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The Guardian en español

Cómo pueden influir las elecciones de EEUU en la guerra de Netanyahu en la región

Donald Trump y Kamala Harris se juegan la presidencia en las elecciones del próximo 5 de noviembre.

Julian Borger

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El año transcurrido desde el atentado del 7 de octubre ha demostrado lo estrechamente entrelazada que está la política presidencial de EEUU con los acontecimientos en Oriente Próximo. Cada una de las dos partes ejerce sobre la otra una fuerza gravitatoria cuyo efecto suele ser perjudicial para ambas.

Aunque la política exterior no suele ser muy relevante en las elecciones presidenciales de EEUU, este año podría ser la excepción. Las consecuencias de los conflictos en Gaza, en Cisjordania ocupada y en Líbano, con la posibilidad de una guerra inminente con Irán, podrían impactar de manera significativa en las perspectivas de Kamala Harris para una carrera que, probablemente, se decidirá en un puñado de estados donde las diferencias entre los candidatos son muy reducidas.

En la otra cara de la moneda, el resultado de las elecciones presidenciales que EEUU celebra el 5 de noviembre afectará a Oriente Próximo de maneras imprevisibles y, tal vez, trascendentales. Aunque Estados Unidos tenga problemas evidentes para controlar a Israel, su socio más cercano, está claro que sigue siendo la potencia exterior con mayor influencia en la región.

Muchos votantes progresistas se han distanciado del Partido Demócrata debido al firme apoyo de Joe Biden a Israel, que ha provocado un número gigantesco de víctimas civiles en Gaza, y al desprecio evidente de Benjamin Netanyahu por los intentos estadounidenses de lograr un alto al fuego en Gaza y Líbano.

Sin haberse distanciado claramente de Biden en la política para Oriente Próximo, Kamala Harris se enfrenta ahora a una contienda especialmente reñida en el estado de Michigan, donde reside una numerosa comunidad árabe-estadounidense. Perder Michigan complicaría considerablemente el camino a la presidencia de Harris.

Michigan no será el único estado que se resienta en la campaña presidencial de la demócrata si la guerra se extiende y estalla un conflicto abierto entre Irán e Israel, por las dudas que puedan surgir entonces en torno a la capacidad en política exterior del equipo Biden-Harris y por la amenaza de un encarecimiento del petróleo en el peor momento posible para Harris. Esta podría ser la temida “sorpresa de octubre” de las elecciones.

Según Daniel Levy, director del think tank US/Middle East Project, ver a “estadounidenses siendo evacuados de Beirut representa una gran ayuda para esa idea repetida por Trump de que 'el mundo es un lugar más desordenado con estos debiluchos'”.

De igual manera que Oriente Próximo ejerce mayor influencia que cualquier otra parte del mundo sobre la política de EEUU, la influencia que la política de EEUU ejerce sobre Oriente Próximo es clara y constante. Demostrar apoyo a Israel se ha convertido en algo inamovible para los candidatos presidenciales de los dos grandes partidos estadounidenses, casi con independencia de las acciones de Israel.

Según Dana Allin, investigadora principal en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, la intocabilidad de Israel en la pelea política estadounidense ha ido desarrollándose a lo largo del tiempo. “Así no hablaban los presidentes en la época de Richard Nixon”, dice Allin. “Hay algo irónico en esta lealtad ahora que las visiones del mundo de los dos aliados y sus respectivos objetivos están más lejos que nunca”.

Netanyahu explota hasta el máximo el tabú que impide a EEUU ejercer su poder sobre Israel movilizando a los estadounidenses con sentimientos proisraelíes cada vez que la Casa Blanca intenta ponerle freno.

Cuando Barack Obama dijo que habría que detener la construcción de asentamientos en Cisjordania, Netanyahu lo ignoró. Cuando Biden puso freno a la entrega de bombas estadounidenses de unos 900 kilos usadas por Israel para arrasar zonas residenciales en Gaza, Netanyahu calificó la decisión de “inconcebible” antes de aceptar la invitación del Partido Republicano para hablar en el Congreso de EEUU y de reunirse con Trump.

En su ataque a Biden, Netanyahu cargaba contra el presidente de EEUU con un apego personal a la causa de Israel mayor al de todos sus predecesores. El mismo presidente que viajó a Israel a pocos días del ataque del 7 de octubre para abrazar, literalmente, a Netanyahu en la pista del aeropuerto.

A pesar de ello, el primer ministro israelí se volvió contra Biden con la primera señal de vacilación del estadounidense. El mensaje de Netanyahu es claro: el coste político de cualquier duda en el suministro de armas o en el apoyo diplomático será elevado. El dirigente estadounidense marcado como responsable será presentado como un traidor a Israel.

Esta táctica ha conseguido que los sucesivos presidentes de EEUU se nieguen a utilizar el poder que tienen como los primeros proveedores de armas de Israel, con diferencia, para frenar de manera significativa los excesos que la coalición de Gobierno de Netanyahu comete en Gaza, Cisjordania ocupada o Líbano.

Sin usar ese poder, las sucesivas iniciativas que EEUU ha tenido este año para buscar un alto al fuego se han quedado en nada. En ocasiones, Netanyahu las ha rechazado de un modo profundamente humillante para Estados Unidos como la superpotencia que es y como el socio supuestamente dominante de la relación.

En opinión de Dahlia Scheindlin, analista política en Tel Aviv, “Netanyahu ha pasado gran parte de su carrera convirtiendo a Estados Unidos en un tema partidista, tratando de convencer a los israelíes de que la suerte de Israel estaba ligada a los líderes republicanos”.

No está claro si un posible Gobierno de Kamala Harris tomaría un rumbo muy diferente al seguido por Biden. Por un lado, la historia personal de Harris con Israel no es la de Biden, y eso le da más libertad para experimentar con otras políticas si gana la elección de noviembre. Pero también es cierto que si gana estas elecciones pese al descontento generalizado de los votantes demócratas con la política de Oriente Próximo, Harris podría considerar irrelevante la amenaza del progresismo demócrata en torno a este tema.

Según Scheindlin, Harris podría ganar las elecciones y mantener las políticas de Joe Biden, un escenario que la analista política describe como “queremos hacer lo correcto, pero básicamente vamos a dejar que Israel haga lo que quiera”. Otra posibilidad, menos probable en opinión de Scheindlin, es que Harris adopte una posición “un poco más dura, en línea con el ala más progresista del Partido Demócrata, y diga 'vamos a empezar a aplicar la ley estadounidense sobre la exportación de nuestras armas'”.

Parece casi seguro que, en sus decisiones, Netanyahu está considerando la posibilidad de un regreso de Trump a la Casa Blanca. No es el único. Aunque las actuales hostilidades hacen improbable la normalización a corto plazo de las relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia Saudí, la monarquía saudí también parece estar pendiente de un posible regreso de Trump antes de firmar ningún acuerdo de este tipo.

Si Trump regresa a la Casa Blanca, Netanyahu no tendrá que lidiar con la resistencia de EEUU a un mayor control israelí sobre los palestinos que podría llegar hasta la posible anexión de Cisjordania. En 2019, la Administración Trump reconoció la soberanía israelí sobre los Altos del Golán anexionados. David Friedman, exembajador de Trump en Israel, ha estado haciendo méritos para volver al cargo en un segundo mandato del republicano con la publicación del libro One Jewish State [Un estado judío], donde sostiene que Israel debería hacerse con toda Cisjordania.

Según Khaled Elgindy, investigador principal en el Instituto de Oriente Medio, “la anexión se convierte en una posibilidad mucho más real con Trump en la Casa Blanca”. “Una Administración a la que la vida de los palestinos le va a preocupar incluso menos que a la actual, no van ni a hacer declaraciones de prestar ayuda humanitaria”.

Hay menos certeza, sin embargo, sobre la posibilidad de un presidente electo Trump ayudando a Netanyahu a lograr su antiguo objetivo estratégico: reclutar a Estados Unidos para asestar un golpe decisivo contra el programa nuclear iraní.

Durante la presidencia de Trump, la política hacia Oriente Próximo se construyó en torno a la hostilidad hacia Irán. En sus últimas semanas en el cargo, el magnate republicano dio luz verde al asesinato de Qassem Suleimani, el comandante de la Guardia Revolucionaria de Irán. Pero Trump también es el presidente que en junio de 2019 canceló un ataque con misiles contra Irán en respuesta al derribo de un dron estadounidense por considerar que el número de posibles víctimas civiles iraníes era demasiado elevado.

Uno de los aspectos donde la política exterior de Trump mantiene la coherencia es el rechazo a involucrar a Estados Unidos en guerras extranjeras.

Tal vez Netanyahu confíe en la victoria de Trump en noviembre, pero lo más probable es que el apoyo de Washington en ese caso tendría un cariz más transaccional que sentimental, como ha sido el caso con Biden.

Ram Ben-Barak, ex responsable de los servicios de inteligencia de Israel, teme que a largo plazo la combinación Trump-Netanyahu termine envenenando los fundamentos de la relación entre los dos países. “Lo que define nuestra relación con Estados Unidos es compartir los mismos valores”, dice. “No estoy seguro de que esa vinculación se mantenga cuando tienes a un primer ministro israelí sin valores, como lo tenemos hoy, y a un presidente estadounidense sin valores, como Trump”.

Traducción de Francisco de Zárate

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