Mi esposa, Duaa Alwadei, la querida madre de mis dos hijos, fue sentenciada el 21 de marzo a una pena de prisión. No por cometer ningún delito, sino porque yo protesté en Londres cuando el rey de Bahréin visitó Downing Street en 2016.
Ella no es la única que se enfrenta a represalias por mi activismo en defensa de los derechos humanos en Londres. Su madre, su hermano y su primo languidecen ahora en las prisiones de Bahréin. Torturados y condenados después de un juicio parcial.
La policía, las prisiones y los tribunales que han hecho esto a mi familia han sido formados en Reino Unido en proyectos multimillonarios financiados por los contribuyentes británicos. Lejos de elevar los estándares de derechos humanos en el país, los cuerpos entrenados por Reino Unido han fracasado a la hora de investigar las acusaciones de tortura. Esto ha allanado el camino a los tribunales sectarios de Bahréin para sentenciar a personas basándose en confesiones coaccionadas.
Hace siete años, en la Primavera Árabe, mi pueblo se levantó desafiando a la familia gobernante de Bahréin, la dinastía Khalifa. Han reinado desde 1783, la mayor parte del tiempo en forma de una monarquía absoluta, apoyada por las armas y el apoyo político británico. Nuestras protestas a favor de la democracia fueron recibidas con fuego real, disparado por mercenarios extranjeros. Los tanques, fabricados en Reino Unido, llegaron hasta Bahréin desde la vecina Arabia Saudí y atacaron a cualquiera que permaneciera en las calles. Yo huí, para escapar de más tortura y persecución, y busqué protección en Reino Unido.
Desde la aparente seguridad que me daba Londres, continué haciendo campaña por la libertad en Bahréin. Con mis compañeros del Instituto de Bahréin por los Derechos y la Democracia, he denunciado una y otra vez abusos contra los derechos humanos, las ejecuciones ilegales, la tortura y los juicios injustos que lleva a cabo el régimen.
La embajada de Bahréin en Londres vigila a los exiliados en Londres. El año pasado, desde el balcón lanzó agua caliente sobre los que estaban fuera protestando. En lugar de atacarnos directamente en Reino Unido, las autoridades de Bahréin prefieren hacer algo mucho más cobarde: atacar a la familia de mi esposa, que todavía vive en Bahréin.
Todo esto comenzó el día en el que el rey Hamad visitó a Theresa May en octubre de 2016. Me interpuse en el camino de su limusina mientras atravesaba las puertas de Downing Street. Quería recordar a los presos políticos de nuestro país que están en el corredor de la muerte. Fui arrestado y liberado en muy poco espacio de tiempo, pero mis protestas llegaron a oídos del rey. Esa misma noche, mi esposa y mi hijo debían abandonar Bahréin y llegar a Londres, después de visitar a su familia. Cuando llegaron al aeropuerto en Manama, los servicios de seguridad se llevaron a nuestro hijo.
A ella le interrogaron durante siete horas sobre mi trabajo en Reino Unido, nuestras familias fueron amenazadas, y le dijeron que si se atrevía a contar lo que acababa de suceder, la mandarían a la cárcel con una acusación falsa. Human Rights Watch describió el trato que recibió como “aterrador”.
Tres días después, conseguimos sacar a mi mujer y mi hijo de Bahréin con destino a Londres. Pero las amenazas que hicieron a mi esposa sí que se hicieron realidad. El pasado mes de marzo, su madre, su hermano y su primo fueron arrestados con falsas acusaciones de haber colocado una bomba que no existía. Les torturaron y les obligaron a hacer confesiones falsas sin la presencia de un abogado.
Mi suegra, Hajer Mansoor, se desmayó durante su interrogatorio. A mi cuñado, Sayed Nizar, que acababa de cumplir 18 años, lo desnudaron, le amenazaron con violarle y le dijeron que venía de “una familia sucia” debido a mi activismo a favor de la democracia. Todos sus interrogatorios tenían que ver con mi trabajo en derechos humanos.
En octubre del año pasado, fueron sentenciados a tres años de prisión en base a confesiones forzadas bajo tortura. El castigo a mi cuñado fue mayor: recibió una condena de tres años más con cargos idénticos, y está a la espera de un veredicto sobre un tercer cargo la semana que viene. Mientras tanto, mi suegra está en huelga de hambre por el trato humillante recibido por parte de los funcionarios en la prisión de Isa Town.
Algunos parlamentarios británicos estaban escandalizados y con razón por el hecho de que el Ministerio de Exteriores no hubiera hecho uso de su influencia para que pusiera fin a estas torturas. Cuando el diputado Tom Brake se puso en contacto con la embajada de Bahréin sobre el trato que había recibido la familia de mi mujer, la embajada le dijo que habían sido “condenados por un tribunal independiente de Bahréin”. Pero esta respuesta llegó una semana antes de que fueran condenados. El Gobierno de Bahréin aumentó sus represalias activando un proceso legal in absentia contra mi esposa.
Así es cómo responden a las protestas en Londres y Bahréin. Los contribuyentes británicos deberían estar particularmente ofendidos. Después de todo, se ha gastado dinero público en formar a la policía de Bahréin para que reduzca las protestas. Incluso agentes de policía de ese país han visitado Belfast para aprender del Servicio de Policía de Irlanda del Norte. Los exiliados políticos, bareníes o rusos, deberían poder vivir pacíficamente en Reino Unido sin miedo a represalias contra ellos o sus familias. Si el Gobierno británico no puede garantizarlo, debería dejar de subvencionar a esos matones extranjeros.
Sayed Alwadaei es director del Instituto de Bahréin por los Derechos y la Democracia
Traducido por Cristina Armunia Berges