarrollo, seguridad, gobierno, derechos, etc” comparándolo con hechos contrafácticos: qué habría pasado si no hubiera existido el dominio colonial.

Este tipo de análisis aritmético es una locura: cada hecho histórico, suponiendo que pudiéramos ponernos de acuerdo en su definición, ha tenido miles de ramificaciones. Luego están los abismos que separan las diferentes experiencias humanas.

Un ejemplo típico es Winston Churchill. En un discurso en defensa de Rhodes en la Oxford Union hace dos años, Biggar afirmó: “Si Rhodes debe caer, entonces también debe caer Churchill, cuyas opiniones sobre el imperio y las razas fueron las mismas”. O incluso se podría decir que eran peores. Churchill detestaba profundamente a los indios. En 1945 le dijo a su secretario privado que los hindúes era una raza infame “protegida por su rapidez para reproducirse del fatal destino que la acecha”.

Podría discutirse hasta qué punto sus opiniones contribuyeron a la hambruna bengalí de 1943, pero hay una argumentación convincente (desarrollada por el escritor Madhusree Mukerjee, entre otros) que afirma que el hecho de que Churchill se negara a escuchar los consejos de los funcionarios de su Administración en India fue clave en la muerte de dos o tres millones de personas.  

Este argumento es la base del nuevo documental Sombras bengalíes. Sospecho que por cada millón de británicos que conoce la última película sobre Churchill, ni media docena conoce este documental (y en la India la proporción no debe ser mucho mayor). Sin embargo, lo que significa Churchill para un habitante de Midnapore, Bengala Occidental y otro en Bognor Regis, Sussex Occidental, es muy diferente. Antes de intentar refinar los enfoques éticos sobre el imperio, quizás deberíamos intentar saber más sobre lo que realmente fue.

Traducido por Lucía Balducci