El regreso de Mette Frederiksen parece filmado por Quentin Tarantino. Al ritmo de música heavy, la líder danesa de los socialdemócratas se abrocha la chaqueta y se arregla el pelo para subirse a unos tacones altos. “Ya estoy lista de nuevo”, dice a la cámara. “Vamos a poner en marcha este autobús”, asegura.
La cabeza visible de la oposición danesa comenzaba la campaña con dos días de retraso. Cuando el primer ministro Lars Løkke Rasmussen convocó elecciones generales, estaba ingresada en el hospital por una intoxicación alimentaria. Pero a sus 41 años, es el momento de Frederiksen. Su bloque de centro-izquierda tiene una ventaja de ocho puntos porcentuales en las encuestas y pocos dudan de que en las elecciones del 5 de junio se convertirá en la primera ministra más joven de la historia de Dinamarca.
“Estoy muy emocionada porque necesitamos un cambio de gobierno desesperadamente”, opina Malou Astrup Clemmensen, una de las voluntarias de la campaña electoral de Frederiksen mientras se prepara para repartir rosas por las calles de Copenhague. La victoria de Frederiksen sería importante para los socialdemócratas europeos, desmoralizados ante el panorama político en el continente. Pero no estaría exenta de polémica. El partido ha sufrido una remodelación dramática bajo su dirección: en lo económico ha girado hacia la izquierda y en políticas migratorias bruscamente hacia la derecha.
“Para mí, cada vez está más claro que el precio de la globalización no regulada, de la la inmigración masiva y de la libre circulación de la mano de obra lo están pagando las clases más bajas”, escribió Frederiksen en una biografía reciente. El año pasado, la coalición de derechas que gobierna Dinamarca impulsó políticas muy restrictivas y contra la inmigración, la legislación más dura que ha visto la historia del país. En lugar de oponerse frontalmente, Frederikson aceptó gran parte de esas medidas.
Bajo su liderazgo, los sociodemócratas han pedido fijar una cantidad tope de “inmigrantes no occidentales”, la expulsión de los solicitantes de asilo a un centro de acogida en el norte de África, y la obligación de trabajar 37 horas a la semana para todos los inmigrantes que reciben prestaciones. Frederiksen se ha puesto en contacto con el Partido Popular Danés (DPP), ha accedido a varias entrevistas conjuntas con su líder (Kristian Thulesen Dahl), y ya han hablado de una futura cooperación de gobierno.
Sus aliados en el bloque de centro izquierda están especialmente preocupados por el apoyo que está dando en algunos temas al actual gobierno. Entre ellas, la ley que permite despojar a los refugiados de sus joyas, la prohibición del burka y del nicab de las mujeres, hacer obligatorio el apretón de manos en las ceremonias de obtención de ciudadanía -independientemente de la fe religiosa-, y un plan para alojar a los solicitantes de asilo con antecedentes criminales en la misma isla donde se investigan enfermedades de animales contagiosas. En febrero, Frederiksen respaldó lo que el DPP consideró un “cambio de paradigma”: hacer de la repatriación el objetivo principal de la política de asilo, por encima de la integración.
“Me parece raro que un cambio así sea posible, no sólo en su política sino también en sus valores fundamentales”, señalaba Morton Østergaard, líder de la formación de centro Partido Social Liberal, al semanario The Observer. “Lo que estamos viendo diferente en Dinamarca es que partidos cuya base de votantes es de valores liberales o socialdemócratas están acaparando el espacio de los nacional conservadores en una carrera hacia la baja, han decidido que para los votantes indecisos no hay política lo suficientemente dura con relación a los inmigrantes”, apuntaba.
Muchos dicen que el nuevo perfil del partido es una estrategia para llegar al poder. El Partido Popular Danés caería de un 21% de los votos en las elecciones de 2015 a un 13%, según una encuesta del periódico Berlingske. De acuerdo con una encuesta interna de los socialdemócratas, el 37% de sus votantes considera la política de inmigración danesa demasiado laxa, unas opiniones que fueron emitidas después de tres años de fuertes políticas antimigratorias.
Frederiksen ha actuado con firmeza contra opiniones contrarias dentro de su partido. Cuando la ex ministra Mette Gjerskov se opuso públicamente a la prohibición del burka, la filial local del partido apoyó la candidatura de otra persona para ocupar su escaño. Gjerskov evitó su sustitución, pero fue relegada de la portavocía del partido. “Era consciente de que cambiar la postura del partido llevaría mucho tiempo, pero sabía que tenía que ganar esa pelea”, escribió Frederiksen en su biografía. “Por lo general, traté de llegar a acuerdos, pero no en política de inmigración”, sentencia.
Los voluntarios que participan en la campaña en Copenhague creen que la política consiste en algo que hay que hacer, aunque sea desagradable. “No me encanta la prohibición del burka”, admite Clemmensen. “Pero en mi opinión se ha hablado demasiado de eso y no lo suficiente sobre el medio ambiente, la desigualdad creciente y el sector financiero”, rectifica. Frederiksen defiende su enfoque como una receta para curar a los convalecientes partidos socialdemócratas del mundo.
Durante un congreso en Lisboa con otros partidos progresistas en diciembre, les echó en cara haber perdido la confianza de la gente por no ser capaces de dar una respuesta y protegerlos de una globalización que, según sus palabras, ha reducido sus derechos laborales, ha aumentado la desigualdad y los ha dejado expuestos a una inmigración descontrolada. “Llevamos años subestimando las implicaciones de la inmigración masiva”, espetó durante el encuentro. “En Europa, la política económica y la política exterior han sido demasiado liberales, hemos fracasado en mantener el contrato social, que es la base del modelo social socialdemócrata”, declaró.
“Nos hemos puesto del lado de muchos de los votantes a quienes representamos y de los que nos habíamos alejado en los últimos 25 años”, justifica el diputado Peter Hummelgaard, que defiende que la línea dura en inmigración es un regreso a las raíces del partido. Cuenta que en Tårnby, la zona obrera a la que Hummelgaard representa cerca del aeropuerto de Copenhague, los votantes que abandonaron a los socialdemócratas para votar al Partido del Popular Danés están volviendo en masa. “Las reacciones de la gente en la calle son abrumadoras, es una de las zonas donde se han sentido las consecuencias de una inmigración mal gestionada, y también donde se ha visto a personas de clase trabajadora abandonar el partido socialdemócrata; pero ahora están regresando”, sentencia.