En mitad de la noche y con decenas de indios americanos mirando, trabajadores de la ciudad de San Francisco atan las cuerdas de seguridad alrededor de las estatua de bronce de 124 años y tiran de ella. Cuidadosamente sacan la pieza de una plataforma de granito y la ponen sobre el remolque de un camión. Un momento cargado de significado. Tras décadas de esfuerzo, a la estatua Primeros Días, símbolo de la colonización y opresión para muchos, le había llegado la hora.
Los reunidos en aquel momento la semana pasada no lo celebraron con antorchas. Solo rezaron, cantaron himnos y contemplaron en silencio la plataforma vacía. Eso es lo que pasa cuando las instituciones cívicas, en este caso la comisión de arte de la ciudad, ve por fin a un pueblo como digno de protección.
“Lo siento como una victoria. Me parece bien, pero todavía hay mucho trabajo que hacer”, señala Desirae Harp, miembro de las tribus Mishewal Ona*tsàRis (Wappo) y Diné (Navajo).
Erigida tras la era de las misiones en California, la estatua Primeros Días representa a un indio americano derrotado, sobre su espalda, a un sacerdote católico encima de él apuntando al cielo y a un vaquero dominando la escena con posición triunfante. La estatua es parte del Monumento a los Pioneros, que hace honor a los orígenes del Estado. Los indios americanos lo veían como un pieza de arte degradante, pero ninguno había conseguido convencer a los políticos para retirarla. El cambio no se produjo hasta la llegada de juntas municipales con diversidad de género y raza, así como de reacciones contra las representaciones eurocéntricas de la dominación.
En los últimos meses, algunos indios americanos han afirmado que este tipo de arte en la esfera pública alimenta falsas narrativas, como que la matanza sistemática de los nativos fue necesaria para alcanzar el desarrollo y la actual prosperidad del Estado. Es el tipo de pensamiento que se convierte en palabra de Dios si solo una parte te dice en lo que creer.
Un largo camino
El viaje de la estatua a su actual destino no revelado –donde las autoridades dicen que estará bien preservada– ha sido largo y sinuoso.
En 1996 se añadió una placa a la estatua para explicar lo que les pasó a los nativos, pero la presión política resultó en un lenguaje que apestaba a falsa objetividad. Los líderes católicos rechazaron una copia que culpaba por completo a los misioneros de las muertes de los nativos, alegando que la enfermedad y la desnutrición fueron los factores principales, en lugar de los malos tratos y el asesinato.
El interés por la estatua Primeros Días creció el año pasado tras los disturbios de Charlottesville, Virginia, en los que murieron tres personas y que estuvieron incitados por la retirada de una estatua del general confederado Robert E Lee. El 2 de octubre de 2017, después de que se pidiese a los líderes la retirada de la estatua, la comisión de arte aprobó una resolución para iniciar un estudio del asunto. En una reunión posterior, votó por llevarla a un depósito.
Pero hubo esfuerzos en la dirección contraria. Frear Stephen Schmid, abogado del condado de Sonoma, señaló que la comisión no tenía el derecho legal a retirar la estatua. En términos generales, dijo que el arte no se debe cambiar y que la estatua se merece una preservación histórica. La junta de apelaciones se mostró a favor de esta visión y la gente se enfadó mucho.
Al pedir una nueva audiencia, los directores de la ciudad señalaron que se había aprobado una solicitud similar de comprensión cultural –el código administrativo de la ciudad había cambiado el Día de Colón por el Día de los Pueblos Indígenas–. La continua exhibición, afirman, “causa un daño real y sostenido a la comunidad nativa de San Francisco”, especialmente cuando los viejos estereotipos visuales “se ven ahora en todo el mundo como irrespetuosos, erróneos y racistas”. Esto llevó a la nueva y definitiva votación la semana pasada para la retirada de la estatua. En cuanto a Schmid, ha asegurado que denunciará al Ayuntamiento.
A medida que crece en Estados Unidos la lucha contra los símbolos supremacistas bajo un presidente que les apoya casi explícitamente, los ciudadanos están redoblando sus esfuerzos por más retiradas. San José ha retirado una estatua de Cristóbal Colón y la estatua de William McKinsley en Arcata (California) tiene los días contados (desintegró gobiernos tribales). Más de otras 30 ciudades han retirado estatuas o están en discusiones para hacerlo, incluidos núcleos sureños como Atlanta, Birmingham y Nashville.
En noticias relacionadas, ESPN ha descubierto que hay un aumento en Estados Unidos de la construcción de estatuas a deportistas, el 80% de ellos hombres blancos, muchos entrenadores, la posición más segregada de todo el atletismo.
Falta de exactitud
Los nativos como Harp afirman que parte del problema con las estatuas no es que solo sean irrespetuosas o que despierten emociones encontradas, sino que son objetivamente imprecisas. El indio americano representado en la estatua Primeros Días, por ejemplo, era de las grandes llanuras, pero los nativos de la zona de la bahía eran Ohlone.
Tampoco hay un apoyo educativo suficiente para ayudar a la gente a contextualizar episodios complicados de la historia. Sara Chase, profesora de la Universidad de Berkeley, señala que los programas educativos de las escuelas de California no dan una perspectiva correcta de los indios americanos ni de otras minorías. Muchas personas recuerdan sus trabajos de clase sobre las misiones sin aprender nada del genocidio nativo.
En ocasiones, la mala formación educativa sobre las minorías es parte del sistema. En Arizona, los programas escolares sobre estudios étnicos están prohibidos y a causa de la ley de 2001 No Child Left Behind (Ningún niño atrás), muchas escuelas se vieron obligadas a centrarse en exámenes estandarizados por oposición a una historia culturalmente precisa.
“Las escuelas de California o enseñan para los exámenes o pierden la financiación pública. No se enseñan determinadas historias. Existe una obsesión por los exámenes, una monetización del conocimiento”, señala Chase.
Arte, en el ojo de la comunidad
Si la estatua no da una idea precisa de la historia ¿es válida como una pieza de arte público? Jeff Hou, profesor de arquitectura de paisaje en la Universidad de Washington, dice que no. Hou sostiene que la esfera pública es responsable ante una audiencia: el pueblo.
“En la esfera pública, las piezas de arte y diseño son sujeto del escrutinio público. En otras palabras, el pueblo puede tener voz en una democracia sobre lo que es apropiado tener en el espacio público”, afirma Hou.
Para que la gente decida qué arte es apropiado, señala Hou, los sistemas de poder vigentes no se deben limitar a una sola categoría de individuos, como por ejemplo miembros de una clase, raza o género en particular. En San Francisco esto significa que las comisiones deben encarnar los cambios sociales. “A medida que cambia la sociedad, es natural que aquellos que históricamente han sido marginados obtengan una voz más fuerte”, indica Hou.
Y el arte que busca expresar la historia no tiene porqué ser inmutable. La historia siempre se revisa en base a nuevos descubrimientos que afectan a cómo se interpreta. En The Power of Place, de la profesora de Yale Dolores Hayden, se describe cómo se ha reivindicado el papel de las mujeres y minorías en la creación de Los Ángeles a través de murales callejeros étnicos.
Creando un nuevo espacio abierto frente al Ayuntamiento, la comisión puede haber facilitado un nuevo espacio y lugar para una reclamación similar. Eso si la siguiente denuncia no lo para.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti