El orden neoliberal que dominó la política estadounidense durante 40 años se está desarmando. Este orden premiaba el movimiento libre del capital, de los bienes y de las personas. Celebraba como un logro para la economía la desregulación que sucedía cuando los gobiernos ya no controlaban los mercados. Valoraba el cosmopolitismo como logro cultural, producto de la apertura de fronteras y consecuencia de la mezcla voluntaria de grandes diversidades de personas.
Aclamaba la globalización como una posición donde todos ganan: Occidente se enriquecería, pero el resto también; los países latinoamericanos y las naciones asiáticas, los grandes y los pequeños. No habría perdedores en este proyecto global; ni entre las clases trabajadoras occidentales ni entre los pueblos del sur global. La globalización y los mercados libres sacarían todos los barcos a flote. En Estados Unidos, el orden neoliberal trascendió las fronteras partidistas, invocando a todos los que deseaban poder político a adoptar su credo. Ronald Reagan fue su arquitecto más prominente, Bill Clinton, su facilitador, quien convirtió al partido Demócrata para seguir sus mandamientos.
La promesa del neoliberalismo no pudo sobrevivir al hundimiento económico de 2008-2009. Millones de personas perdieron sus trabajos y hogares. La desigualdad económica que había caracterizado durante tanto tiempo al mundo neoliberal ahora se ampliaba, con los gobiernos al rescate de las clases rentistas antes que de las que vivían solo de sus salarios. Muchos de quienes forman parte de esas últimas comenzaron a perder la fe en el neoliberalismo primero y en la democracia después, acusándola de explotar “al pueblo”, ya fuera por negligencia en la administración o por complicidad con un sistema nominalmente comprometido con el bien común pero arreglado de hecho para favorecer a los mejor posicionados.
Esta fractura de la hegemonía neoliberal abrió la política a nuevas voces. Donald Trump conmocionó al sistema político con un estilo crudo y una retórica que golpeaba el corazón de la ortodoxia neoliberal: el libre comercio era una quimera que no había hecho nada por el trabajador estadounidense; había que establecer nuevamente las fronteras, construir muros, expulsar inmigrantes y revertir la globalización. El ascenso de Bernie Sanders en la izquierda fue igualmente sorprendente, y su influencia en la política estadounidense fue mayor que la de cualquiera de sus compatriotas socialistas, exceptuando a Eugene Victor Debs.
El charlatán inmobiliario de Queens y el socialista gritón de Brooklyn estaban a mundos de distancia en lo relativo a muchos asuntos políticos. Pero ambos atacaban las agendas económicas globalizantes, la prevalencia del libre cambio por encima de las necesidades de los trabajadores y trabajadoras estadounidenses, el desguace de las fábricas estadounidenses y la corrupción de las élites del sistema político. Ambos generaron intensos niveles de apoyo que hicieron temblar a sus partidos. El bipartidismo se recrudeció durante sus ascensos, volviendo la política más excitante pero también más volátil, patrones que la pandemia de la COVID solo logró intensificar.
¿Y ahora qué?
¿Qué hay por delante? Si Trump se sale con la suya, Estados Unidos podría degenerar hacia un autoritarismo donde las instituciones democráticas del país se vean subordinadas o bien a los decretos del “gran líder” o bien a un Partido Republicano oligarca capaz de manipular los procesos electorales para mantenerse en el poder, aun si la mayoría de los estadounidenses votara en su contra. Un régimen semejante buscaría enardecer a la mayoría blanca que se encoge (y se siente vulnerable) con apelaciones étnico-nacionalistas y enriquecer a los miembros del gobierno mediante arreglos lucrativos y mutuamente beneficiosos con las élites capitalistas. Ya sabemos bastante de cómo funcionan estos regímenes: fueron comunes en América Latina y África durante la segunda mitad del siglo XX, y fueron castigados infinitamente por los observadores estadounidenses por traicionar los principios democráticos.
El camino de Sanders pasa a través de Joe Biden quien, irónicamente, había mantenido cierta distancia respecto a las causas progresistas. Pero ahora el nuevo presidente, que comprendió la magnitud del momento y entendió que este probablemente sea su último periodo de servicio, ha decidido canalizar el espíritu de Franklin Delano Roosevelt, el presidente demócrata más exitoso de la historia.
Roosevelt mismo rompió con los dogmas del libre mercado, e insistió en que el gobierno federal administrara el capitalismo de acuerdo con el interés común. Emprendió grandes proyectos de mejoras de infraestructuras porque comprendió su importancia tanto para el crecimiento económico como para demostrar de forma evidente la habilidad del Partido Demócrata para mejorar el mundo cotidiano donde vivían y trabajaban los ciudadanos. Abrió el Partido Demócrata a la izquierda, convencido de que esa alianza acrecentaría, en vez de reducir, las posibilidades de reformas. Comprendió la necesidad de revitalizar la democracia en los Estados Unidos en una época en la que estaba siendo atacada en la mayor parte del mundo.
Más difícil por el Congreso
Biden espera hacer propios cada uno de estos proyectos roosveltianos. Pero no cuenta con el respaldo del Congreso de FDR. Roosevelt en 1932 disfrutaba de un apoyo, que creció en 1934 y en 1936, mucho mayor que el que tiene Biden hoy en el Congreso. Para competir con el éxito de Roosevelt, Biden tendrá que hacer lo mismo en 2022 y 2024. Los republicanos entienden demasiado bien qué está en juego en esas elecciones, por lo cual sus legisladores trabajan día y noche para inclinar los procedimientos y los distritos electorales de forma que aventajen a su partido.
¿Podrá Biden, en cualquier caso, empujar un New Deal para el siglo XXI?
El escenario no parece favorable. Pero los jugadores de apuestas de Las Vegas (y sus almas gemelas, los encuestadores) han demostrado no ser los mejores asesores políticos en esta época tumultuosa. Biden ha tenido dos grandes éxitos políticos: la vacunación y el plan de rescate americano (American Rescue Plan) de casi 2 billones de dólares.
Necesita dos éxitos más: uno podría ser un plan convencional de infraestructuras aprobado con apoyo de ambos partidos, y el otro un plan poco convencional verde de infraestructuras, enfocado en la infraestructura “social” más que en la material. Si, en consecuencia, la economía arranca; si comienzan a florecer nuevas carreteras, puentes, vías y estaciones de recarga en el paisaje estadounidense; si se recupera la esperanza en un futuro americano; y si los demócratas encuentran 50 (o incluso 20) versiones de Stacey Abrams, capaces de darle al Partido Demócrata la fuerza que cobró en Georgia en 2020, entonces Biden estará en posición de derrotar a las casas de apuestas y dar a los Estados Unidos una dirección política que a muchos les enorgullecería llamar progresista.
â Gary Gerstle es profesor en la Universidad de Cambridge. Está escribiendo The Rise and Fall of America’s Neoliberal Order que será publicado en 2022.
Traducido por Ignacio Rial-Schies