En un vídeo reciente y sombrío de Estado Islámico aparecen seis niños armados entrando en un castillo a la caza de rehenes. Uno a uno, entran en las ruinas mientras sus movimientos son registrados por varias cámaras. Cuando al final cada chico encuentra a su objetivo entre las sombras le apunta y, tras una pausa teatral, aprieta el gatillo. Las imágenes plantean varias preguntas. ¿Quién son esos niños? ¿Quiénes son los hombres a los que matan? ¿Qué ideología perversa puede defender tal crueldad? ¿Cuántas personas formaban el equipo de producción del vídeo?
¿Había por ejemplo un director de casting que hizo antes pruebas para encontrar a los niños más fotogénicos? ¿Quién eligió el lugar de rodaje, las ruinas del castillo Qalaat al-Rahba, a las afueras de la ciudad siria de Mayadin? Alguien tuvo que ocuparse de buscar el material y el vestuario (pistolas, capuchas), y había al menos dos equipos con cámara, como queda claro en el montaje dramático y rápido. ¿Había también equipo de iluminación y grúas? ¿Se ocupó alguien de la comida? En el montaje, un equipo de postproducción añadió imágenes de los rehenes hablando a la cámara, al estilo de los comentarios de los participantes en un reality show. En otras palabras, se trataba de un gran rodaje.
Las imágenes son horribles no sólo por la aparición de niños como autores de tal violencia, sino por la cercanía con que se muestran sus acciones. Aterroriza de otra forma también, una que sus creadores no previeron. Mientras este tipo de violencia es propia del ISIS y otras sectas, su estilo es una creación occidental. El aspecto de todo esto nos pertenece. Esta película, como muchas otras difundidas por el grupo terrorista en los últimos 18 meses, utiliza la estética de las películas actuales de Hollywood, los videojuegos y las series de TV, con sus planos y zoom, su grafismo, sus tiroteos a cámara lenta y el montaje rítmico. Es terror contado con el lenguaje de la cultura popular occidental. Es algo extraño y al mismo tiempo familiar.
El periódico The Sun describió las imágenes como algo similar a Los juegos del hambre, refiriéndose a la serie de novelas y películas en que unos jóvenes se persiguen para matarse ante un público que lo sigue todo en directo. The New Yorker describió un vídeo anterior del ISIS –que muestra un fusil de asalto disparando por la ventana de un coche al conductor de otro vehículo– como una escena que parecía sacada del videojuego Call of Duty. Uno se podía imaginar, escribió el autor del artículo, los iconos que aparecen en la pantalla para que prosigas con la acción.
Este es el año en el que se habló de la posibilidad de que Tangerine, una película norteamericana rodada con móviles iPhone 5S, fuera elegida candidata a los Oscar. Mientras Hollywood explora la estética de este nuevo material cinematográfico tan democratizador, los terroristas se mueven en dirección opuesta, hacia el impacto del blockbuster de alta producción.
Estos vídeos son “herramientas de propaganda”, como los describió un portavoz de Downing Street tras la difusión de otra película del ISIS de diez minutos que muestra la ejecución, dirigida por un hombre de acento británico, de cinco rehenes vestidos con monos naranja. Hay que destacar que ISIS describió este vídeo como el tráiler de una película mayor, tomando prestado el lenguaje de marketing del cine.
Intentan inspirar a los jóvenes no con fervor religioso, sino con la pasión por el poder y el control. Sólo hay que fijarse en esos planos pornográficos de lanzagranadas y fusiles, armas aparentemente a la espera de encontrar a alguien que las use.
Buscan convencer a jóvenes, quizá con vínculos ancestrales a la región, para que piensen, como dijo DH Lawrence, no con la mente, sino “con la sangre”. Ofrecen la oportunidad de jugar en serio a la violencia de las películas, deportes y vídeos de acción. Y funciona. En junio de 2014, un combatiente del ISIS dijo a BBC que su nueva vida era “mejor que ese juego, Call of Duty”.
Para que la propaganda sorprenda y sea efectiva, debe continuar subiendo la apuesta. Si la violencia se hace rutinaria, se arriesga a perder su público. Hollywood también lo sabe. En las primeras décadas del cine, la violencia en la pantalla era blanda y ausente de riesgos. Se componía de “peleas que sólo impresionarían a un buey”, como las describió Vladímir Nabokov.
De Homero a Shakespeare
Eso empezó a cambiar a mediados de los 60, cuando se suavizó el Código Hays, que marcaba a los directores los criterios morales que debían respetar. Películas como Bonnie y Clyde, de Arthur Penn, y Grupo salvaje, de Sam Peckinpah, obviaban la invulnerabilidad de los héroes propia de Homero en los años iniciales del cine. Volvieron al carácter sangriento del teatro de Shakespeare cuando la sangre de cabra se desparramaba por el escenario. En pantalla, los huesos se quebraban con el ruido terrible de una lechuga partida en dos. Trozos de sesos salpicaban las paredes en los tiroteos.
Los directores que querían impresionar al público tenían que superarse. El número de cadáveres aumentaba, y gracias a que el público se iba acostumbrando, la clasificación moral de las películas se reducía. Lo que antes era sólo para adultos se dejaba después a discreción de los padres. Es una trayectoria similar a la que sigue ahora ISIS en su búsqueda de nuevas formas de impactar, no sea que se conviertan en algo del pasado.
“Los vídeos son la clave”, explica Roger Stahl, profesor adjunto de Estudios de la Comunicación en la universidad de Georgia. “Son necesarios para que ISIS pueda definirse como objetivo de la hostilidad de Occidente. El grupo ha aprendido que, para llegar hasta el fondo de la infosfera, debe subir la apuesta constantemente”.
De hecho, la actual estrategia de comunicación de ISIS parte del trabajo anterior de Al Qaeda y los talibanes, organizaciones que aprendieron del valor como noticia de los vídeos de decapitaciones y la destrucción de objetos de valor artístico. Los medios de comunicación se alimentan cada vez más de la indignación, que al menos en Internet genera más tráfico que la promesa de un gif con gatos. ISIS –al igual que Donald Trump, Katie Hopkins y todos los parias cazadores de titulares– conoce muy bien el valor de la indignación de los demás.
Sin embargo, la escalada en los valores de producción tiene que ver con otra cosa. Stahl cree que ISIS ha reclutado a gente con talento, camarógrafos, expertos en buscar localizaciones y montadores. “Está claro que están descubriendo la utilidad de teatralizar los acontecimientos”, dice. “Eso lógicamente significa organizar métodos cinematográficos avanzados y estilos de narración utilizados antes en el cine. Me parece que la tendencia es a lo que llaman en Hollywood 'high concept', una forma de contar la historia que se transforma muy bien en un titular”.
El público de estos vídeos se divide entre los que los ven para indignarse y los que quieren sentirse motivados.
Hay numerosas razones para comprender por qué los valores de producción importan cada vez más a ISIS, según Kyle Grayson, profesor de Relaciones Internacionales en la universidad de Newcastle. “En primer lugar, el mensaje es más fácil de distribuir, porque el público no tiene que descifrar los medios en que se le ofrece; el género y sus convenciones son conocidos”, explica. “Además, en un panorama abarrotado (de medios) ISIS tiene que mantener el interés de la audiencia que busca”.
Una mala calidad en la producción, en otras palabras, ya no sirve. Aun peor, provocaría burlas, que es a fin de cuentas el arma más poderosa contra un matón o un villano al ir directo contra el mito y su legado. “Esto consiste en proyectar una imagen a una audiencia global sobre lo fuerte y peligroso que es ISIS como organización, en un momento en el que está sufriendo reveses significativos sobre el terreno”, dice Grayson. “Se podría decir que lo que estamos viendo es la política del farol”.
ISIS no es el único grupo militarizado que emplea el entretenimiento como arma para reclutar. America's Army es un juego gratuito para ordenador, estrenado en 2002 el Día de la Independencia (de EEUU), que funciona como forma de reclutamiento. El juego, en el que participas en un campo de entrenamiento antes de intervenir con otros jugadores en operaciones militares, tuvo un presupuesto de 7,5 millones de dólares. En diciembre de 2003, ya tenía 1,3 millones de jugadores registrados. Tres años después, esa cifra había subido a 7,5 millones, gracias a la presencia habitual del juego en centros comerciales, donde los oficiales de reclutamiento invitaban a los jóvenes a jugar y les explicaban cómo era la vida en las Fuerzas Armadas. En 2005, el 40% de los jóvenes que se alistaban en las Fuerzas Armadas de EEUU decían haber jugado con él.
Los militares tradicionales tienen una larga e íntima relación con Hollywood. Ofrecen aviones y vehículos para utilizar en los rodajes a cambio de poder revisar el guión. Se sabe que Francis Ford Coppola rechazó firmar un trato como ese cuando rodó Apocalypse Now. Michael Bay aceptó ese acuerdo para Transformers. Esos acuerdos son promovidos por el departamento de entretenimiento del Pentágono, una unidad dedicada específicamente a eso. Está dirigida por Phil Strub, que aparece en los títulos de crédito de más de 50 películas.
“Los productores y guionistas se ocupan de que los guiones sean valorados por el departamento de Strub”, explica Stahl, cuyo libro de 2010 Militainment Inc analiza las relaciones entre guerra y cultura popular. “Se firman acuerdos con los que el cineasta se garantiza las mejores explosiones con su presupuesto, y el departamento de entretenimiento del Pentágono consigue hacer propaganda de los militares, bien para fomentar el reclutamiento o propagar ciertos relatos históricos”.
Este tipo de relaciones se remontan a la Primera Guerra Mundial, pero se formalizaron a partir de 1945 y sirvieron para que la representación simbólica de la guerra fuera dictada por el Pentágono. Actualmente, cada una de las cuatro armas de las Fuerzas Armadas de EEUU, así como la CIA, el FBI y el Departamento de Seguridad Nacional, tienen oficinas similares para relacionarse con la industria del entretenimiento.
Ficción y realidad
Hay desde luego diferencias claras entre el uso por ISIS de material fílmico de alto nivel y la estrategia del Pentágono de aprovecharse del entretenimiento con fines propagandísticos. Al menos, America's Army no glorifica la violencia –aunque algunas de las películas apoyadas por el Pentágono sí lo hacen–, ni la ejecuta en la realidad.
Tales diferencias son más difíciles de distinguir cuando el Pentágono se traslada desde la ficción a la realidad. Durante las invasiones de Afganistán e Irak, por ejemplo, las imágenes difuminadas tomadas desde las armas de un AC-130 Spectre, un avión equipado con una ametralladora de grueso calibre y un cañón, aparecían con frecuencia en Internet. El AC-130, apodado por los pilotos Azrael por el ángel de la muerte que sale en el Corán, puede disparar a objetivos sobre el terreno desde largas distancias. Los vídeos, muchos de los cuales están en YouTube, muestran imágenes en infrarrojos de gente huyendo antes de desaparecer en mitad de una explosión fantasmal.
Este estilo de violencia fue utilizado después como modelo de un capítulo titulado Death from Above, en el juego de 2007 Call of Duty: Modern Warfare. La compañía que sacó el juego, Activision, se negó a responder para este artículo si ha recibido alguna vez apoyo financiero de los militares norteamericanos.
Esté o no el Pentágono detrás de la difusión de estas imágenes –la descripción en imágenes de muertes de combatientes está en una zona legal gris en el Derecho Internacional sobre la guerra–, los vídeos de los AC-130 encajan en la estrategia de mostrar una guerra limpia y quirúrgica, a la que se elimina lo que tenga que ver con el sufrimiento y la muerte. “Lo más cerca que recibimos en los comunicados oficiales es una vaga idea de que algunos 'tipos malos' anónimos están ahí abajo en esas imágenes con infrarrojos”, dice Stahl. “Los vídeos snuff de ISIS, por el contrario, están hechos para maximizar la capacidad del horror de meterse dentro de nosotros”.
Formas “legítimas” de violencia
Estos puntos de vista diferentes son las caras de la misma moneda en la guerra asimétrica. Ambos ofrecen imágenes de muertes de seres humanos. Y sin embargo, uno parece más admisible que el otro. “En muchas culturas occidentales, hay una predisposición hacia ciertos actos de violencia cometidos con formas avanzadas de tecnología”, dice Grayson. “Se les considera más precisos, humanos y por tanto civilizados, especialmente cuando se dirigen contra los malos”.
Las decapitaciones, por el contrario, son vistas como un acto de violencia característico de salvajes y bárbaros. “Hay otro filtro político que actúa aquí en relación a lo que el público considera que son objetivos legítimos de violencia, las formas legítimas de violencia y la legitimidad de métodos concretos”.
Actualmente, cualquier persona implicada en una actividad militar necesita una estrategia de imagen persuasiva. El estilo en imágenes del ISIS no está pensado sólo para impactar. También presenta al grupo como alguien poderoso, competente y, lo más importante, capaz de dirigirse directamente a una audiencia global y con un lenguaje familiar, sea el inglés con acento o una escena de acción. De la misma forma, los militares norteamericanos utilizan las películas para incrementar el apoyo a sus acciones.
En ambos casos, los resultados son devastadores. “En el caso de la invasión de Irak, una poderosa estrategia de comunicación ayudó a destruir una nación de 25 millones de personas, con la muerte de 1,2 millones según algunas estimaciones, y a crear millones de refugiados”, dice Stahl. “En el caso del ISIS, la estrategia ha ayudado a matar a unas 10.000 personas, según los grupos de derechos humanos. En ambos casos, se trata de atrocidades de una escala u otra”.