Una investigación de The Guardian ha revelado que Israel utilizó munición estadounidense para matar a tres periodistas y herir a otros tres en un ataque perpetrado el 25 de octubre en el sur de Líbano, algo que expertos juristas han calificado de posible crimen de guerra.
El 25 de octubre, a las 3.19 de la madrugada, un avión israelí disparó dos bombas contra una casa en la que se alojaban tres periodistas: el cámara Ghassan Najjar y el técnico Mohammad Reda, del medio afín a Hizbulá Al Mayadeen, así como el cámara Wissam Qassem, del medio Al Manar, también afín al Gobierno gazatí.
Los tres murieron mientras dormían en el ataque, en el que también resultaron heridos otros tres periodistas de diferentes medios que se encontraban en las inmediaciones. Ni antes ni en el momento del atentado hubo combates en la zona.
The Guardian visitó el lugar, entrevistó al dueño de la propiedad y a los periodistas presentes en el momento del ataque, analizó la metralla encontrada en el lugar del ataque y geolocalizó el equipo de vigilancia israelí en el radio de alcance de las posiciones de los periodistas.
Basándose en las conclusiones de The Guardian, tres expertos en derecho internacional humanitario declararon que el ataque podría constituir un crimen de guerra y pidieron que se siguiera investigando.
“Todos los indicios muestran que se habría tratado de un ataque deliberado contra periodistas: un crimen de guerra. Estaba claramente delimitado como un lugar donde se alojaban periodistas”, declaró Nadim Houry, abogado de derechos humanos y director ejecutivo de la Arab Reform Initiative.
Tras el ataque, el ejército israelí declaró que había alcanzado una “estructura militar de Hizbulá”, y que “los terroristas se encontraban dentro de la estructura”. Pocas horas después del ataque, el Ejército israelí dijo que el ataque estaba “bajo revisión” tras las informaciones de que periodistas habían sido alcanzados en el bombardeo.
The Guardian no encontró pruebas de la presencia de infraestructura militar de Hizbulá en el lugar del ataque israelí, ni de que ninguno de los periodistas fuera otra cosa que civil. El ejército israelí no respondió a una petición de aclaración sobre cuáles de los periodistas eran militantes de Hizbulá ni sobre la situación de la revisión del ataque.
“Ghassan no era miembro de Hizbulá, era miembro de la prensa. Nunca tuvo un arma, ni siquiera para cazar. Su arma era su cámara”, declaró Sana Najjar, esposa de Ghassan Najjar, en una conversación con The Guardian. Ghassan dejó un hijo de tres años y medio.
El féretro de uno de los periodistas, Qassem, de Al Manar, fue enterrado envuelto en una bandera de Hizbulá. La práctica es un homenaje para personas o familias que profesan apoyo político al grupo, pero no indica que el periodista ocupara un papel político o militar en Hizbulá.
Independientemente de su afiliación política, el asesinato de periodistas es ilegal según el derecho internacional humanitario, a menos que participen activamente en actividades militares.
Janina Dill, codirectora del Oxford Institute for Ethics, Law and Armed Conflict, ha declarado: “Es una tendencia peligrosa, ya observada en Gaza, que los periodistas se vinculen a operaciones militares en virtud de su supuesta afiliación o inclinación política, y luego se conviertan aparentemente en blanco de ataques. Esto no es compatible con el derecho internacional”.
Un día después de que Israel iniciara sus ofensivas terrestres en el interior de Líbano, un grupo de unos 18 periodistas llegó en octubre a una casa de Hasbaya, en el sur del país. El avance israelí les había obligado a trasladarse desde Ebl al-Saqi, localidad del sur de Líbano donde habían permanecido los últimos 11 meses para cubrir las hostilidades entre Hizbulá e Israel.
Eligieron esta localidad de mayoría drusa por su falta de afiliación a Hizbulá y porque no había sido blanco de ataques israelíes con anterioridad, según Yumna Fawaz, periodista del canal libanés MTV presente el día del ataque.
Las casas de huéspedes eran propiedad de un libanés-estadounidense, Anoir Ghaida, que declaró haber registrado la casa y el coche de los periodistas atacados tras el ataque “como quien busca una aguja en un pajar”, pero no encontró “nada sospechoso”.
Los reporteros utilizaron las casas como base durante 23 días, desplazándose a la cima de una colina, a 10 minutos en coche, para filmar las hostilidades y realizar coberturas en directo cada día. Desde la colina se divisaban los pueblos fronterizos de Chebaa y Khiam, donde continuaban los combates entre Hizbulá e Israel. Conducían coches con la inscripción “Prensa” y llevaban chalecos antibalas y cascos con símbolos de prensa.
La cima de la colina estaba en la línea de visión directa de tres torres de vigilancia israelíes, todas ellas a unos 10 km del lugar de los hechos. Las torres de vigilancia israelíes suelen estar equipadas con cámaras “Speed-er”, que pueden rastrear automáticamente objetivos a una distancia de hasta 10 km, así como con capacidades de vídeo, imágenes térmicas e infrarrojas.
Otros periodistas del grupo afirmaron que la presencia de drones de reconocimiento israelíes fue “constante” tanto sobre el lugar de los hechos como sobre la casa de Hasbaya durante su estancia de 23 días allí.
“La noche del ataque, estábamos sentados frente a las casas y el dron volaba muy bajo por encima de nosotros”, declaró Fátima Ftouni, periodista de al-Mayadeen que se alojaba unas casas más abajo que sus colegas cuando fueron atacados.
Ftouni se fue a la cama, pero se despertó unas horas más tarde por el sonido de una explosión. Salió de entre los escombros del techo de su casa y buscó su casco. Su chaleco antibalas había sido destrozado por la fuerza de la explosión. Salió de la habitación llena de humo y encontró a sus compañeros muertos en el suelo.
La vivienda donde dormían Najjar, Reda y Qassem había sido alcanzada directamente por una bomba lanzada por un avión israelí, y otra bomba había caído junto a la estructura.
Los restos de munición hallados en el lugar revelaron que al menos una de las armas era una bomba de la serie MK-80 de 500 libras –230 kilos– guiada por un JDAM de fabricación estadounidense, un kit que convierte grandes bombas tontas en armas guiadas de precisión.
Los fragmentos fueron verificados por Trevor Ball, antiguo especialista en desactivación de bombas del ejército estadounidense, un segundo experto en armas de la Omega Research Foundation y un tercer experto en armas que no estaba autorizado a hablar con los medios de comunicación.
Se encontró un trozo de la aleta de cola del JDAM, fabricado por Boeing, así como parte de la sección de control interno que mueve la aleta. Un código de jaula en el resto de la sección de control reveló que había sido producida por Woodward, una empresa aeroespacial con sede en Colorado. Ni Boeing ni Woodward respondieron a las peticiones de comentarios.
El uso de al menos una bomba guiada de precisión implicaría que el ejército israelí seleccionó la vivienda en la que se encontraban los tres periodistas como objetivo antes del ataque. La presencia de drones y torres de vigilancia sobre el grupo de periodistas claramente identificados durante los 23 días anteriores hace probable que las fuerzas israelíes conocieran su ubicación y su condición de miembros de la prensa.
Un portavoz del Departamento de Estado declinó hacer comentarios sobre el ataque en Hasbaya, pero declaró que Estados Unidos “ha instado sistemáticamente a Israel a que garantice la protección de los civiles, incluidos los periodistas”.
Según la legislación estadounidense, si un país utiliza armas suministradas por Estados Unidos en un crimen de guerra, debe suspenderse la ayuda militar a ese país. A pesar de las pruebas de varios casos en los que Israel ha utilizado munición estadounidense para cometer posibles crímenes de guerra, la ayuda militar estadounidense a Israel ha continuado sin verse afectada.
Israel ha matado a seis periodistas en Líbano y al menos a 122 en Gaza y Cisjordania desde el 7 de octubre de 2023, el periodo más mortífero para los periodistas en las últimas cuatro décadas, según el Comité para la Protección de los Periodistas.
Según Irene Khan, relatora especial de la ONU sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión, las autoridades israelíes están “ignorando descaradamente” sus obligaciones jurídicas internacionales en materia de protección de periodistas: “El relato de The Guardian sobre lo ocurrido en el sur de Líbano coincide con el patrón de asesinatos y ataques de las fuerzas israelíes contra periodistas en Gaza. Los asesinatos selectivos, la excusa de que los ataques iban dirigidos contra grupos armados sin aportar ninguna prueba en apoyo de la afirmación, la no realización de investigaciones exhaustivas, todo parece formar parte de una estrategia deliberada del ejército israelí para silenciar la información crítica sobre la guerra y obstaculizar la documentación de posibles crímenes de guerra internacionales”.
A pesar de las declaraciones en las que indicaba que revisaría determinados ataques contra periodistas, el Ejército israelí aún no ha hecho pública ninguna información relativa a las investigaciones sobre sus asesinatos de periodistas. “Es el silencio de la comunidad internacional lo que ha permitido que esto ocurra”, ha declarado Ftouni.
Los ataques a periodistas en Hasbaya y otras partes del sur de Líbano han tenido un efecto escalofriante en los trabajadores de los medios de comunicación libaneses, que ya no saben dónde pueden trabajar con seguridad.
Mientras tanto, las familias de los periodistas son incapaces de superar la pérdida de sus seres queridos.
“Realmente era un gran hombre. Sé que parecía tan grande, pero en realidad era un hombre amable. Y era tan, tan divertido”, dijo Najjar de su marido, Ghassan: “Todavía no me creo que Ghassan haya muerto. Sigo esperando a que se abra la puerta y entre. Me prometió que algún día envejeceríamos y nos iríamos a vivir juntos al sur, pero ahora él se quedó allí y yo me quedaré aquí, en Beirut, para siempre”.