El espárrago blanco es una de las verduras más deseadas a finales de abril en gran parte del noroeste de Europa. En Alemania la llegada del pálido tallo del Spargel se celebra con fiestas y festivales. Solo en Alemania, se necesitan 300.000 temporeros para la cosecha del espárrago. En los últimos diez años la mayoría de estos trabajadores proceden de la Rumanía rural. De hecho, la migración estacional es una de sus pocas fuentes de ingresos.
Sin embargo, este año la cosecha del espárrago se enfrenta a un grave problema. Rumanía declaró el estado de emergencia por el avance de la pandemia de coronavirus y los militares asumieron el control. La policía y los militares patrullan las calles y multan a todo aquel el que no siga las restricciones. Todo parece indicar que con estas medidas han logrado evitar que el sistema de salud del país se vea desbordado por un tsunami de casos. A pesar del retorno masivo de trabajadores rumanos procedentes de España y de Italia en el punto álgido de la pandemia en el sur de Europa, la tasa de contagio y de muertes por coronavirus en Rumanía parece estar bajo control.
Esto ha sido así hasta que las necesidades de la cadena de suministro de espárragos han entrado en escena. Presionadas por los lobbies de agricultores alemanes, las autoridades de Berlín han pedido al gobierno de Rumanía que haga una excepción para que los temporeros rumanos puedan desplazarse a Alemania.
El gobierno rumano ha accedido a la petición, reconociendo que no había adoptado ninguna medida para proporcionar una ayuda económica a este grupo de trabajadores, a los que los medios de comunicación ignoran salvo para hacer algún comentario clasista. Y ha sido así como la prioridad en torno al abastecimiento de espárragos ha primado sobre las medidas de control de la pandemia, incluso cuando Alemania ha prohibido la entrada de trabajadores extranjeros y a pesar de que el gobierno rumano tiene la intención de extender el estado de emergencia durante más tiempo.
Inmediatamente se produjo una estampida de miles de trabajadores que querían embarcarse en los vuelos de bajo coste fletados expresamente para este traslado masivo de temporeros. Algunos fueron contratados a través de aplicaciones en Internet; otros, a través de agencias. Con independencia de cómo consiguieron el trabajo, todos terminaron en los mismos autobuses nocturnos que van al aeropuerto.
Y la imagen es impactante: un país con unas medidas estrictas de confinamiento vio cómo miles de personas salían de los abarrotados autobuses para entrar en un pequeño aeropuerto regional y embarcar en aviones con destino a Alemania. Si tenemos en cuenta que muchos de estos trabajadores son de Suceava, uno de los epicentros del coronavirus en el país, tendremos que mantener los dedos cruzados y esperar que esto no se convierta en uno de los eventos masivos que han contribuido a propagar el virus en Europa.
Italia y Reino Unido replican a Alemania
Los empresarios agrónomos del Reino Unido y de Italia, donde las cosechas de fruta y de verdura de primavera y de principios de verano están al borde del colapso por falta de mano de obra, han tomado nota de este acuerdo entre las autoridades alemanas y las rumanas para cubrir las necesidades de la temporada de espárragos. Esta semana y después de que fracasara un intento para contratar a trabajadores del país, los vuelos charter de Bucarest al Reino Unido llevarán a cientos de temporeros hasta campos británicos.
Muchos agricultores parecen estar más satisfechos con la posibilidad de haber podido contratar fácilmente a trabajadores del este. Como dijo un agricultor alemán al tabloide Bild: “La mayoría de los alemanes no están acostumbrados a trabajar encorvados en el campo durante horas. Se quejan de dolor de espalda. Los rumanos y los polacos son más fuertes y trabajan los fines de semana y los días festivos”.
En realidad, además de tener una espalda de acero, los rumanos y los búlgaros están tan desesperados por encontrar un trabajo que no preguntan por una paga extra incluso cuando su empleador les pide que trabajen doce horas diarias, siete días a la semana, habida cuenta que no se podrán ir a otro campo si no están de acuerdo con las condiciones. De hecho, quedan a merced del empleador durante todo el tiempo que indique el contrato ya que es este el que tramita el viaje de vuelta a Rumanía.
Los sindicatos alemanes han criticado el acuerdo y exigen un salario decente, condiciones de trabajo adecuadas y medidas de protección contra el coronavirus. Lo cierto es que cuando los trabajadores rumanos se lleven el virus a casa o cuando se lesionen la espalda, el servicio público de salud alemán no tendrá que ocuparse de ellos.
Los empleadores alemanes los enviarán de vuelta a casa antes de que se agote la exención de 115 días de las contribuciones a la seguridad social. La carga de cualquier tratamiento recaerá sobre el sistema público de salud de Rumanía, el mismo que ha visto cómo sus doctores y enfermeros emigraban a Alemania y que probablemente nunca verá un céntimo de los beneficios que genera el mercado de espárragos.
Mujeres de Rumanía y Bulgaria en residencias
Otra situación que ha recibido escasa atención por parte de los medios de comunicación y los políticos es la de miles de mujeres de Rumanía y de Bulgaria que han emigrado a Austria para trabajar en residencias. Parece ser que en vez de contratar de forma adecuada a trabajadores nacionales, Austria prefiere contratar a trabajadores de Europa del este ya que es más barato.
En muchos sentidos, los cortadores de espárragos, los recolectores de lechuga y los cuidadores representan la forma más eficiente de trabajo en Europa: barata, muy productiva, sin impuestos aunque se les humille y esto represente un peligro para la salud pública.
La política económica de Europa ha creado el soldado universal poscomunista; capaz de pasar de ser un trabajador agrícola a un cuidador o a un trabajador de la construcción con cada cambio de estación. La libertad de movimiento se ha transformado en migración para la supervivencia, aunque, de hecho, este privilegio está reservado a las personas físicamente aptas.
A fin de cuentas, los trabajadores que vuelan en aviones abarrotados para ir a trabajar a los campos de Alemania o de Italia no pueden confiar ni en su propio país ni en la Unión Europea. Esto plantea preguntas difíciles sobre qué tienen derecho a esperar los europeos del este después de años de pertenencia a la UE: ¿esto es todo lo que pueden esperar?
¿Por qué no podemos exigir un modelo diferente de Europa y renegociar el contrato social? ¿Por qué es tan difícil garantizar la seguridad y la dignidad de los trabajadores migrantes en lugar de deshumanizarlos y que puedan ser contratados mediante una aplicación? ¿Por qué es que incluso las izquierdas occidentales se autoengañan con fantasías de sistemas laborales protectores cuando millones de personas de Europa del este están trabajando delante de sus narices? ¿Por qué el movimiento de millones de personas que hacen un trabajo esencial pero poco valorado, cruzando las fronteras de países en cuarentena, no es un tema que genere debate en Europa?
A millones de trabajadores de Europa del Este, la ampliación de la Unión Europea les permite sobrevivir. Sin embargo, no se trata de un generoso regalo. Las cadenas de suministro de Europa Occidental y los servicios sociales esenciales dependen de ello.
• Costi Rogozanu es un periodista rumano especializado en política y que vive en Bucarest. Daniela Gabor es profesora de economía y microfinanzas en la Universidad de West England en Bristol.
Traducido por Emma Reverter
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