A medida que se derriban estatuas de reinas y conquistadores en medio de protestas en Norteamérica y América Latina, los pueblos indígenas presionan para que se haga un ajuste de cuentas en toda la región con el amargo legado de masacres y borrado cultural que dejó el colonialismo.
Desde el Círculo Polar Ártico hasta Tierra de Fuego, los indígenas americanos piden responsabilidades a la Iglesia católica, a los Gobiernos nacionales y a otras poderosas instituciones.
De Canadá a Colombia
En Canadá, el terrible descubrimiento de tumbas sin nombre de niños indígenas cerca de edificios que en su día fueron internados católicos ha provocado un llamamiento generalizado para que se revise la historia colonial del país y las desigualdades estructurales que persisten en la actualidad.
En Chile y Colombia, las revueltas en contra de las desigualdades sociales también han ido acompañadas de demandas de que se revisen los relatos nacionales y las persistentes secuelas de la conquista.
Y aunque los contextos y las historias varían drásticamente según el país, una experiencia común de marginación, pobreza y baja esperanza de vida ha llevado a muchos indígenas a establecer paralelismos más allá de las fronteras coloniales.
Tras su elección el mes pasado como presidenta de la nueva Asamblea constituyente de Chile, Elisa Loncón, perteneciente al principal pueblo indígena del país, los mapuches, expresó su solidaridad con las Primeras Naciones y denunció el hallazgo en los internados canadienses, donde murieron miles de niños a lo largo de un siglo. “Es vergonzoso cómo el colonialismo ha socavado el futuro de las naciones originarias”, dijo.
Loncón presidirá la redacción de una nueva constitución chilena que sustituya la de la época de Pinochet, que ni siquiera reconoce la existencia de los pueblos indígenas del país a pesar de que constituyen alrededor del 12,8% de la población. En este sentido, ha afirmado que se trata de “un sueño de nuestros antepasados y este sueño se hace realidad; es posible, hermanos y hermanas, compañeros y compañeras, refundar este Chile”.
Al otro lado de los Andes, en la capital de Bolivia, La Paz, activistas feministas organizaron recientemente una marcha hasta la estatua pintarrajeada de Cristóbal Colón, denunciando el genocidio perpetrado contra las comunidades indígenas.
En este sentido, Adriana Guzmán, integrante aymara del grupo Feminismo Comunitario Antipatriarcal de Bolivia, precisa que ya lo habían hecho muchas veces, pero que el descubrimiento de las tumbas en Canadá echó más leña al fuego. “Una supone, desde un prisma de colonialismo, que Canadá es la perfección”, dice. “Pero esa es precisamente la lógica colonial. Borra la memoria de nuestras comunidades y borra sus propios crímenes”.
Los internados canadienses formaban parte de una política de asimilación forzada de niños indígenas a la sociedad colonial, que a lo largo de un siglo separó a al menos 150.000 niños de sus familias. “El objetivo de los internados era desestructurar las comunidades indígenas, atacar el corazón de nuestra cultura y asimilar a nuestra gente a un cuerpo político de colonos. Eso era necesario como parte del proyecto colonial que es Canadá. El país tenía que establecerse a costa de desestabilizar a las comunidades indígenas”, dice Courtney Skye, investigadora del Instituto Yellowhead, dirigido por las Primeras Naciones.
“Parte de la estrategia fue separar a los niños de sus familias, desplazar a los pueblos indígenas... Todas estas herramientas políticas despojaron a los indígenas de sus tierras. A partir de ahí, Canadá pudo explotar más fácilmente los recursos naturales y levantar su economía”.
Estatuas derribadas
El reciente descubrimiento de más de 1.300 tumbas sin nombre en las inmediaciones de los internados provocó una oleada de rechazo que llevó a los manifestantes a arrojar pintura a las iglesias y a derribar estatuas de la reina Victoria y la reina Isabel II.
Estos incidentes son un reflejo de las protestas en todo el continente americano, donde los pueblos indígenas se oponen cada vez más a la veneración sistemática de los colonizadores. Cuando Chile estalló en protestas en 2019, se derribaron estatuas de conquistadores españoles y, en algunos casos, se sustituyeron por representaciones de héroes indígenas.
Del mismo modo, cuando este año Colombia se vio sacudida por manifestaciones contra la pobreza, las estatuas de los colonizadores volvieron a ser blanco de los manifestantes, que dijeron que las estatuas representan una clase invasora de belicistas y tiranos. “Son símbolos que representan la esclavitud y la opresión”, dice Tata Pedro Velasco, líder del pueblo misak del Cauca. En el primer día de una huelga nacional, los manifestantes misak de Cali derribaron una estatua de Sebastián de Belalcázar, un español que fundó la ciudad (al igual que la capital ecuatoriana, Quito) pero que durante mucho tiempo ha sido despreciado por muchas comunidades indígenas andinas.
A finales de junio, se derribó un monumento a Cristóbal Colón en Barranquilla, una importante ciudad de la costa caribeña de Colombia. Para evitar que fuera destruida, las autoridades también retiraron una estatua del héroe de la independencia sudamericana Simón Bolívar.
“Como pueblos indígenas, es importante empezar a revisar la 'historia oficial' y entender que la colonización de los pueblos indígenas persiste cinco siglos después en toda América”, dice Velasco.
Lourdes Albornoz, trabajadora social y miembro de la comunidad diaguita en la provincia argentina de Tucumán, indica que los acontecimientos en Canadá le hicieron recordar la experiencia de su propio pueblo. Hace una generación, los terratenientes ricos de Tucumán solían llevarse a las jóvenes indígenas para que trabajaran en sus casas, explica. “Se llevaban la mitad de las vacas, la mitad de la cosecha y a las jóvenes”. A las chicas les cambiaban los nombres por otros católicos, les daban nuevas fechas de nacimiento que se correspondían con las de los santos católicos y eran inscritas como miembros de los partidos políticos preferidos de sus secuestradores.
“Perdieron su identidad, trabajaron gratis, fueron explotadas y abusaron sexualmente de ellas”, dice Albornoz, que señala que incluso hoy en día se siguen negando estas experiencias o se opta por ignorarlas. “Abrazamos a nuestros hermanos y hermanas de Canadá, porque debe ser un momento muy duro para esas comunidades”, dice. “No están solos. Sufrimos con ellos. Pero de ese dolor, y de esas lágrimas, renaceremos”.
El Gobierno de Canadá ha pedido perdón a los pueblos indígenas por sus acciones, pero Albornoz dice que las prácticas coloniales continúan en toda América Latina, esta vez en forma de proyectos mineros, a menudo en territorios reclamados por los pueblos indígenas y que han contribuido a la degradación del medio ambiente, al desplazamiento forzoso y a los abusos contra los derechos humanos.
“Por cada acto de genocidio debe haber una reparación”
En todo el continente americano, los pueblos indígenas se encuentran en una situación significativamente peor en la gran mayoría de los indicadores, desde la pobreza multidimensional hasta la esperanza de vida y las perspectivas de empleo.
Más allá de las medidas simbólicas y de las débiles declaraciones de solidaridad, muchos exigen ahora mejoras concretas y tangibles en sus vidas, después de siglos de demandas rechazadas o apartadas.
“A pesar de las distintas fases de colonización que ha sufrido América Latina, el tejido cultural de las naciones originarias no ha sido destruido”, dice Fernando Pairicán, historiador mapuche de la Universidad de Santiago. “Por cada acto de genocidio debe haber una reparación económica, política y social. Solo entonces podremos avanzar hacia la autodeterminación, la igualdad y la restitución de las tierras a los pueblos indígenas de toda América”.
Traducción de Emma Reverter