Mujeres solas o divorciadas, las que más temen ahora a los talibanes: “Ya no tenemos dónde ir”

Lida Ahmadi de Rukhshana Media

15 de agosto de 2021 22:22 h

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Hay un viejo dicho en Afganistán que ejemplifica la mirada sobre el divorcio en el país: “Una mujer solo se va de la casa de su padre con un vestido blanco de novia, y solo puede regresar a ella en una mortaja del mismo color.”

En esta sociedad profundamente conservadora y patriarcal, las mujeres que desafían las convenciones y buscan el divorcio suelen ser rechazadas por sus familias y por la sociedad afgana. Deben luchar por sus derechos básicos en soledad, como alquilar un apartamento, que requiere la participación o garantía de parientes hombres.

A pesar del estigma social y las barreras a su independencia, hoy hay mujeres divorciadas que viven en Afganistán. Mujeres como Roqia* y Tahira*, que se divorciaron hace siete y ocho años respectivamente, y ahora comparten un apartamento. Juntas, Roqia y Tahira han atravesado muchas tormentas y se han apoyado mutuamente, unidas por la similitud de sus experiencias.

Las dos mujeres nacieron como refugiadas en Irán.

Rechazo familiar

Roqia, de 30 años, regresó a Afganistán en 2009, cuando el futuro del país parecía brillante y lleno de esperanza. “Cuando cumplí 20, mi familia me desposó con un hombre que no conocíamos bien. Pero no encajábamos, y nos divorciamos siete años más tarde,” dice.

Al poco tiempo de la separación, Roqia se dio cuenta de que se estaba divorciando no solamente de su marido, sino también de su familia y de su comunidad. “Me rechazaron. No tenía nada, ni lugar adonde ir,” dice. “Con mi hijo de cinco años, acudí a mi padre, pero estaba en su lecho de muerte. No tenía otros hombres en mi vida que me ayudaran. Mi hermano murió hace unos pocos años,” dice.

Los hombres y mujeres en la vida de Roqia se distanciaron de ella. “Mi madre y otros parientes me rechazaron, diciendo que no había seguido sus consejos sobre el divorcio. Se habían opuesto, así que ya no tenía lugar en sus hogares,” dice.

Roqia y su hijo pasaron un invierno frío en un refugio para mujeres en Kabul. “Cuando me di cuenta de que no podría alimentar a mi hijo durante días, decidí entregarlo a la familia de mi marido,” dice. En la mayoría de los divorcios en Afganistán la custodia de los niños mayores de cinco años es otorgada al padre.

Tahira, que viene de la ciudad occidental de Herat, comparte una historia similar. “Mi familia me desposó cuando tenía 19. Pero no llegué a convivir dos años con él y me divorcié,” dice. Su familia la rechazó poco después.

“No comían en la misma mesa conmigo, ni tocaban la comida que yo preparaba. Me decían: ‘eres una mujer divorciada y lo que cocinas es impuro’”, dice. Al final, cansada de la tensión emocional y mental, Tahira decidió irse. “Fue de madrugada, un día, el sol todavía no había salido del todo, y dejé a mi familia solo con la ropa que llevaba puesta. Me subí en un taxi a Kabul y nunca miré hacia atrás,” dice.

Ahora, tras haber fundado vidas nuevas e independientes en Kabul, Roqia y Tahira y miles de mujeres más en situaciones similares, se enfrentan a otros desafíos. Unos días antes del asalto de Kabul, ya temían lo peor.

“Si los talibanes toman Kabul, no nos permitirán llevar las vidas independientes que tenemos hoy. Ni siquiera podremos salir de nuestras casas porque no tenemos mahrams [protectores masculinos]”, decía Roqia unos días antes de que sucediera.

Restricciones contra las mujeres

Sus temores están fundados en el horror que se desarrolla por todo el país. En muchos distritos capturados por los talibanes, ya han impuesto nuevas reglas, incluyendo las restricciones al movimiento de las mujeres. No tienen permitido dejar sus casas si no están acompañadas de un protector masculino y cubiertas completamente con el burqa tradicional.

La violencia creciente ha obligado a muchos afganos a huir de sus hogares, pero las mujeres divorciadas que viven solas se encuentran aisladas, sin lugar adonde escapar.

Lo que más aterroriza a las mujeres es la práctica de los casamientos forzados de niñas, jóvenes y viudas con combatientes talibanes. “Estamos muy preocupadas por los casamientos forzados con los talibanes. Si vienen por nosotras de ese modo, acabaremos con nuestras vidas. Será nuestra única opción”, dice Tahira.

Aunque no hay estadísticas sobre el número de divorciadas, viudas y mujeres solteras, se cree que hay miles de mujeres viviendo de esa manera en todo el país, especialmente en las ciudades. Sus destinos penden de un hilo con el avance de los talibanes.

En la provincia de Parwan, al norte de Kabul, vive Sanobar*, de 35 años, con su hermana. Sus padres murieron poco después de la caída de los talibanes, y su único hermano murió en un accidente automovilístico hace 10 años. Las hermanas tuvieron que valerse de sus propios recursos.

Huérfanas y solas, las dos hermanas no pudieron ir a la escuela. “Yo quería ser doctora y ayudar a mi comunidad. Había tantas cosas que quería hacer, pero las tragedias y la pobreza nos encadenaron”, dice Sanobar. Como viven en una zona donde las creencias locales dictan que las personas no deberían vincularse con una familia si no hay un hombre en la casa, fueron abandonadas. “Nuestros vecinos cortaron cualquier vínculo. Estamos solas”, agrega, triste.

A pesar de ser rechazadas por su comunidad conservadora por no tener un protector masculino, las hermanas emprendedoras se garantizaron un ingreso cosiendo en su casa. Su trabajo las ayudó para conseguir un contrato con la fiscalía de Parwan, y ahora hacen uniformes para los presidiarios. Con los 6.000 afganis (63 euros) que ganan al mes, han podido sobrevivir en una pequeña casa derruida.

Pero con la aproximación de los talibanes a su provincia, Sanobar y su hermana están extremadamente preocupadas. Ya han perdido trabajo en los últimos meses como resultado de los ataques de los talibanes. Con el deterioro de la situación, una sensación de profunda incertidumbre pesa sobre ellas.

“No tenemos adonde ir, ni dinero para gastar, no podemos siquiera costear un mes más de alquiler. No podemos dormir por la noche por el miedo a que los talibanes entren en nuestra casa”, dice Sanobar.

*Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de estas mujeres

Edición en inglés por Ruchi Kumar

Traducción al castellano de Ignacio Rial-Schies

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