Puede que el culebrón de la política británica de los últimos meses haya eclipsado algo más importante para el futuro de Reino Unido que las puertas giratorias de Downing Street: la relación con el resto de Europa está cambiando lenta y silenciosamente.
Si bien es demasiado pronto para hablar de un punto de inflexión, al menos existe la posibilidad de que 2022 sea recordado como el año en que los británicos y otros europeos escaparon por fin de la espiral descendente que, desde el referéndum del Brexit, ha envenenado no solo la relación entre Reino Unido y la Unión Europea, sino las relaciones bilaterales entre Reino Unido y muchos países de la UE. Puede que las cosas no mejoren, pero por ahora, aunque sea, han dejado de empeorar. En el triste mundo de las relaciones entre Reino Unido y la UE, esto es un progreso.
La principal razón de este cambio es la amenaza para la seguridad europea. La agresión asesina y no provocada de Putin contra Ucrania ha vuelto insostenible la narrativa central en torno al Brexit. Hasta el comienzo de la guerra, a los sucesivos gobiernos conservadores les convenía, por cuestiones vinculadas tanto a la política interna británica como a su propio partido, argumentar que el Brexit era mucho más que la mera salida de la Unión Europea. Aparentemente, la “voluntad del pueblo” exigía no solo abandonar la UE, sino no tener absolutamente nada que ver con ella. Solo así podría Reino Unido, con su historia e identidad diferentes y únicas, cumplir con su destino “global”, recordando siempre que Europa —por extraño que parezca— no era una parte relevante del globo, y mucho menos una con la que Reino Unido se sintiera relacionado de forma natural.
El sector derechista de los medios de comunicación británicos ayudó con entusiasmo a los defensores acérrimos del Brexit dentro del Partido Conservador a elaborar esta narrativa. Como resultado, cualquier tema asociado con Europa, y no solo con la UE, se volvió tóxico para el discurso político británico. Un ejemplo de ello es el continuo debate sobre el Tribunal Europeo de Derechos Humanos que, a pesar de no ser una institución perteneciente a la UE, sigue siendo presentada por los miembros del Gobierno como una incursión europea intolerable en la soberanía de Reino Unido.
Los laboristas, que temen ser acusados de ser unos ‘remainers’ (partidarios de la permanencia de Reino Unido en la UE) amargados que no respetan la democracia, también se dejaron llevar por esta narrativa, ya sea esquivando por completo el tema del Brexit, o sugiriendo tímidamente que ellos, a diferencia de los conservadores, conseguirían que el Brexit funcione, sin entrar en detalles precisos de cómo podrían lograrlo. El resultado es un elefante con forma de Brexit en la sala de debate de la política británica.
Escapar de la geografía
La idea de que el Brexit conllevaba que Reino Unido diera la espalda al continente europeo siempre fue más una fanfarronería retórica que la realidad de la política exterior y de seguridad británica, pero aún así hubo muchos expertos y políticos que se tragaron este relato. Entre ellos se encontraban muchas élites políticas de Europa continental que dejaron de considerar a Reino Unido como un socio fiable, o incluso de interés.
Cuando el Gobierno británico publicó su Revisión Integrada en 2021, las autoridades, los think-tanks y los periodistas del continente prestaron mucha más atención a la forma en que los ministros presentaron el informe —como un manifiesto a favor de un Reino Unido global inclinado hacia el Indopacífico—, que a su contenido, donde se enuncia claramente que Reino Unido sigue siendo una potencia euroatlántica. La narrativa del Brexit, según la cual Reino Unido y Europa se dirigían a direcciones diametralmente opuestas, se había convertido en una profecía autocumplida.
Entonces, las circunstancias cambiaron drásticamente en febrero, cuando estalló la guerra en el continente y Reino Unido intensificó su apoyo militar a Ucrania de una manera que dejó en ridículo a algunos Estados miembros de la UE, como Alemania y Francia. La guerra y la consiguiente crisis energética han dejado claro que es imposible escapar de la geografía. Reino Unido puede haber abandonado la UE, pero nunca podrá abandonar Europa. Los europeos que se preocupan por su propia seguridad, el futuro de la democracia y la autodeterminación en este continente tampoco deberían querer que eso suceda.
Una mejora limitada
Los políticos y las autoridades de Reino Unido y de Europa se reúnen ahora con la mayor frecuencia en años, como parte de la respuesta conjunta de Occidente a la agresión de Putin. Después de los estragos que el Brexit y la COVID-19 en su conjunto han causado en las interacciones personales entre británicos y otros europeos, esto es de suma importancia, porque contribuye a la muy necesaria reconstrucción de la confianza y las conexiones.
Reconocer el grado de normalización de las interacciones entre Reino Unido y Europa continental que se ha alcanzado no significa fingir que estemos acercándonos a la relación constructiva y colaborativa que demandan nuestros intereses y principios comunes. La mejora es precaria y seguirá siendo intrínsecamente limitada mientras Reino Unido permanezca fuera de la UE.
Los años de frustrantes negociaciones sobre el Brexit y de ataques públicos a Europa por parte de una sucesión de gobiernos británicos han llevado a una completa ruptura de la confianza entre políticos y autoridades de ambas partes, la cual tardará más que unos pocos meses en repararse. La disputa no resuelta sobre el futuro del protocolo de Irlanda del Norte sigue siendo una herida abierta en la relación y, aunque la música de ambiente que rodea las negociaciones está mejorando, no puede en absoluto darse por sentada una solución mutuamente satisfactoria. La decisión del nuevo Gobierno de Rishi Sunak de amenazar con una legislación unilateral en caso de no llegar a un acuerdo no favorece la recuperación de la confianza y el respeto.
Una sombra de lo que fue
La mejora de la situación de Reino Unido en la Europa continental no llegará muy lejos si este no encuentra una forma estable y constructiva de interactuar con la UE en su conjunto, y no solo con países o grupos individuales.
Abordar la realidad europea en este momento extremadamente peligroso en la historia del continente implica reconocer que la UE sigue siendo la forma más importante en la que 27 países interactúan entre sí, resuelven sus diferencias, organizan su comercio y sus economías y coordinan su apoyo a Ucrania.
Junto con la OTAN, la UE es la organización internacional más importante en la lucha contra la amenaza de la Rusia de Putin. Que Ucrania y los países de los Balcanes occidentales estén desesperados por unirse demuestra que, aunque la UE pueda no gustar, su importancia es innegable.
A británicos y europeos les interesa trabajar juntos y escucharse los unos a los otros de cara a los grandes retos en común. Pero mientras Reino Unido siga siendo un “tercer país” según los términos que estableció en el acuerdo de retirada, no se puede obviar que la relación seguirá siendo una sombra de lo que fue.
Helene von Bismarck es una historiadora y escritora alemana especializada en las interacciones de Reino Unido con el resto del mundo.
Traducción de Julián Cnochaert.