Desde una perspectiva estadounidense y británica, la cuestión más urgente en Irak es derrotar a ISIS. Para los ciudadanos iraquíes, sin embargo, lo principal es el fracaso permanente de su primer ministro, Haider al-Abadi, y de su gobierno a la hora de proporcionar servicios públicos, crear puestos de trabajo, y acabar con la corrupción que corroe a una cleptocrática clase política.
Este vacío entre la percepción estratégica del exterior y la realidad política doméstica lo ha rellenado Muqtada al Sadr, el carismático clérigo chií y antiguo líder del ejército Mahdi cuyo virulento sectarismo y violenta resistencia contra la ocupación estadounidense le proporcionó una gran notoriedad en Occidente y un status de héroe para muchos iraquíes chiíes entre los años 2004 y 2008.
El movimiento de protesta callejera que ha sacudido Bagdad en las últimas semanas, que terminaron con la invasión durante el fin de semana de su sede gubernamental, que incluye el parlamento y el enclave diplomático conocido como la Zona Verde, estuvo dirigido en gran parte por Sadr, que trasladó su centro de operaciones de la ciudad santa de Najaf a la capital. En algunas manifestaciones participaron hasta 200.000 personas.
Ya no es el agitador sectario ni el insurgente contrario a Estados Unidos; Sadr se ha convertido en el hombre de todos, un nacionalista iraquí y ferviente federalista que defiende un proceso democrático y no violento. La milicia armada de Mahdi fue disuelta en 2008, y en las elecciones de 2014, la coalición Sadrist al-Ahrar obtuvo 34 escaños parlamentarios. En resumen, Sadr pasó a ser legítimo.
Lejos de buscar el derrocamiento de Abadi, Sadr ha asegurado que quiere ayudar a implementar reformas, en particular, para poner fin al desacreditado sistema de cuotas implantado por Washington después de la invasión de 2003. Las cuotas se introdujeron para asegurar que los principales grupos étnicos y religiosos de Irak –chiíes, suníes y kurdos– compartieran el poder, pero en realidad han sido utilizadas indebidamente para enriquecer a cargos públicos y para extender el clientelismo político.
Washington confía en Haider al-Abadi
Abadi, una figura bastante popular, es ampliamente considerado como un líder débil. Su administración rota en facciones y hundida se ve incluso más frágil. El barrido territorial que hizo ISIS en 2014 y el desprecio de los mandatos judiciales de Bagdad mostrado por los jefes tribales chiíes del sur y los separatistas kurdos del norte ha llevado a algunos analistas a sugerir que el centro no podrá resistir.
Sadr afirma que quiere estar del lado de Abadi, mientras que las tácticas promueven el debilitamiento de la autoridad del primer ministro podrían ser fatales. La salida de Abadis podría ser un gran problema para Washington, que pasó meses tratando de derrocar a su predecesor, Nouri al-Maliki, en gran medida porque era visto como un continuista de la agenda sectaria chií. Abadi es su hombre y la semana pasada el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, estuvo brevemente en Bagdad, supuestamente para endurecer los ejes centrales y reenfocar la atención sobre ISIS. Sus esfuerzos parecen no haber tenido éxito.
A Washington y a sus aliados occidentales les preocupa, y con razón, que el malestar, unido a la inercia política y a los problemas de los flujos económicos agravados por la caída de los precios del petróleo, esté perjudicando su objetivo principal: acabar con ISIS. Las unidades militares que supuestamente se retiraron para ayudar en labores de seguridad en Bagdad fueron destinadas a participar en la esperada campaña para expulsar a ISIS de Mosul, segunda ciudad más importante de Irak.
La semana pasada Barack Obama aseguró con un optimismo sorprendente que, al final de este año, Mosul habría caído, una afirmación que sugiere que Washington tiene poco conocimiento de la realidad. Sobre el terreno nos encontramos con la historia opuesta: el ejército de Irak, lejos de estar a punto de asaltar Mosul, tiene muy bajos recursos y sufre de nuevo deserciones y falta de motivación.
Sadr también tiene intereses depositados en la lucha de ISIS. Sus llamadas 'Campañas de Paz', milicia armada sucesora de ejército de al-Mahdi, han luchado contra ISIS junto a las autoridades del gobierno autorizadas, las Unidades de Movilización Popular chiíes, conocidas localmente como al-Hashd al-Shaabi. Estas fuerzas, más que las fuerzas armadas iraquíes, ha recibido alabanzas por sus éxitos recientes contra los yihadistas. Sadr también usa las milicias para proteger lugares de culto chiíes, mejorando todavía más su perfil público.
El resurgimiento de Sadr como un poderoso líder nacional quizá tenga algunas ventajas para Washington. A pesar de haber estado tres años en un exilio voluntario en Irán, su recientemente acuñada postura nacionalista le convierte en un pilar potencial contra la influencia de Teherán que se ha convertido en omnipresente desde la salida de Estados Unidos. Hay agudas tensiones entre Sadr y las facciones rivales chiíes, y la milicia sadrista se ha enfrentado a la unidad al-Hashd, que cuenta con el apoyo de Irán.
Sadr disfruta del apoyo de unas bases que muy pocos políticos iraquíes reciben actualmente. Esto no incluye a la minoría suní, cuyo rechazo a cualquier autoridad chií parece que va a continuar. Si Abadi es derrocado, sin embargo, ellos y Washington quizá no tendrán más opción que tratar con la antigua figura del odio una vez conocida como “el hombre más peligroso de Irak”.
Traducido por Cristina Armunia Berges