La teoría sobre cómo controlar la expansión del virus no es demasiado complicada, pero su puesta en práctica pone a prueba la capacidad de acción de muchos Gobiernos. Cuando China advirtió por primera vez a la Organización Mundial de la Salud sobre un nuevo coronavirus el pasado 31 de diciembre, cada país comenzó una particular cuenta atrás, la de la preparación para la llegada de la infección.
Algunos, como Corea del Sur, Taiwán o Hong Kong ya habían escarmentado con otras dos crisis provocadas por virus mortales: las del MERS y el SARS, aún vivas en la memoria, y fueron capaces de reaccionar rápidamente ante la amenaza que se cernía sobre ellos. Otros países, consumidos por su política interna, se limitaron a esperar y mirar desde la barrera. Estados Unidos o el Reino Unido asumieron que el nuevo virus no pasaría de ser una gripe fuerte.
Ocho lecciones de Asia Oriental contra la pandemia
Tras cuatro meses de pandemia, están claras las lecciones que podemos extraer de los países de Asia Oriental para controlar el virus y mantener lo más bajo posible el número de contagios diarios. A continuación, ocho lecciones para Gobiernos que tendrán que tomar decisiones difíciles y para una ciudadanía que debe saber qué puede esperar y exigir de sus Gobiernos.
La primera, identificar inmediatamente dónde está el virus y romper las cadenas de transmisión. Para poder hacerlo es necesario una política de “prueba, rastreo y aislamiento”, lo que conlleva la realización masiva de pruebas para identificar positivos y tener la capacidad de rastrear a todas las personas con las que han estado en contacto durante la semana previa para identificar otros positivos y poner a todos esos individuos en cuarentena obligatoria. Las administraciones públicas tendrán que reclutar equipos para poder ponerlo en práctica.
La realización de pruebas no es una solución en sí misma, pero es una de las más importantes de entre un conjunto de medidas de salud pública necesarias para seguir identificando focos de infección y deshacerlos. La aplicación de este enfoque permite limitar la carga que deben asumir los hospitales y permite que las actividades económicas fundamentales y las actividades sociales puedan seguir desarrollándose.
La segunda es proteger a los trabajadores sanitarios y de la economía social que corren mayor riesgo de contraer el virus porque están expuestos a cargas virales altas durante su jornada laboral. Esa protección no implicará solo el acceso privilegiado a los exámenes y pruebas, sino equipamiento de protección disponible en todo momento. Se ha prestado mucha atención a garantizar oxígeno, respiradores y camas suficientes, pero no se ha hecho tanto hincapié en la necesidad de personal sanitario experto, cuya formación no se logra en días ni en semanas.
La tercera es mantener una vigilancia constante del virus con sistemas de seguimiento que permitan detectar si alguna zona del país se convierte en prioritaria o si algún colectivo concreto –como inmigrantes viviendo en condiciones precarias– sufren mayor incidencia del virus. Eso sólo puede hacerse a partir de la infraestructura con la que ya contamos para vigilar la gripe y garantizando que se comparen los datos en tiempo real.
Vinculada a este proceso está la cuarta lección, que tiene que ver con el control fronterizo para vigilar la entrada de casos desde otros países. Las prohibiciones de viaje a lugares concretos tienen una efectividad limitada, pero cuarentenas de 14 días para todas aquellas personas que ingresen a un país pueden garantizar que se detecte rápidamente cualquier caso nuevo antes de que desencadene nuevos focos de infección.
La quinta pasa por comunicar en público, con claridad y honestidad para mantener la confianza de la gente. La situación no es cómoda para nadie. Se están aprobando normas que afectan a nuestro comportamiento diario y la desinformación se extiende. Para que los Gobiernos se conviertan en emisores de información fiable para los ciudadanos entre tanto ruido, es necesario que se comuniquen con claridad y coherencia las medidas adoptadas y se tomen decisiones transparentes.
La sexta es reconocer que ninguna estrategia de “salida” de la crisis significa que la vida será como antes. Habrá que adaptarse a una “nueva normalidad” que implicará distancia social cada vez que sea posible, que se tome la temperatura al ingresar a edificios públicos o el uso de mascarillas. El objetivo es lograr que regrese la actividad económica y social al mismo tiempo que se reduce la transmisión del virus.
La séptima lección es que los confinamientos, si se aplican en una etapa inicial, pueden detener la expansión del virus pero no son, tampoco, una solución por sí mismos. Son un instrumento político duro y costoso que debería usarse lo menos posible. Permiten a los Gobiernos ganar tiempo que luego usan para incrementar la capacidad de respuesta de la sanidad.
La lección final es que todo lo anterior no son más que estrategias a corto plazo, aplicables mientras se logra el conocimiento científico necesario para tomar decisiones políticas bien fundamentadas y encontrar la estrategia definitiva para salir de esta crisis. Todavía hay muchas cosas que no sabemos sobre el virus. Nos falta información sobre la inmunidad, el riesgo individual de desarrollar síntomas severos o cuánto tardarán en llegar una vacuna y tratamiento efectivos. Las medidas mencionadas pueden, al menos, garantizar que se mantenga bajo el número de contagios y no se repita lo sucedido con la pandemia de la gripe de 1918, determinada por la “selección natural”.
*Devi Sridhar es directora de Salud Pública Global de la Universidad de Edimburgo.
Traducido por Alberto Arce
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