Cuando no habían completado ni una quinta parte de la misión, los ingenieros que hacían el seguimiento del progreso de Escorpión tiraron la toalla. El último robot que había sido enviado a las entrañas de uno de los reactores dañados de Fukushima Daiichi, y cuyo seguimiento se hacía por control remoto, dejó de enviar señales. El combustible nuclear que se sobrecalentó cuando la planta sufrió una triple fusión hace exactamente seis años impidió que el robot avanzara.
Hace un mes, este robot de Toshiba, que tiene unos 60 centímetros de longitud y está equipado con un par de cámaras y sensores capaces de medir los niveles de radiación, fue abandonado a su suerte. El operador de la planta nuclear, Tokyo Electric Power (Tepco), intentó restar importancia al hecho de que otra misión de reconocimiento había fracasado. Esta última tenía el objetivo de determinar el estado actual y la ubicación exacta del combustible fundido.
Aunque la misión no se completó, los responsables de la planta se limitaron a indicar: “Hemos obtenido información de valor que nos ayudará a determinar qué métodos son los más adecuados para eliminar los contaminantes del combustible”.
Los contratiempos de Escorpión, cuya misión debía durar diez horas y solo duró dos, pusieron en evidencia lo complicado que es desmantelar Fukushima Daiichi; una tarea sin precedentes. Un experto no ha dudado en afirmar que el desmantelamiento “escapa a la comprensión humana”.
El 11 de marzo de 2011 la planta nuclear se convirtió en el escenario del peor accidente nuclear desde Chernobyl, después de que un terremoto de magnitud 9 y un tsunami sacudieran esa región de Japón. Se podrían necesitar entre 30 y 40 años para desmantalerla, y el ministro de industria y comercio de Japón ha calculado que los costes podrían superar los 178.000 millones de euros.
Esta cifra, que incluye las indemnizaciones que recibirán decenas de miles de personas que fueron evacuadas tras el accidente nuclear, prácticamente duplica la estimación realizada hace tres años.
Radioactividad para matar a una persona en un minuto
El tsunami mató a casi 19.000 personas; la mayoría de ellas en la zona de Fukushima. Unas 16.000 personas que vivían cerca de la central nuclear se vieron obligadas a abandonar sus hogares. Han pasado seis años y han sido pocas las que han podido volver a zonas que las autoridades consideran seguras.
Para Tepco está resultando casi imposible fabricar robots que sean capaces de entrar en las partes más peligrosas de los reactores de Fukushima Daiichi y permanecer el tiempo necesario para recabar información de valor. El escorpión, que se llama así porque lleva una cámara en su cola abatible, “murió” después de quedar encallado en un carril situado debajo del recipiente de presión del reactor. No pudo seguir porque los posos de combustible y otros desechos le bloquearon el paso.
Puede ser que este robot y otros anteriores también hayan sufrido los efectos de la radiación. Antes de perderse, su dosímetro indicaba que en el tanque de contención número 2 los niveles de radiación eran de 250 sieverts por hora; suficiente para matar a un humano en un minuto.
El responsable de la planta nuclear, Shunji Uchida, reconoce que Tepco ha conseguido una información “limitada” sobre el estado del combustible fundido. En declaraciones a the Guardian y a otros medios que visitaron la planta nuclear, explicó que “de momento solo hemos conseguido echar un vistazo y el último experimento con un robot no ha funcionado”. Uchida admite que, por ahora, no tienen otro plan.
Problemas con los robots al margen, el trabajo de exploración en los otros dos reactores, cuyos niveles de radiación son incluso superiores al del reactor número 2, ni siquiera ha empezado. Los responsables de la planta quieren que un pequeño robot resistente al agua entre en el reactor número 1 en las próximas semanas, pero todavía no se ha fijado una fecha concreta para enviar a un robot al reactor número 3, que es el que está en peores condiciones.
Naohiro Masuda, presidente de la sección de desmantelamiento de Fukushima Daiichi, señala que quiere que se hagan nuevas investigaciones antes de decidir cómo sacar el combustible fundido.
A pesar de todos los contratiempos, Tepco, tras consultarlo este verano con las autoridades gubernamentales, ha insistido en que empezará a extraer todo el combustible nuclear fundido en el año 2021, cuando se cumpla una década del desastre.
Sin embargo, Shaun Burnie, un experto nuclear que trabaja para Greenpeace Alemania y que está radicado en Japón, afirma que la planta nuclear se enfrenta a un reto “sin precedentes y que prácticamente escapa a la comprensión humana”. También asegura que las fechas que se marcaron para el desmantelamiento “nunca han sido realistas ni creíbles”.
La última exploración fallida del reactor número 2 “no hace más que confirmar esta realidad”, indica Burnie. “sin una solución técnica de cómo lidiar con las unidades 1 y 3, se han centrado en la unidad dos porque es la que parece menos difícil. La mayor parte de la información que la empresa y el Gobierno han compartido con los medios de comunicación y con el público es mera especulación y un cúmulo de buenos deseos”.
“El calendario actual para la eliminación de cientos de toneladas de combustible nuclear fundido, cuya ubicación y condición todavía no están claras, se basó en el calendario fijado por el primer ministro [Shinzo] Abe en Tokio y por la industria nuclear, no se basan en los hechos objetivos recabados sobre el terreno ni la ingeniería de sonido o la ciencia”, indica el experto.
900.000 toneladas de agua contaminada
Shunichi Tanaka, presidente de la Agencia de Regulación Nuclear Japonesa, no parece compartir el optimismo de Tepco en lo relativo a respetar el calendario fijado para el desmantelamiento. “Todavía es demasiado pronto para hablar en estos términos tan optimistas”, afirma. “De momento, seguimos avanzando a oscuras”.
A simple vista, se han hecho muchos cambios en Fukushima Daiichi desde la anterior visita de the Guardian, que tuvo lugar hace cinco años.
Por aquel entonces, el sitio todavía estaba lleno de escombros. Las mangueras, las tuberías y los materiales de construcción cubrían el sitio, mientras que miles de trabajadores desafiaban los altos niveles de radiación para devolver el orden a la escena de un desastre nuclear.
Han pasado seis años y se han reforzado los edificios de los reactores dañados y ha sido posible sacar más de 1.300 conjuntos de combustibles gastados de la piscina de almacenamiento del reactor número 4. Han cubierto el suelo con un revestimiento especial para evitar que el agua de la lluvia se sume a los problemas de gestión de agua que ya tiene Tepco.
Los trabajadores que antes tenían que ponerse un equipo protector cuando se dirigían hacia Fukushima Daiichi ahora pueden llevar ropa ligera y máscaras quirúrgicas en muchas de las zonas de la planta nuclear. Los 6.000 trabajadores ya pueden comer un plato caliente y hacer turnos para descansar en una caseta que fue habilitada para este uso en 2015.
Sin embargo, cuando nos apartamos de la costa, las filas de tanques de acero son un recordatorio de uno de los principales enemigos de los esfuerzos de desmantelamiento: el agua contaminada. Los tanques frenan 900.000 toneladas de agua; una cantidad que pronto será de un millón de toneladas.
Las paredes subterráneas de hielo de Tepco, que en el pasado se creían indestructibles y cuya construcción superó los 200.000 euros anuales, no han conseguido hasta la fecha evitar que las aguas subterráneas entren en los sótanos de los reactores y se mezclen con el agua refrigerante radioactiva.
Yuichi Okamura, un portavoz de Tepco, reconoce que la estructura, que congela el suelo a una profundidad de 30 metros, todavía permite que a diario 150 toneladas de agua subterránea penetren en los sótanos del reactor [y se contaminen].
Se han mantenido abiertas expresamente cinco secciones para evitar que el agua de los sótanos de los reactores suba y se escape. “Tendremos que cerrar el muro de forma progresiva”, indica Okamura. “Nos gustaría que en abril el flujo de agua subterránea no superara las 100 toneladas diarias y nos gustaría haber conseguido eliminar el agua contaminada en 2020”.
Los más críticos con las tareas de desmantelamiento y de limpieza señalan que en 2020 Tokio será la ciudad anfitriona de los juegos olímpicos. Consiguió convertirse en la sede olímpica después de que Abe afirmara ante el Comité Olímpico Internacional que Fukushima estaba “bajo control”.
Mitsuhiko Tanaka, un exingeniero nuclear de Babcock-Hitachi, acusa a Abe y a otros altos cargos del Gobierno de haber minimizado la ardua tarea de desmantelamiento con el propósito de que el público apoye sus planes de volver a poner en funcionamiento los reactores nucleares en todo el país.
“Abe dijo que Fukushima estaba bajo control cuando fue al extranjero a promocionar la candidatura de los Juegos Olímpicos, pero nunca ha hecho una afirmación parecida en Japón”, indica Tanaka. “En Japón todos podemos constatar que la situación no está bajo control”.
“Si alguien del prestigio de Abe repite esta afirmación a menudo, se convierte en verdad”, lamenta Tanaka.
Traducido por Emma Reverter