Hong Kong ha abierto sus puertas a la muestra con mayor carga política de los últimos tiempos. Cuatro décadas de arte contemporáneo chino es la exhibición más grande que ha acogido el M+, la institución más importante financiada con fondos públicos que se ha construido en territorio chino.
La apertura del M+, un nuevo museo de arte visual que ocupa 60.000 metros cuadrados y no se inaugurará por completo hasta 2019, se ha visto sacudida por retrasos y controversia debido a su coste de 570 millones de euros. Además, un ambiente de crispación ha impregnado la antigua colonia británica tras la desaparición de cinco libreros y el miedo hacia las medidas contra la libertad de expresión en el territorio por parte de las autoridades chinas. Sin embargo, según los antecedentes de la Colección Uli Sigg de arte retrospectivo, parece que la censura se mantiene por el momento al margen en Hong Kong.
La exposición recorre en orden cronológico algunos de los trabajos más innovadores producidos en China desde los años del Maoísmo hasta la actualidad, sin eludir las obras más delicadas en el ámbito político.
La inauguración de la exposición ha tenido lugar antes que la del propio museo con la intención de mostrar a los mecenas que su dinero ha sido invertido a pesar del aplazamiento.
Las fotos de Liu Heung Shing de la masacre de la plaza de Tiananmén han sido exhibidas especialmente a la vista junto al provocativo vídeo Water, de Zhang Peili, donde la presentadora del telediario que anunció la ocupación militar de Tiananmén en 1989 lee en alto la definición de agua del diccionario con su perfecta e imparcial dicción.
La figura del presidente Mao se repite en varios de los 80 trabajos que se muestran, incluyendo algunos especialmente irreverentes como Mao Zedong: red roja nº2, de Wang Guangyi, o la Retrospectiva de Duchamp en China, de Shi Xinning, donde el oficial mira fijamente el orinal de Duchamp.
Lars Nittve, el anterior comisario de exposiciones del M+, declaró en la inauguración: “No existe otra ciudad en China donde se pueda exhibir este tipo de arte. El arte chino es reconocido por su contenido político. De Confucio en adelante, el artista ha estado obligado a tener una función pública. Y el realismo socialista, con todas sus diferencias, recalcó este concepto todavía más”.
La gran colección de Ai Weiwei, Still Life 1995-2000, se expone en un pasillo lateral al que se llega tras pasar por una de las obras más conmovedoras que inspiraron los acontecimientos de 1989: Nuevo Pekín, de Wang Xingwei.
Aquí, la famosa imagen de la ofensiva militar -en la que los habitantes de Pekín cargan con dos cuerpos abatidos en un carro tirado por una bicicleta- es reproducida como una pintura al óleo surrealista, con dos enormes pingüinos tumbados en el carro. “El pingüino es uno de los pocos animales que no tienen un significado simbólico en el arte chino. Lo que nos acerca al absurdo aún más. Pero tengan en cuenta que nadie conoce en China estas imágenes, así que nadie va a ser capaz de entender a qué obra se refiere”, defiende Nittve.
Por otra parte, Hong Kong ha mantenido viva la memoria del 1989 en un homenaje con velas encendidas en Victoria Park que tiene lugar cada año, a pesar de las críticas y ataques recibidos.
“En la actualidad, Hong Kong vive una atmósfera de tensión política en la que todo parece blanco o negro”, dice Pi Li, “Queremos demostrar que no tiene que ser necesariamente así. Hong Kong es la única ciudad internacional de China, la más libre, lo que la convierte en el hogar idóneo para la Colección de Sigg”.
Uli Sigg, suizo de 71 años, ha recopilado más de 1.500 obras de arte contemporáneo chino desde la mitad de los años 80, durante su primera etapa en Pekín como empresario y después como diplomático. Su colección es la más grande del mundo dentro de esta categoría.
Traducción de Mónica Zas