El casino que obliga a todas sus trabajadoras a arreglarse el pelo y a maquillarse. El instituto que no permite a las alumnas llevar camisetas que dejen sus hombros al descubierto. El juez que llama la atención a una abogada por llevar traje pantalón en vez de una falda. A lo largo de nuestras vidas, desde que nos convertimos en adolescentes, a las mujeres nos dan indicaciones sobre cómo vestir para proyectar la imagen correcta. Debemos parecer femeninas pero evitar dar una imagen demasiado sexy y que no nos tomen en serio. Debemos proyectar que tenemos autoridad pero sin intimidar.
A las mujeres les resulta agotador estar renegociando su imagen constantemente, y más si tenemos en cuenta que los criterios de lo que se considera apropiado pueden cambiar significativamente en función del contexto. Aquellos que nunca han tenido que lidiar con este difícil equilibrio podrían pensar que tampoco es tan complicado: “intentad dar una imagen profesional y ya está”. Sin embargo, diversos estudios han confirmado lo que las mujeres ya sabían: si nuestra apariencia encaja con la definición tradicional de “femenina”, seremos juzgadas de cierta manera.
Por ejemplo, a principios de año, un estudio de la Universidad de Colorado, situada en la ciudad de Boulder, mostró que las científicas que tenían una apariencia más femenina no eran percibidas por los demás como científicas. Los investigadores pidieron a los participantes en el estudio que analizaran varias fotografías de hombres y mujeres científicos, les dieran una puntuación en función de su masculinidad o feminidad, y que intentaran adivinar si eran científicos o profesores. La mayoría de los participantes asumió que las mujeres de apariencia femenina eran profesoras. En cambio, la apariencia masculina de los hombres no guarda relación con el hecho de que se los clasifique como científicos o profesores.
Sabemos desde hace décadas que las científicas que quieren ser tomadas en serio no deben llevar falda. Sarah Banchefsky, investigadora y autora, señala que una falda las hace parecer demasiado femeninas. También señala que algunas mujeres en el campo de las ciencias tienen la sensación que tampoco pueden hablar de su deseo de tener hijos.
Parece ser que cuanto más femenina eres, menos en serio te toman. Esto supone un problema en el campo de las ciencias, en el que la presencia de mujeres es anecdótica. Sin embargo, el problema no se limita a las disciplinas de ciencia y tecnología.
Las mujeres de otros campos, como por ejemplo el académico, tienen el mismo dilema. Como lamentaba la profesora Francesca Stavrakopoulou en The Guardian en 2014 la mujer que tiene un estilo más femenino da la sensación de estar muy preocupada por su apariencia y de no ser una académica rigurosa, “porque una mujer no puede ser atractiva e inteligente al mismo tiempo (evidentemente, si una mujer tiene un estilo demasiado masculino también la criticarán por ello)”.
Tal vez parte del problema es el menosprecio que tenemos por todo lo que se considera “de chica”. Cuanto más femenino, menos en serio nos lo tomamos…Incluso las feministas caen en trampas que las llevan a tener prejuicios y una opinión sobre lo que tradicionalmente se ha considerado femenino. No queremos que nuestras hijas caigan presas en el universo de las princesas y ponemos cara de circunstancias cada vez que nos dicen que quieren un vestido de color de rosa. Soy la primera culpable.
Como explicó la activista transexual Julia Serano en su libro Whipping Girl: A Transsexual Woman on Sexism and the Scapegoating of Femininity, en el que expresa su opinión sobre el sexismo y la feminidad, hasta que las feministas no empoderen la feminidad y la alejen de los prejuicios que la vinculan con la debilidad, la dependencia, la fragilidad, la pasividad, la frivolidad y la artificialidad, cualquier persona que sea mujer o femenina seguirá siendo víctima de estos prejuicios.
Traducción de Emma Reverter