Con los bares en el exterior de nuevo abiertos y los niños otra vez llenando los patios de los colegios es fácil olvidarse del brutal invierno que ha pasado Reino Unido (el país que ha aplicado en Europa las medidas más estrictas de confinamiento y donde los interiores de la hostelería, los cines y teatros siguen cerrados pese a una incidencia muy por debajo de España). La segunda oleada se cobró más vidas que la primera, las escuelas no abrieron y en todo el país rigió el confinamiento domiciliario durante los meses más fríos y oscuros del año. A pocos días de la Navidad se identificó en Kent una variante más contagiosa del coronavirus, mandando al garete los planes del gobierno de relajar las restricciones. Los hospitales tuvieron dificultades para enfrentar el fuerte aumento en los ingresos a las UCIs y el alcalde de Londres declaró un “problema grave”.
Por suerte, el Reino Unido se encuentra ahora en una situación mucho mejor. Desde esta semana, más del 60% de la población adulta ha recibido al menos una dosis de la vacuna. El número de casos confirmados de COVID-19 y las estimaciones de la agencia británica de estadísticas sobre prevalencia y positividad en las pruebas disminuyen una semana tras otra. Está dentro de lo esperable un verano de almuerzos al aire libre y, más adelante, cenas en espacios interiores, salidas al cine y conciertos. Parece probable que la COVID-19 se convierta en una enfermedad contra la que podremos vacunarnos, igual que el sarampión, la rubeola, la difteria o la tosferina.
Pero Reino Unido es la excepción a la regla. Otros países aún luchan contra la pandemia. En Francia y Alemania se han aplicado nuevas medidas de confinamiento y en todo el mundo siguen aumentando los casos confirmados cada día. El contraste entre la vida en Edimburgo, donde vivo y trabajo, y en Delhi no puede ser más marcado. En la India los casos confirmados superan los 300.000 por día, con unas cifras reales de contagio varias veces superiores. No se puede confiar en las cifras oficiales de mortandad. Con los hospitales quedándose sin oxígeno, camas y respiradores, muchos cuerpos son incinerados en las calles sin certificado de defunción.
Cuando un virus contagioso invade un país no solo afecta a los que enferman gravemente por él. La presión que ejerce sobre el sistema sanitario deja a otras personas sin recibir la atención y asistencia médica que requieren, incluidos niños con neumonía que necesitan oxígeno y adultos que sufren ataques al corazón. Por otro lado, las medidas de confinamiento en los países más pobres y donde hay poco apoyo público tienen efectos catastróficos. Cuando la gente tiene que elegir entre pasar hambre o arriesgarse a sufrir la COVID-19, la opción que gana es exponerse al contagio.
Mientras el virus siga propagándose en otro países, ninguno estará seguro
Hace apenas unos meses India creía haber superado lo peor. Su repentino cambio de rumbo sirve de recordatorio para otros países: no hay que subestimar al coronavirus, especialmente por su capacidad para mutar. Si queremos evitar un regreso de las medidas de confinamiento debemos observar al resto del mundo para anticiparnos a brotes futuros, aprender de otros países y ayudar.
Ahora mismo Reino Unido tiene dos prioridades. En primer lugar, proteger los avances logrados hasta el momento y seguir con la recuperación económica y social en el país. En segundo, ayudar a los países que afrontan una crisis humanitaria debido a la pandemia. Aunque el argumento moral para ayudar a otros países tiene peso de sobra, no se trata sólo de una cuestión ética: mientras el virus siga propagándose en otros países la pandemia no habrá terminado.
Hay varias medidas evidentes para el Gobierno. Reforzar el control en la frontera internacional de Inglaterra es necesario para garantizar la plena recuperación doméstica. La lista que el Gobierno está usando para poner en cuarentena, en hoteles controlados, a los que llegan de países incluidos en ella ha sido redactada sin ninguna base científica. India, por ejemplo, no estuvo incluida en esa lista de Inglaterra durante días, a pesar de que registraba el mayor número de casos del mundo. Hong Kong detuvo todos los vuelos procedentes de India después de que un solo vuelo desde Nueva Delhi provocara 47 casos importados.
Inglaterra debería seguir el ejemplo de Escocia y aplicar una restricción universal en la frontera además de la cuarentena controlada. Podría fijarse en las propuestas de Estados Unidos y de la Unión Europea de dar a los ciudadanos totalmente vacunados un pasaporte que les permita viajar de un país a otro sin pasar por la cuarentena.
No podemos impedir por completo la entrada de nuevas variantes al país pero podemos retrasar su propagación. El control en la frontera da tiempo a los científicos para evaluar la situación y dilucidar si las nuevas variantes que puedan surgir son más contagiosas o más dañinas entre los jóvenes, si son capaces de sortear la respuesta inmune a la COVID-19 o si pueden evadir parcialmente la protección de las vacunas.
El siguiente paso es ayudar a otros países a erradicar la COVID-19 vacunando a la población. El aumento de casos en India puede explicarse en parte por la nueva variante, la B1617, que podría ser más contagiosa y grave. Sudáfrica está luchando contra la variante B1351, que obligó al Gobierno a suspender la vacuna de AstraZeneca para utilizar en su lugar la de Johnson & Johnson. En Brasil, las autoridades sanitarias se enfrentan a la variante P1, que parece ser capaz de volver a contagiar a personas que ya pasaron por la COVID-19.
Es notable que no hayamos visto surgir variantes en Nueva Zelanda, Taiwán o Corea del Sur, países que no dejaron de contener al virus y que se fijaron el objetivo de erradicarlo por completo. Las variantes han surgido en lugares donde el contagio salió de control y el virus tuvo la capacidad de replicarse y mutar, dando lugar a variantes con una ventaja darwiniana para propagarse más rápidamente.
La mejor estrategia es crear una vacuna contra muchos coronavirus
Si de verdad queremos que termine la pandemia, no solo tenemos que vacunar en nuestro país sino en todas partes. Es la única manera de evitar la aparición de variantes que puedan escapar a nuestra respuesta inmune o que afecten más gravemente a los niños. La ciencia se está dando prisa en encontrar una solución, con los investigadores trabajando en una vacuna contra todos los coronavirus que también serviría para derrotar al que causa la COVID-19 y evitaría futuros contagios.
Los coronavirus suelen propagarse a través de murciélagos pero también pueden infectar a los camellos (como el MERS), a las aves, a los gatos (como el SARS), a los visones, a los tigres, a los leones, a los pangolines y a muchos otros mamíferos. Para desencadenar la próxima pandemia lo único que hace falta es que estos virus se reconfiguren y contagien a un humano por los mecanismos respiratorios habituales.
Aunque los científicos pueden seguir luchando contra un virus específico, la mejor estrategia es crear una vacuna contra muchos coronavirus. Esto no es ciencia ficción. Ya se está haciendo y con resultados positivos en los primeros ensayos. Pero para conseguir una vacuna de este tipo habrá que dedicarle recursos a la investigación científica, el desarrollo de una visión de futuro, y la planificación de la fabricación y distribución por todo el mundo.
Mientras en Reino Unido disfrutamos del regreso a la normalidad es bueno recordar que somos una pequeña isla en un planeta enorme. Basta con mirar el globo terráqueo para entender que nuestra salud está conectada con la de los demás y que necesitamos un esfuerzo mundial concertado para acabar con esta pandemia.
Traducido por Francisco de Zárate