El miedo a los ataques israelíes aviva las tensiones entre los desplazados chiíes y otras comunidades de Líbano

William Christou

Wardaniye, Líbano —
27 de octubre de 2024 22:11 h

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Ali Daher oyó primero la explosión y luego sintió el dolor. Un avión israelí que sobrevolaba la zona había lanzado dos misiles contra el edificio contiguo, derribando los dos pisos superiores y salpicando a Daher y a sus dos hijos con una mortífera lluvia de hormigón y metal. 

El objetivo del ataque era el Hotel Dar al Salam –casa de la paz, en árabe– de la localidad de Wardaniye, en el suroeste de Líbano. En las últimas semanas, el establecimiento se ha convertido en un centro gubernamental que acoge a 24 familias que se han visto obligadas a huir de sus hogares por los bombardeos israelíes. La casa de la paz nació como un centro germano-libanés para promocionar el entendimiento cultural. Ahora, las estatuas de bronce y piezas de antigüedades libanesas han sido arrinconadas para dar cabida a colchones y cajas de ayuda humanitaria.

El ataque del pasado 9 de octubre causó cinco muertos y 12 heridos. Era la primera vez que Wardaniye era objetivo de Israel, pero ese fue el último de una serie de ataques israelíes contra edificios que acogían a desplazados en zonas de Líbano consideradas seguras y que, hasta el momento de los bombardeos, no habían sido escenario de combates.

“Queríamos ir a un lugar seguro, donde no hubiera bombardeos, guerra ni [milicias], así que vinimos aquí. ¿Por qué atacaron este edificio? No lo sabemos”, lamenta Ali Daher, un desactivador de minas de 36 años que se desplazó desde la ciudad sureña de Tiro, el 30 de septiembre. Muestra su muñeca fracturada y señala a su hijo Karim, de doce meses, cuyo brazo está vendado después de que fuera desgarrado por un trozo de los escombros.

Miedo a los bombardeos israelíes

El ataque también ha sacudido la sociedad libanesa. Las autoridades locales han declarado que el temor a los ataques israelíes ha exacerbado las tensiones entre los miembros de las numerosas comunidades religiosas del país y los desplazados, en su mayoría musulmanes chiíes, a los que temen acoger. Ha crecido el bulo de que hay combatientes del grupo chií Hizbulá –contra el que Israel lanzó esta ofensiva hace un mes– escondidos entre las personas desplazadas, a pesar de que la gran mayoría de ellos son civiles.

En el último año, más de 1,2 millones de personas han tenido que dejar su casa en Líbano, la mayoría desde el 23 de septiembre, cuando Israel intensificó y amplió su campaña aérea sobre zonas del país consideradas bastiones de Hizbulá. Muchos han buscado refugio en zonas de mayoría cristiana y drusa, donde se habían librado de los bombardeos israelíes.

“Seguimos aterrorizados, apenas puedo oír por mis oídos. Estamos muy cansados. He empezado a tomar tranquilizantes”, explica Daher mientras su hijo espera en el cochecito. No puede evitar hacer una mueca de dolor cuando se produce un enorme estampido, el sonido de un avión israelí que rompe la barrera del sonido amplificado por la altitud de la localidad de Wardaniye. “Espera el siguiente”, dice y apunta al cielo con un solo dedo en previsión del segundo estruendo.

La dolorosa historia de violencia interreligiosa del Líbano, con una guerra civil que duró quince años (1975 - 1990) entre un mosaico vertiginoso y en constante cambio de alianzas sectarias, ha hecho que la posibilidad de nuevos enfrentamientos entre comunidades sea un gran motivo de preocupación.

En la mayoría de los casos, como el ataque del lunes contra la localidad de mayoría cristiana de Aitou (norte), en el que murieron 21 personas que se encontraban en un edificio de viviendas alquilado a personas desplazadas, no ha habido otros ataques en la zona de Wadarniye. Asimismo, el ataque del 28 de septiembre contra Baadaran, en la provincia de mayoría drusa del Chouf (centro), en el que murieron ocho personas, ha sido el único ataque de Israel contra la localidad.

El ataque israelí más mortífero en Líbano desde el comienzo de la guerra tuvo lugar el pasado 29 de septiembre en Ain al Delb, una localidad situada en las afueras de Sidón (sur). El bombardeo, en el que murieron 71 personas, se produjo después de que familias desplazadas se instalaran en un edificio de apartamentos. Era la primera vez que la localidad era un blanco de ataque. Las autoridades israelíes no han hecho referencia a ninguno de los ataques contra edificios que acogen a personas desplazadas, sino que sostienen que su operación militar en Líbano está dirigida contra combatientes, instalaciones y depósitos de armas de Hizbulá.

“Sembrar el terror”

Ali Breem, alcalde de Wardaniye, dijo a The Guardian que el objetivo de estos ataques contra los desplazados es “sembrar el terror” y provocar el miedo de la población hacia los desplazados de otras comunidades. Desde el 23 de septiembre, esta localidad, que tiene unos 5.000 habitantes de distintas confesiones, ha acogido a más de 8.000 personas.

“Están atacando un pueblo que se supone que es seguro. Aunque hubiera un objetivo militar, si hubiera un objetivo visitando a su familia en Baadaran o en otro lugar, podrían haber esperado y haberle atacado en otro sitio”, denunció Breem. También señaló que el ataque aéreo no ha conseguido cambiar la disposición de los habitantes de Wardaniye a acoger a personas desplazadas que huyen de los bombardeos israelíes.

La semana pasada, el ejército israelí volvió a atacar Wardaniye: bombardeó una vivienda tras advertir a los habitantes de la localidad que se alejaran de una supuesta instalación de Hizbulá. Nadie resultó herido en el ataque y, aunque los residentes y los desplazados huyeron antes del ataque, casi todos pudieron regresar.

En Achrafiye, el barrio de mayoría cristiana del este de Beirut, grupos de hombres han vestido el uniforme y han empezado a patrullar de noche, armados con porras. Un programa de vigilancia vecinal, que se había interrumpido en verano de 2023, se reactivó el pasado 5 de octubre en medio de un sentimiento de “creciente inseguridad” entre los residentes, explicó Akram Nehme, administrador de Achrafiye 2020 que gestiona la iniciativa.

Nehme dijo que el hecho de que las patrullas nocturnas se hayan vuelto a activar no tiene nada que ver con la llegada de desplazados, sino que es una decisión que se tomó hace unos meses. El programa, que depende de las donaciones de los residentes de Achrafiye, recibió, de repente, más fondos.

A diferencia de otras zonas de Beirut, donde las familias desplazadas hacen cola ante las cocinas comunitarias y duermen en las aceras, en las calles de Achrafiye no se ve a gente desplazada. En privado, muchos residentes dicen que tienen miedo de acoger a personas del sur del Líbano o de los suburbios del sur de Beirut, por temor a que su presencia haga del barrio un objetivo de las bombas de Israel.

Nehme admite que la posibilidad de un ataque les produce “una gran ansiedad”: “Si atacan un edificio en Achrafiye, será un verdadero problema. Hasta ahora, hemos atraído a personas con dinero, pero lo cierto es que una persona con dinero puede ser terrorista”.

En otras partes de la capital, parece que el tejido social ya hubiera empezado a deshilacharse bajo la presión de los desplazamientos masivos. Un sentimiento justiciero de la población ha empezado a arraigar en Dahie, los suburbios del sur de Beirut, bastión de Hizbulá, que han quedado en su mayoría vacíos como consecuencia de los intensos bombardeos israelíes desde finales de septiembre.

Esta semana, unos hombres acusados de saquear casas abandonadas fueron golpeados duramente y atados a postes de la luz, con la palabra “ladrón” pintada en el pecho. En las redes sociales han empezado a circular listas de “colaboradores” de Israel, compuestas principalmente por personas críticas con Hizbulá. Abundan las imágenes de detenciones ciudadanas de individuos a los que acusan de espiar para Israel, sin aportar apenas pruebas.

Algunas familias chiíes han empezado a planificar una huida a Irak, temerosas de las represalias que puedan sufrir ante el avance de las tropas israelíes en el sur de Líbano y los misiles israelíes que se lanzan contra los desplazados que se dirigen hacia el norte. La Dirección General de Seguridad libanesa ha simplificado los trámites: ahora los ciudadanos sólo necesitan un documento de identidad para viajar a Irak.

Las autoridades libanesas dicen que son conscientes de la posibilidad de que se produzca una implosión social. Cuando las oleadas de desplazados llegaron a Beirut hace un mes, se desplegaron soldados en los principales cruces de la ciudad y, desde entonces, patrullan esas zonas. Nasser Yassin, ministro interino de Medio Ambiente y jefe de la célula de crisis del Gobierno libanés –que está en funciones– señaló que “los distintos organismos de seguridad están evaluando la situación y la abordan desde un enfoque de seguridad”. La situación “también requiere mucho diálogo, que estamos llevando a cabo a nivel local entre los distintos grupos comunitarios para que no haya tensiones”, agregó.

A pesar de los crecientes temores, los desplazados siguen siendo acogidos y atendidos en todo Líbano. En Wardaniye, los desplazados que vivían en el hotel Dar al Salaam han sido reubicados en casas de lugareños. Una joven pareja ha acogido a Daher y a su familia, y ha aumentado el suministro eléctrico de su casa para garantizar la comodidad de sus huéspedes. Aun así, la pareja pidió no ser nombrada, temerosa de que el hecho de acoger a la familia desplazada convierta su hogar en un blanco de ataque para Israel.