Un mes después de que empezara la “operación especial” de Putin en Ucrania, el Centro Levada, una organización de encuestas independiente, hizo un sondeo para medir la actitud de la población ante el conflicto. Los resultados se esperaban con cierta inquietud. Algunos creían que la encuesta exhibiría el descontento de la población hacia los dirigentes y que los índices de aprobación del presidente caerían. Otros se mostraron reticentes ante esta idea.
Había precedentes. Tras la breve guerra de Rusia con Georgia en 2008, el índice de aprobación de Vladímir Putin se disparó hasta un 88%. En 2014, tras la anexión de Crimea, sucedió lo mismo: el porcentaje de personas que decían aprobar su Gobierno subió una vez más, hasta llegar a la misma cifra.
En ambos casos, la reacción negativa a nivel global solo sirvió para reforzar la creencia rusa de que eran ellos quienes tenían razón. Las sanciones hicieron muy poco daño.
Esta vez es diferente. La acción militar no está resultando rápida ni exangüe. Todos lo saben, incluso aquellos que solo escuchan las voces que salen de sus televisores. Esta vez, hay ansiedad por los tiempos de vacas flacas y de bloqueo económico.
Según un dicho que proviene de la época soviética, la nevera es más poderosa que el televisor. ¿Podría ser cierto esta vez?
Hasta ahora, las señales son mixtas. Al igual que en 2014, se ha producido un aumento en el índice de aprobación de la operación y de su comandante en jefe. Una vez más, Putin supera el 80% en las encuestas: 12 puntos más que en febrero. El Gobierno y el primer ministro también obtienen buenos resultados. Incluso la Duma estatal, que normalmente languidece en territorio negativo, goza de índices positivos.
Pero no todo son buenas noticias para la clase política rusa. Una amplia mayoría, el 55%, espera una mejora de la vida política en los próximos meses. No pueden sentirse decepcionados. Habrá que crear esa mejora: si no es en la vida real, deberá serlo en el mundo virtual.
Y para los que apuntan a los índices de audiencia de más del 80% y declaran que la televisión ha triunfado por fin sobre la nevera, debemos decir que no. Todo es un poco más matizado.
División de emociones
En la encuesta, planteamos a los rusos la siguiente pregunta: ¿qué tipo de emociones le suscita la operación militar en Ucrania? Solo el 2% no pudo responder, mientras que el 8% dijo no tener ningún sentimiento particular al respecto. Los demás encuestados eligieron entre una multitud de palabras para describir sus sentimientos.
Estas palabras se dividen en cuatro categorías: positivas o negativas, y políticas o apolíticas. Así, la emoción política positiva podía ser descrita como orgullo nacional; las emociones políticas negativas eran más bien ira y vergüenza; las palabras apolíticas positivas abarcaban emociones como alegría y emoción; las emociones apolíticas negativas eran miedo, ansiedad, horror y conmoción.
Si observamos el porcentaje de emociones positivas frente a las negativas, la cosa está muy reñida: 51% frente a un 49%. Pero dentro de estas cifras hay desgloses interesantes. Las emociones positivas comprenden principalmente a las personas que expresan orgullo nacional (40%). Solo unos pocos (11%) expresaron emociones positivas apolíticas como la alegría y la satisfacción.
Entre los sentimientos negativos, la división se invierte. Solo el 10% expresó emociones políticas negativas como ira, asco y vergüenza por el asalto a Ucrania. Un 39% manifestó preocupación, miedo o conmoción.
Diferencias generacionales
A partir de estas cifras, hemos de llegar a la conclusión de que el apoyo de la población rusa al Ejército y a sus dirigentes coexiste junto a una gran ansiedad.
Además, si se observa el desglose generacional, queda claro que estos acontecimientos son percibidos de forma diferente por los jóvenes y los mayores. Los sentimientos negativos predominan entre los menores de 35 años. Solo el 33% siente orgullo nacional, mientras que el 37% se siente ansioso y temeroso.
Los mayores de 65 años, en cambio, son mucho más positivos, con un 90% de aprobación a Putin y pocas expresiones de miedo o ansiedad.
Los jóvenes y los mayores también difieren drásticamente en su valoración de lo que motivó las protestas contra la guerra que vimos en las semanas posteriores al 24 de febrero. Las personas mayores se inclinaban por la explicación de que se pagaba a la gente para que protestara. Los más jóvenes eran más proclives a atribuir las protestas a una auténtica indignación ante los acontecimientos.
Alexéi Levinson es sociólogo e investigador senior del Centro Levada, la principal encuestadora de Rusia. Este es un artículo de Novaya Gazeta, medio independiente ruso y censurado en su país, y se publica en varios medios europeos.
Traducción de Julián Cnochaert.