Marine Le Pen, la niña de la mansión custodiada por perros dóberman
Detrás del escenario, en un mitin en el sur de Francia, al principio de la campaña presidencial, Marine Le Pen dio una calada al cigarrillo electrónico con el que reemplazó sus dos cajetillas de tabaco diarias. “Mi campaña será alegre”, sonrió.
Le Pen quería suavizar su imagen y “apaciguar” a los votantes, por eso comenzó a tomarse fotografías abrazando caballos o gatitos bebés, pero también quería ofrecer un programa de línea dura que ella creía que traería “calma” a una población desesperada tras décadas de desempleo y constantes amenazas terroristas.
El objetivo, como siempre lo ha sido para el Frente Nacional fundado por su padre Jean-Marie Le Pen en 1972, era que Francia fuera “para los franceses”. Se convocaría un referéndum para cambiar la Constitución y así poder dar “prioridad nacional” a los franceses por encima de los extranjeros a nivel laboral, de vivienda y de prestaciones sociales. Luego se convocaría otro referéndum para dejar la Unión Europea. Le Pen prometió restringir la inmigración y prohibir los símbolos religiosos, incluido el pañuelo musulmán para la cabeza, en todos los edificios públicos de Francia.
Marine Le Pen, de 48 años, está más cerca que nunca de la presidencia francesa, con posibilidades de llegar a la segunda vuelta de unas elecciones generales imposibles de predecir. En los seis años que han pasado desde que quitó el poder del partido a su padre, ha crecido electoralmente en cada votación local o europea. Si su padre, exparacaidista militar y negacionista del Holocausto, se conformaba con obtener el voto de protesta, Marine Le Pen quiere llegar al poder y a un cargo político.
Le Pen, controlada y con una imagen estudiada, siempre ha caminado por una delgada línea entre criticar al sistema e intentar formar parte de él. Su vida ha transcurrido ante la mirada del público desde que fue fotografiada a los seis años siendo arropada en su cama, en una habitación llamativamente empapelada con carteles del Frente Nacional que llamaban a luchar contra el “cáncer marxista”.
La dinastía familiar de los Le Pen siempre fue una especie de culebrón nacional, con todo el clan de rubios viviendo juntos, incluso cuando las tres hijas ya habían pasado los 30 años de edad, en una mansión del siglo XIX en lo alto de una colina en las afueras de París, vigilada por perros dóberman.
Pero el problemático vínculo entre padre e hija y el brutal distanciamiento público que tuvieron han sido una carga para la campaña presidencial. La estrategia electoral de Marine Le Pen ha sido expandir su base de votantes limpiando la imagen del partido, alejándolo de la imagen racista, prepotente y antisemita que tenía en el pasado.
El problema era que Le Pen padre se sintió excluido. En 2015, decidió arruinar deliberadamente los planes a su hija repitiendo la negación del Holocausto que ya le había costado una sentencia por discurso del odio y por poner en duda crímenes de lesa humanidad. Después de una disputa pública, Marine lo expulsó del partido. Él la desheredó públicamente y desde entonces no se dirigen la palabra.
Pero los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial siguen presentes en la política francesa. Esta semana pidieron a Marine Le Pen en un programa de radio que explicara brevemente lo que significó la guerra para los judíos de París. Ella contestó que Francia como nación no era responsable de nada, sino sólo aquellos “que tenían el poder en ese momento”, despertando la ira de las organizaciones de judíos.
Le Pen argumentó que la Francia moderna no debe condenarse a la contrición eterna y que la “verdadera” Francia era la de la resistencia de De Gaulle, no el régimen “ilegal” y colaboracionista de Vichy. “Si lo que quieres es decir que Marine Le Pen es nazi, venga, dilo, pero la gente se te reirá en la cara porque es simplemente algo no creíble”, aseguró muy enfadado Florian Philippot, jefe de estrategia de Le Pen, en un programa de televisión. Le Pen afirmó que esa polémica no tenía sentido.
Marion Anne Perrene Le Pen –apodada desde siempre Marine– nació en el oeste de París en 1968 y es la menor de tres hijas. Su padre solía mostrar a sus hijas en la prensa, pero puertas adentro la vida familiar era más desarticulada de que lo que parecía. En el primer edificio que tuvieron los Le Pen, las niñas vivían en un piso distinto al de los padres, una planta más arriba, junto a una canguro. Jean-Marie Le Pen y su esposa, Pierrette Lalanne, solían irse de vacaciones o navegar durante meses alrededor del mundo sin sus hijas, a veces incluso durante las Navidades.
No fue hasta los ocho años de edad que se volvió consciente de la vida política de su padre y del odio que inspiraba, cuando una noche se despertó entre esquirlas de vidrio y con una pared de su habitación derrumbada, después de que una bomba impactara en el hogar con el propósito de matar a su padre. “A los ocho años, de pronto fui consciente de la muerte”, me dijo cuando se hizo cargo del liderazgo del Frente Nacional. “Pero quizás aquello me dio cierta distancia, una especie de armadura, y eso es útil cuando se aspira a cargos de responsabilidad”.
Su apellido fue una carga
Si bien su apellido era una carga (recuerda que los profesores en la escuela llamaban a ella y a sus hermanas “las hijas del fascista”), siempre defendió a su padre. En 1985, cuando el periódico Libération reveló que Jean-Marie Le Pen había participado en torturas durante la guerra de Argelia, él lo negó y le recomendó a la adolescente Marine que ese día no fuera a clase. Ella se negó y fue al instituto dispuesta a defenderlo.
En los años 80, conforme fue volviéndose más prominente a nivel político, Le Pen padre le encargó una biografía suya a un periodista que solía pasar bastante tiempo en la mansión familiar. Un día, Marine –entonces de 16 años– se sorprendió al encontrar a una de sus hermanas mayores esperándola fuera del instituto. “Mamá se ha marchado”, le dijo. Sin avisar a nadie, Lalanne había cogido todas sus cosas y se había escapado con el biógrafo de Le Pen para empezar una nueva vida con él. No volvió a ver ni a hablar con sus hijas durante más de 15 años. Marine, la menor y la más apegada a su madre, quedó sola con un padre distante y distraído. Dice que esperó cada día tener algún tipo de contacto con su madre, pero eso nunca sucedió.
“Marine Le Pen creció en una atmósfera muy extraña, con una familia que parecía unida pero en realidad era muy distante”, asegura David Doucet, coautor de la biografía de los primeros años de Le Pen, La Politique Malgré Elle. “Vivió casi 20 años sin su madre. Su padre casi no la conocía. La criaron canguros y cuidadoras, con sus propios métodos”.
Luego vino una guerra pública y feroz por el divorcio. Jean-Marie Le Pen rechazó la solicitud de manutención de Lalanne, diciendo que ella podía trabajar como limpiadora. En venganza, Lalanne posó desnuda en el Playboy francés, fregando el suelo de la cocina.
Durante la adolescencia, Marine Le Pen acompañaba ocasionalmente a su padre a los mítines, como una forma de pasar tiempo con él y obtener un poco de su atención. Pero al principio no pensó que elegiría una carrera política. “Mi padre dice que soy como Obelix. Me caí en la marmita mágica de la política de pequeña”.
De hecho, intentó escapar del partido estudiando Derecho. Para ganar un dinero extra, aparte de su despacho de abogados, trabajó durante seis años como abogada de oficio para el Estado, defendiendo a inmigrantes ilegales que se enfrentaban a una deportación. “Son seres humanos con derechos”, dijo recientemente en una entrevista televisiva. “No podemos culparlos por las políticas inmigratorias. No es culpa de ellos”.
A los 30 años, ganó su primer cargo como consejera regional para el Frente Nacional en Henin-Beaumont, un pueblo norteño empobrecido que alguna vez tuvo una mina de carbón. Marine lo convirtió en su laboratorio político, un sitio donde reinventarse como “defensora del pueblo”.
Se dio cuenta de que el cinturón industrial del norte de Francia, que tradicionalmente ha votado a la izquierda, podía inclinarse hacia el Frente Nacional si el partido no sólo luchaba contra la inmigración, lo cual siempre fue el punto principal de su programa, sino que también defendía a las víctimas de la desindustrialización y la crisis económica.
“Antes lo llamaba su laboratorio pero hoy en día es el sitio donde aún tiene un piso, la región donde creo que se siente más tranquila”, dice Sébastien Chenu, director de su campaña en la región norte durante las últimas elecciones regionales. “Ella es accesible, por eso creo que le va tan bien en el norte. Le gusta ese contacto”.
A Le Pen le gusta tener cerca a sus amigos. “Si alguien ha intentado traicionarla, tiene que marcharse”, afirma Chenu. Los casos de corrupción en la recaudación de fondos del Frente Nacional que se están investigando actualmente –incluyendo las acusaciones por el supuesto uso indebido de fondos europeos para pagar empleados del partido y por presunta contabilidad falsa en la recaudación de la campaña– han hecho que se indague formalmente a algunos de los amigos de la infancia más cercanos de Le Pen. Tanto ellos como el partido niegan todas las acusaciones. Pero las investigaciones han demostrado que ella colocó a amigos de la universidad en cargos de confianza.
Le Pen protege a sus hijos de la exposición pública que ella tuvo de pequeña. Se casó y se divorció dos veces de hombres que eran militantes activos del Frente Nacional. Tuvo tres hijos en un período de un año: una hija inmediatamente seguida de mellizos. Su compañero actual es uno de los vicepresidentes del partido, Louis Aliot.
Una vez Le Pen describió su enemistad con su padre como “lo más difícil de mi vida, exceptuando el dar a luz”, pero dio a entender que espera que él la llame si gana la presidencia.
La idea de paternidad de Le Pen padre fue siempre endurecer a su hija. Cuando Marine Le Pen tenía 20 años, la llevó a la morgue a ver el cadáver de un miembro del partido que había muerto en un accidente de tráfico. Cuando ella le preguntó por qué la había llevado, él le respondió: “No quiero que el primer muerto que veas sea yo”.
Traducido por Lucía Balducci