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The Guardian en español

Una médica atrapada en un hospital de Mariúpol: “Los soldados rusos amenazaron con fusilar a quien saliera”

Una trabajadora del hospital de maternidad de Mariúpol camina entre sus escombros, el 9 de marzo.

Liz Cookman

Zaporiyia (Ucrania) —

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Tras el ataque al hospital materno infantil de Mariúpol, el marido de una mujer con un embarazo avanzado fue a buscar a su esposa allí, a quien describió por sus tatuajes y sus pendientes. Alina Buzunar tuvo que decirle que la mujer había muerto y llevó al hombre a la morgue para identificar el cadáver.

“Estaba muy tranquilo hasta que la encontró”, dice Buzunar. “Nos dijo que, hasta el último momento, mantuvo la esperanza de que no fuera ella. Después lloró mucho. Fue una situación muy triste”.

La imagen de la mujer —que aún no ha sido identificada— con el rostro pálido y la cadera izquierda ensangrentada, siendo evacuada de los escombros en camilla por los rescatistas, es una de las imágenes que definen el terror sembrado durante el asedio a la ciudad portuaria del sur. Varios políticos, incluido el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, calificaron el ataque como crimen de guerra.

Funcionarios rusos dijeron en su momento que los pacientes y el personal se habían marchado y que había objetivos militares ucranianos en el lugar, aunque no hay evidencias que respalden estas afirmaciones.

Según Buzunar, jefa del departamento de telemedicina del hospital regional de cuidados intensivos, ese día, el 9 de marzo, llegaron a su hospital —el más grande de la región de Donetsk— dos autobuses con mujeres y bebés aturdidos y ensangrentados, algunos de ellos con apenas días o incluso horas de vida, para recibir tratamiento.

“Cuando se produjo el ataque al hospital materno infantil, todavía había policía en la ciudad”, dice. “Un coche de policía llegó a nuestro hospital y nos dijeron que iban a traer a las mujeres. Dijimos que no teníamos las condiciones adecuadas para tratarlas, pero dadas las circunstancias no teníamos opción”.

“No teníamos un especialista, solo un neurólogo, un cirujano ginecológico y un interno de ginecología. La mujer de la imagen había sido alcanzada por una metralla y había perdido mucha sangre. Intentamos salvarla pero no pudimos”, cuenta Buzunar.

Tras el ataque, una de las mujeres dio a luz a dos bebés: un niño y una niña. Otros tres niños nacieron, dos de ellos por cesárea. Sin embargo, llegaron al mundo justo cuando el hospital de Buzunar tenía un nuevo problema al que enfrentarse: había caído bajo la ocupación rusa.

Un hospital convertido en base militar

El personal del hospital estaba refugiándose en el sótano cuando, el 11 o 12 de marzo (Buzunar no está segura, debido al estrés), oyeron disparos. “Los soldados rusos dijeron: ‘Túmbense en el suelo o empezaremos a lanzarles granadas’, y fue entonces cuando entraron en el hospital”, dice. “Hablaron con la dirección del hospital, que les pidió que no interfirieran en el trabajo. Lo más importante que nos pidieron fue que no saliéramos. Dijeron que quien lo hiciera sería fusilado”.

Fue un periodo tenso y estresante. Buzunar no podía salir del recinto, así que vivía en el sótano, durmiendo en sofás y sillas junto a sus colegas, mientras dos o tres soldados armados permanecían apostados en cada planta: primero rusos y luego separatistas prorrusos, según cree ella. Los hombres eran agresivos. Amenazaban repetidamente a los médicos con ametralladoras y convirtieron la primera planta, que era de oficinas administrativas, en una base militar.

Buzunar dice que los rusos no tardaron en trasladar a unos 2.000 civiles de las viviendas cercanas, a pesar de no tener medios para alimentarlos ni lugar para que durmieran. Casi al mismo tiempo, el gobernador de la región de Donetsk, Pavlo Kyrylenko, dijo en Facebook que los rusos habían tomado a pacientes y civiles como rehenes en el hospital, quienes además estaban siendo utilizados como escudos humanos.

Buzunar dice que la directora del hospital, Olha Golubchenko, ayudó a proteger al personal de los soldados rusos y “nos ayudó a ser valientes y fuertes”. Dice que Golubchenko negociaba con las tropas e incluso se interponía entre ellas y los civiles.

El hospital trabajaba tratando, más que nada, heridas de metralla y de bala en civiles y soldados. Los soldados rusos eran trasladados rápidamente a otro lugar donde recuperarse, mientras que los soldados ucranianos que tuvieron la mala suerte de seguir en el hospital cuando llegaron los rusos fueron considerados cautivos, dice Buzunar.

Ataques indiscriminados

“Ya era muy difícil porque no teníamos muchos medicamentos y faltaban ventanas a causa de las explosiones. Hacía un frío tremendo, temperaturas bajo cero, así que se instalaba a todos los pacientes ingresados en los pasillos”, dice. “Hasta que llegó un tanque y empezó a disparar contra el hospital. A un miembro del personal le rompieron las costillas y parecía que todos los pacientes tumbados en el pasillo estaban en la calle porque las paredes fueron destruidas. Todos aquellos pacientes murieron”.

Amnistía Internacional recuerda que los ataques indiscriminados de Rusia contra zonas civiles de Ucrania y lugares protegidos, como los hospitales, violan el derecho internacional humanitario.

Buzunar, que escapó al oeste de Ucrania a finales de marzo, dice que preguntó a las tropas rusas por qué habían disparado contra el hospital y que no le supieron dar una respuesta. No tiene imágenes ni vídeos de lo sucedido porque los soldados rusos obligan a las personas que abandonan la ciudad a borrar el material en sus teléfonos. Decenas de otros evacuados también han dicho que sus teléfonos fueron revisados.

Las fuerzas rusas habían dicho al personal del hospital que no podrían salir hasta que fueran sustituidos por otros profesionales médicos, pero Buzunar dice que ya han traído nuevos trabajadores provenientes de las zonas separatistas y que ella había conseguido huir.

Ahora se enfrenta a la complicada tarea de superar su trauma psicológico. “Cuando estás trabajando, intentas ocultar que tienes miedo. Pero ahora tengo miedo incluso de pararme junto a una ventana porque temo que un francotirador me dispare”, dice.

Traducción de Julián Cnochaert

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