La portada de mañana
Acceder
El jefe de la Casa Real incentiva un nuevo perfil político de Felipe VI
Así queda el paquete fiscal: impuesto a la banca y prórroga a las energéticas
OPINIÓN | 'Siria ha dado a Netanyahu su imagen de victoria', por Aluf Benn

“Estamos malditos”: conmoción en las calles devastadas de Beirut tras la explosión

Martin Chulov - Beirut

Beirut —
5 de agosto de 2020 09:31 h

0

Cuando comenzó a despejarse el humo marrón, las calles del este de Beirut quedaron a la vista en forma de ruinas apocalípticas. Incluso los edificios a cuatro kilómetros del centro de la explosión habían perdido las ventanas. Ocurrió poco después de las seis de la tarde. El humo, del que formaban parte bolsas de gas rosado, envolvía parte de la carnicería dejada por el estallido. Todo estaba cubierto por vidrios rotos, algunos trozos muy afilados incluso habían perforado coches. Los árboles estaban despedazados y la sangre formaba charcos en las calles.

Los regueros de sangre indicaban los lugares donde las motos y los coches habían recogido a las personas heridas para llevarlas a clínicas y hospitales, que pocos minutos después de la explosión luchaban por hacerse cargo de la enorme cantidad de personas muertas y heridas. 

Las ambulancias hacían rugir sus sirenas por las avenidas de la ciudad, pasando a toda velocidad por intersecciones congestionadas por coches que intentaban huir del peligro. La enorme nube con forma de hongo que se formó sobre el puerto se movía hacia el este, pero se quedó en el aire durante casi media hora.

Al caminar desde el suburbio de Ashrafieh, al este de Beirut, hacia Gemmayze en dirección al escenario de la explosión en el puerto, la escala de la devastación se hace más evidente. Decenas de edificios con importantes daños estructurales. Casi todas las tiendas y los restaurantes habían sufrido daños importantes. Una zona de clubs nocturnos directamente había desaparecido. Semanas de fuego de artillería continuo no causaron este nivel de destrozos, ni siquiera durante el punto más álgido de la guerra civil.

Hombres, mujeres y niños caminaban desconcertados, alejándose de los sitios cercanos al lugar de la explosión. Muchos abandonaban lo que quedaba de sus hogares, vagando sin destino. Pero avanzar en medio de los escombros era igual de difícil a pie que en coche.

No es fácil conmocionar a Beirut, que muchas veces ha emergido y caído bajo el estruendo de las bombas. Pero incluso en una ciudad acostumbrada a las explosiones, esto es algo nuevo. La implosión económica ha dejado al país al borde del abismo. Y ahora, una explosión devastadora de dimensiones desconocidas. “Estamos malditos”, dice un joven de unos 20 años, con sangre corriéndole por el brazo por el corte de un vidrio. “Incluso si esto fue un accidente, es lo último que necesitamos”.

La última vez que una explosión de un tamaño ni remotamente similar conmocionó al Líbano fue en febrero de 2005, cuando el ex primer ministro Rafik Hariri fue asesinado por un coche bomba frente a un hotel de la costa. Más de 15 años después, se espera que el tribunal de La Haya dicte este viernes la sentencia contra los acusados por el atentado, y no fueron pocos quienes temieron que la explosión fuera un mensaje por el veredicto.

“Aquí, nada sucede sin razón”, cuenta Sobhi Shattar mientras quita escombros del frente de la casa de Carlos Ghosn, ex director de Nissan, en una calle de clase acomodada. “Esto podría ser un mensaje para que la gente se olvide del tema”.

Inmediatamente después de la explosión, lo importante era saber qué había explotado y cómo, y cada persona tenía una teoría diferente. La vibración de la deflagración se sintió hasta en el sur de Beirut y el estruendo se oyó a 80 kilómetros, en el norte del Líbano. Incluso algunos informes aseguran que llegó a escucharse a 250 kilómetros hacia el oeste, en Chipre.

“Solo enormes cantidades de explosivos pueden hacer eso”, comenta Riyadh Haddad, un ingeniero de la ciudad. “O algo en el puerto explotó solo, o fue un ataque”. 

Igual que sus vecinos del distrito de Gemmayze, Haddad ha tenido que trabajar mucho para que su casa volviera a quedar habitable. “Mira a tu alrededor”, dice. “¿Cómo nos recuperaremos de esto? Se han roto al menos un millón de ventanas en toda la ciudad, y ese es el menor de los problemas. No tenemos dinero, ni empleos, ni energía, ni gasolina. Y ahora encima esto. ¿Se convertirá esto en una llamada de atención o en una guerra?”

En un primer momento, funcionarios libaneses afirmaron que un depósito de pirotecnia habría causado el catastrófico accidente. Esa versión no tardó en ser rechazada por la dimensión del estallido y el alcance de la onda expansiva.

“¿Era un depósito de armas?”, se pregunta un hombre mientras intenta frenéticamente llamar por teléfono a sus amigos. “¿Fue un ataque israelí? Hubo una explosión pequeña y luego otra más grande. ¿Qué provocó la primera?”

Los rumores y las incógnitas se extendieron a la misma velocidad que la onda expansiva. Cuando estaba anocheciendo, el jefe de seguridad del Líbano, Gen Abbas Ibrahim, descartó la teoría del depósito de pirotecnia y explicó que se trató de un accidente industrial en un almacén que, según sus palabras, contenía productos químicos altamente inflamables. Según detallaba posteriormente el primer ministro, Hasan Diab, se trataría de 2.750 toneladas de nitrito de amonio –un material altamente explosivo empleado para fabricar bombas, pero usado también como fertilizante–, almacenadas en el puerto desde hace seis años tras ser incautadas de un barco.

Pero sus explicaciones no han convencido a todo el mundo. “En toda la historia del Líbano nunca sucedió algo como esto”, comenta otro hombre de unos 30 años mientras barre vidrios rotos a la puerta de su casa. “Esto ha sido algo casi nuclear, y creo que muchos de los explosivos debían ser de calidad militar. ¿Nos dirán alguna vez la verdad sobre lo que pasó? Yo lo dudo”.

Cuando terminó de caer la noche, Beirut quedó más oscura que nunca. Por una vez, nadie necesitaba la poca energía eléctrica que en los últimos tiempos a duras penas ha podido abastecer a la ciudad. La ciudad se vaciaba rápidamente. Las luces se iban apagando.

Traducido por Lucía Balducci