El 25 de mayo de 2020, un hombre murió tras “incidente médico en el transcurso de una intervención policial” en Minneapolis. El hombre era sospechoso de falsificación y se creía que “tenía unos 40 años”. Se resistió y, tras ser esposado, “parecía sufrir problemas de salud”. Fue trasladado al hospital “donde murió poco después”.
No es difícil imaginar una versión de la realidad en la que este primer relato policial de la brutal muerte de George Floyd bajo las rodillas de un agente de policía implacable siguiera siendo el relato oficial de lo que ocurrió en Minneapolis hace un año. Lo vemos todos los días. Las mentiras de la policía son aceptadas y respaldadas por los medios de comunicación, y el público se cree y acepta las versiones de los medios de comunicación.
Para que ocurriera algo más –que ahora sea posible que un medio de comunicación diga sin fisuras ni reservas que Derek Chauvin asesinó a George Floyd– fue necesario un esfuerzo hercúleo y una valentía extraordinaria por parte de millones de personas.
Durante las protestas contra el racismo de verano de 2020, muchos estadounidenses se sumaron al difícil intento de hacer aflorar la verdad frente a las mentiras oficiales. Algunas personas compartieron sus experiencias de discriminación racial en el entorno laboral, y algunas instituciones reconocieron su complicidad en situaciones de injusticia racial. Durante un tiempo, pareció que Estados Unidos estaba por fin preparado como país para contar una historia más honesta y con matices de sí mismo, una que reconociera los graves problemas de raíz.
Sin embargo, en paralelo a esta revisión de la historia, ha aflorado otra tradición estadounidense: un movimiento reaccionario empeñado en reafirmar un mito blanqueado.
Estas fuerzas reaccionarias tienen en la diana los esfuerzos por contar una versión más sincera de la historia de EEUU y por hablar abiertamente sobre el racismo. Están proponiendo leyes en muchos estados del país para prohibir la enseñanza de la teoría crítica de la raza (que sostiene que el racismo es estructural en la sociedad), el Proyecto 1619 del New York Times (una iniciativa del periódico para reescribir la historia de Estados Unidos y poner en valor el papel que desempeñaron los esclavos negros en el proceso de construcción del país) y, utilizando un eufemismo, combatir los “conceptos divisivos”.
El movimiento se caracteriza por una obstinación infantil en que se enseñe a los niños una versión falsa de la fundación de Estados Unidos que se asemeja más a un mítico nacimiento virginal que a la sangrienta y dolorosa realidad.
Se trata de destrozar la primera enmienda de la Constitución para defender el honor de quienes redactaron el Compromiso de los Tres- Quintos –un acuerdo alcanzado por los estados del norte y los estados del sur en 1787 a efectos de representación legislativa y pago de impuestos, bajo el cual solo las tres quintas partes de las personas esclavizadas de un estado se contabilizarían en su población total–.
“Cuando se revisa el mito fundacional a la luz de las pruebas descubiertas en los últimos 20 años por los historiadores, surgen las dudas”, dice Christopher S Parker, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Washington que estudia los movimientos reaccionarios. “No hay lugar para el racismo en este mito. Cualquier cuestionamiento del mito es percibida como una amenaza”.
Según un análisis del medio especializado Education Week, al menos 15 estados han sopesado la posibilidad de tramitar alguna ley para limitar la forma en que los profesores hablan sobre la cuestión racial.
En el estado de Idaho, el gobernador Bill Little aprobó una medida que prohíbe a las escuelas públicas la enseñanza de la teoría crítica de la raza, ya que, dijo, “exacerbaría e inflamaría las divisiones por motivos de sexo, raza, etnia, religión, color, origen nacional u otros criterios, en detrimento de la unidad nacional y al bienestar del estado de Idaho y de sus ciudadanos”. La vicegobernadora del estado, Janice McGeachin, creó un grupo de trabajo para “examinar el adoctrinamiento en la educación de Idaho y proteger a nuestros jóvenes del azote de la teoría crítica de la raza, el socialismo, el comunismo y el marxismo”.
En el estado de Tennessee, la asamblea legislativa ha aprobado un proyecto de ley que prohibiría a las escuelas públicas recurrir a materiales didácticos que promuevan ciertos conceptos, entre ellos la noción de que “este estado o EEUU es en esencia o irremediablemente racista o machista”.
La Cámara de Representantes de Texas ha aprobado una serie de leyes relacionadas con la enseñanza de la historia, entre ellas un proyecto de ley que prohibiría cualquier curso que “requiera la comprensión del Proyecto 1619” y otro que impulsaría un “Proyecto 1836” (en referencia a la fecha de la fundación de la república de Texas) para “promover la educación patriótica”.
En abril, Mitch McConnell, líder de la minoría republicana en el Senado, se opuso a un modesto programa de subvenciones federales (solo 5,25 millones de dólares del presupuesto del departamento de Educación, cuyo monto total asciende a 73.500 millones de dólares) para apoyar proyectos de educación cívica e historia de EEUU que, entre otros criterios, “incorporen perspectivas racial, étnica, cultural y lingüísticamente diversas”.
“Las familias no pidieron que se promoviera este sinsentido que causa división”, escribió McConnell en una carta al secretario de Educación, Miguel Cardona. “Los electores no la votaron. Los estadounidenses nunca decidieron que a nuestros hijos se les enseñara que nuestro país es intrínsecamente malo”.
Como era de esperar, McConnell omitió algunos adjetivos importantes.
“¿De qué niños estamos hablando?”, pregunta LaGarrett King, un profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Missouri que ha desarrollado un nuevo método para la enseñanza de la historia de las personas negras. “Los padres negros hablan con sus hijos sobre racismo. Los padres asiático-estadounidenses hablan con sus hijos sobre racismo. Que digan sin tapujos que no quieren que los niños blancos aprendan sobre racismo”.
“Comprender la naturaleza sistémica del racismo nos ayuda a entender realmente nuestra sociedad y, con un poco de suerte, a mejorarla”, añade King. “Leyes como esta son un indicador de que la gente no quiere mejorar la sociedad. La historia tiene que ver con el poder, y esta gente quiere perpetuar un sistema que les otorga privilegios sobre los demás”.
La formación en diversidad y el Proyecto 1619 han sido los principales blancos de ataque de los movimientos reaccionarios. Pero, recientemente, la teoría crítica de la raza se ha convertido en la insignia del pánico moral. Desarrollada por juristas negros de Harvard en la década de 1980, es una forma de pensamiento que examina las formas en que el racismo penetró en el derecho estadounidense.
“Su eficacia ha provocado una reacción violenta”, dice Keffrelyn D Brown, profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Texas en Austin, que defiende que la teoría crítica de la raza sí tiene cabida en las aulas. Brown cree que los estudiantes deben aprender sobre racismo en la escuela, pero sostiene que los profesores necesitan herramientas y métodos para que los debates sean productivos.
“Si optamos por enseñar al alumnado la teoría crítica de la raza, tenemos que pensar en el racismo como un área de contenido tan sólida como si estuviéramos hablando de matemáticas o del ciclo de la vida”, dice Brown. “Me parece que la teoría crítica de la raza es una manera muy elegante y clara de que los estudiantes conozcan el racismo desde una perspectiva fundamentada”.
Sin embargo, la teoría crítica de la raza se ha transformado en una amenaza existencial para la derecha estadounidense. A principios de enero, solo cinco días después de que los manifestantes asaltaran el Capitolio, la Heritage Foundation, un think-tank conservador con estrechos vínculos con la administración Trump, organizó una mesa redonda sobre la amenaza de “la nueva intolerancia” y su “dominio sobre EEUU”.
“La teoría crítica de la raza rechaza frontalmente las mejores ideas de la fundación de Estados Unidos. Se trata de un peligroso envenenamiento filosófico en el flujo sanguíneo”, dice Angela Sailor, vicepresidenta del Instituto Feulner de la Heritage Foundation y moderadora del evento. “La insistencia férrea con la que los creyentes aplican esta teoría ha hecho que la teoría crítica de la raza sea una presencia diaria constante en la vida de cientos de millones de personas”, subraya, en una apreciación que probablemente sorprenderá a cientos de millones de personas.
La Heritage Foundation ha sido uno de los principales detractores de la teoría crítica de la raza, junto con el Manhattan Institute, otro think tank conservador conocido por promover la teoría de las “ventanas rotas” de la vigilancia policial.
Christopher Rufo, un documentalista que se ha convertido en el principal portavoz contra la teoría crítica de la raza en los programas de televisión y en Twitter, se mueve entre ambos grupos. Como experto visitante, elaboró un informe para Heritage en el que argumentaba que la teoría crítica de la raza exacerba las desigualdades, y en abril el Manhattan Institute lo nombró director de una nueva “Iniciativa sobre la teoría crítica de la raza”. (Rufo también está afiliado a otro think-tank de derechas, el Discovery Institute, que es más conocido por sus repetidos intentos de introducir la teología cristiana en las escuelas públicas de EEUU bajo el disfraz del pseudocientífico “diseño inteligente”).
También han aflorado una gran cantidad de nuevas organizaciones cuyo objetivo final es propagar el miedo a la teoría crítica de la raza. Recientemente se ha creado la Fundación contra la Intolerancia y el Racismo (FAIR, un acrónimo que en inglés significa justo), con un consejo asesor formado por figuras de los medios de comunicación y académicos contrarios al “woke” [término que se refiere a la atención a cuestiones importantes, especialmente sobre justicia racial y social]. El grupo promueve el rechazo al programa de subvenciones al que se opuso McConnell y ha calificado de “valiente” una acción legal contra una medida que pretende aliviar la deuda de los agricultores negros.
Aquellos que se suman al “compromiso” de FAIR también pueden unirse a un tablero de mensajes donde los miembros comentan su activismo contra la enseñanza de la teoría crítica de la raza en las escuelas y pueden acceden a recursos como la guía “Cómo hablar con un teórico crítico”, que comienza así: “En muchos sentidos, los teóricos críticos (o más concretamente los teóricos críticos de la raza) son como cualquiera”.
Otra nueva organización llamada Parents Defending Education (Padres en defensa de la educación) anima a los padres a “mostrar” lo que ocurre en sus escuelas y ofrece instrucciones paso a paso para que los padres creen cuentas de Instagram “Woke at X” para documentar el exceso de “wokeness” (despertar) en las escuelas de sus hijos.
Una nueva web, What Are They Learning (Qué están aprendiendo nuestros hijos), fue creada por Luke Rosiak, periodista del Daily Caller, para que funcionara como un “woke-e-leaks” con el objetivo de que los padres denuncien casos de profesores que mencionen el racismo en la escuela. “En Indiana, un estado profundamente republicano y con un 78% de población blanca, el departamento de Educación del estado insta a los profesores a hablar de las cuestiones raciales en el aula, y cita a Ibram X Kendi”, dice uno de esos informes. (El documento real presentado se titula, de hecho, “Hablar de la raza en el aula” y parece ser una copia de un seminario web que ofrece a los profesores consejos para hablar de las protestas del año pasado del movimiento Black Lives Matter con sus alumnos).
Estas y otras iniciativas –como la Educational Liberty Alliance (Alianza para la libertad de educación), Critical Race Training in Education (Formación crítica de la raza en educación), No Left Turn in Education (no viraje a la izquierda en educación)– han recibido el apoyo entusiasta de los medios de comunicación de la derecha, con el New York Post, el Daily Caller, el Federalist y Fox News alimentando la indignación en torno a la amenaza de la teoría crítica de la raza. Como se desprende de una investigación de The Atlantic, desde el 5 de junio de 2020, Fox News ha mencionado la “teoría crítica de la raza” en 150 emisiones.
Para algunos de estos grupos, la teoría crítica de la raza es solo una de las muchas ideas “progresistas” que sus hijos no deberían aprender. No Left Turn in Education también se queja de la educación sexual e incluye un enlace en su página web a un artículo que sugiere que enseñar a los niños la crisis climática es una forma de adoctrinamiento.
Otros grupos consideran probable que el ataque a la teoría crítica de la raza sea solo una cortina de humo para una agenda conservadora convencional. Al final de una mesa redonda que organizó en enero la Fundación Heritage, el director del grupo sobre política educativa dijo a los espectadores que la forma “más importante” de luchar contra la teoría crítica de la raza es apoyar la “elección de escuela”, un antiguo objetivo político de la derecha.
Sean cuales sean sus motivos, el actual movimiento reaccionario está recogiendo el testigo de generaciones de estadounidenses que han luchado para garantizar que a los niños blancos se les enseñe una versión del pasado de EEUU que es más hagiográfica que histórica. Los ecos son tan fuertes que Adam Laats, un profesor de la Universidad de Binghamton que estudia la historia de la educación en EEUU piensa que “resulta confuso dilucidar en qué década estamos”.
Según Seth Cotlar, profesor de historia de la Universidad de Willamette, en los años 20 y 30del siglo pasado, los reaccionarios se opusieron a los libros de texto que daban por válida la teoría del historiador progresista Charles Beard, según la cual los fundadores de Estados Unidos no se movían por principios sino por intereses económicos.
En 1923 el gobernador del estado de Oregón, en un contexto en el que el ejecutivo estaba controlado por el Ku Klux Klan, promulgó una ley que prohibía el uso de cualquier libro de texto en las escuelas que “hablara con desprecio de los fundadores de Estados Unidos o de los hombres que preservaron la unión, o que menospreciara o infravalorara su labor”.
Una década más tarde, los conservadores emprendieron lo que Laats denomina una “campaña frenética” contra los libros de texto de Harold Rugg, otro historiador progresista. De hecho, este movimiento desembocó en una quema de libros en Bradner (Ohio). Como señala Cotlar, para los que apoyaban el resurgimiento del Ku Klux Klan “hablar mal de un fundador era una especie de sacrilegio”.
En los años 90 estalló otra batalla contra los libros de texto. Lynne Cheney (esposa del exvicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney, del Partido Republicano) lanzó una campaña contra un intento de introducir nuevas normas en la enseñanza de la historia de Estados Unidos. Cheney consideraba que a la nueva matera le faltaba orgullo y un tono positivo. Cheney se quejaba de que Harriet Tubman, el KKK y el macartismo recibían demasiada atención, mientras que George Washington y Robert E. Lee no la suficiente.
Los tiempos cambian, pero la obsesión por mantener una idea falsa de las figuras históricas como fuentes puras de virtud permanece. En la actualidad, la opinión del Proyecto 1619 que ha suscitado la mayor indignación es la de la autora Nikole Hannah-Jones. Hanna-Jones sostiene que “una de las principales razones” por las que los colonos lucharon por la independencia fue para preservar la institución de la esclavitud.
De hecho, el consejo de administración de la Universidad de Carolina le denegó un puesto como profesora titular, en contra de la opinión del decano, el profesorado y de la universidad, supuestamente debido a la presión política de los conservadores críticos con el Proyecto 1619.
“Detrás de todo esto está el dilema nunca resuelto sobre el objetivo final de las clases de historia”, señala Laats. “Para algunos se supone que es el típico discurso para darte ánimos antes de un partido, una fuente de inspiración para los jóvenes, y creo que este es el motivo por el cual los mensajes críticos son percibidos como una amenaza para los más conservadores”.
“[Para ellos] el equilibrio no es suficiente. Afirmar que equilibramos las críticas con los elogios al pasado es incorrecto ya que tienen la percepción de que una gota de veneno es todo lo que se necesita para destruir el pozo”.
Sin embargo, el hecho de que los reaccionarios busquen legislar contra ciertas ideas puede ser una señal de lo débil que es su propia posición.
Laats sospecha que la derecha está utilizando la “teoría crítica de la raza” como un eufemismo. “No puedes ir a un consejo escolar y reconocer que en realidad quieres terminar con la mentalidad de que las vidas de los negros importan”.
“En vez de posicionarse a favor del adoctrinamiento apuestan por afirmar que la teoría crítica de la raza es adoctrinamiento”, argumenta: “Y ya no defienden el racismo, sino que presentan la teoría crítica de la raza como racista. Esta campaña contra la enseñanza de la teoría crítica de la raza da miedo y denota fuerza a favor de una idea que está perdida de antemano. O al menos eso esperamos”, dice.
La semana pasada llamé a Paweł Machcewicz, un historiador polaco que ha estado en el centro de un intenso debate en su país entre los que quieren contar la verdad sobre el pasado y los que quieren convertir la historia en un arma con fines políticos.
Machcewicz fue uno de los historiadores que encontró pruebas de la implicación de Polonia en los crímenes de guerra nazis y como director y fundador del Museo de la Segunda Guerra Mundial en Gdańsk, intentó ofrecer un relato preciso del papel que desempeñó Polonia en la Segunda Guerra Mundial.
El partido gobernante de extrema derecha, Ley y Justicia, consideró que el museo no era lo suficientemente patriótico y lo despidió. Al año siguiente, el Gobierno aprobó una ley que prohibía acusar a Polonia de complicidad en los crímenes de guerra nazis.
“La democracia resultó ser muy frágil”, lamenta Machcewicz. “Sabía que la historia era importante para el partido en el Gobierno, pero se convirtió en una especie de obsesión. Nunca pensé que, como director y fundador de un museo sobre la Segunda Guerra mundial, me convertiría en un enemigo público”.
“Nunca se sabe qué precio hay que pagar por querer presentar una versión independiente de la historia”, añade. “No creo que en Estados Unidos se llegue tan lejos como en Polonia, pero hace unos años también me sentía bastante seguro en mi país”.
Traducido por Emma Reverter
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