La principal urbe de Ecuador se ha convertido en una auténtica ciudad fantasma por la impresionante ola de crímenes violentos que ha llevado a Daniel Noboa, el recién elegido presidente, a declarar en “estado de guerra” al país latinoamericano. Las calles de la portuaria ciudad de Guayaquil, de unos 3 millones de habitantes, permanecían en un silencio espeluznante después de que 15 personas murieran por todo el país en tiroteos, motines, incendios provocados y atentados con coches bomba.
En las esquinas se amontonaban las basuras desde que las empresas de recolección de residuos suspendieron sus actividades (igual que los colegios, las universidades y las oficinas gubernamentales). En muchas de las vías de la ciudad, generalmente atascadas, casi no había tráfico y los pocos automovilistas que se arriesgaban a salir iban a toda velocidad para reducir el riesgo. La mayoría de las tiendas seguían cerradas más allá del toque de queda nacional, de 11 de la noche a 5 de la mañana, impuesto por el gobierno tras la violencia de esta semana.
En la noche del miércoles apenas había un alma por la ciudad. “Guayaquil es un desierto”, dijo José Luis Calderón, uno de los periodistas de la emisora TC Televisión que el martes fueron secuestrados en directo por la docena de hombres armados que asaltaron la sede del canal en Guayaquil.
Poco después del audaz asalto a la televisión, el presidente del país declaró el estado de “conflicto armado interno”. “Estamos en estado de guerra y no podemos ceder ante estos terroristas”, dijo Noboa el miércoles mientras las fuerzas de seguridad trataban de recuperar el control de las calles y cárceles del país, donde según los datos oficiales sigue habiendo 178 guardias y trabajadores secuestrados por mafiosos vinculados a los cárteles mexicanos de la droga.
“Estos criminales pueden estar seguros de que no dudaremos ni un segundo en lo que haga falta para proteger a nuestros ciudadanos... Si tenemos que dar la vida para defender a la población, lo haremos”, dijo el jueves Marcelo Gutiérrez (38), portavoz de la Marina, durante una patrulla en el mercado de mariscos de Caraguay.
Con sus soldados armados con fusiles de asalto y avanzando por el mercado, Gutiérrez también dijo que las autoridades estaban contraatacando y que vencerían. La situación en Guayaquil estaba bajo control y la ciudad portuaria volvía poco a poco a la normalidad, añadió. Pero el miércoles y el jueves los periodistas de The Guardian no encontraron en las calles muchos rastros de las fuerzas de seguridad.
La zona cero del estallido de violencia de esta semana fue La Regional, una cárcel de alta seguridad en la periferia norte de Guayaquil en la que hasta hace poco vivía preso José Adolfo Macías Villamar, líder de la poderosa banda de Los Choneros (vinculada con el cártel mexicano de Sinaloa) y uno de los delincuentes más conocidos del país.
Aparentemente, Macías se fugó de su celda el fin de semana desencadenando un sorprendente estallido de caos y violencia en un país que durante mucho tiempo fue considerado entre los más pacíficos de Suramérica.
Tras la desaparición de Macías, apodado Fito, otros reclusos apresaron como rehenes a decenas de guardias. Los vídeos mostrando el asesinato de agentes de seguridad, algunos de ellos aparentemente falsos, corrieron como la pólvora en las redes sociales. Al menos ocho personas murieron y dos resultaron heridas el martes, momento álgido de la violencia que fue bautizado por un periódico como el “día del terror” de Guayaquil.
“El martes fue feo, como un terremoto, o un tsunami, o algún tipo de desastre natural”, dijo al mediodía del jueves el vendedor de periódicos Marco Flores (43), flanqueado por soldados con fusiles en las inmediaciones de la prisión regional.
Extra, el periódico sensacionalista que vende Flores, ofrecía una escalofriante estampa de la violencia que azota Ecuador, un país que en los últimos cinco años ha visto dispararse la tasa de asesinatos a medida que crecía su importancia en el tráfico de cocaína desde Suramérica hacia Europa.
Uno de los artículos de Extra subrayaba el heroísmo de un guardia de seguridad que el martes trasladó hasta el hospital a una colegiala herida por una bala perdida. En otro se describía la operación durante la que 35 policías de las fuerzas especiales recuperaron los estudios de TC Televisión y liberaron a sus periodistas. Un tercer artículo contaba la historia de los grupos armados de vigilantes que en Quito se enfrentan con machetes y bates de béisbol a las bandas. En otro se relataba el abandono de los comerciantes de Guayaquil y Quito, que dejaron sus negocios para evitar que los saquearan, o algo peor. “Estamos a salvo, pero estamos jodidos”, decía un comerciante frustrado.
En un editorial del mismo periódico se pedía a los casi 18 millones de ciudadanos de Ecuador que respaldaran al presidente en su lucha inquebrantable para derrotar a más de 20 bandas “terroristas”, según las propias palabras de Noboa, que en octubre fue elegido presidente. Entre las bandas figuran los Lobos, los Latin Kings, los Chone Killers y otra llamada AK47. “Ahora, más que en ningún otro momento de nuestra historia, es crucial que toda la sociedad ecuatoriana se una para sacar adelante esta guerra sin precedentes”, decía el editorial: “Hemos llegado al punto de quiebre y no hay otra forma de rescatar a nuestro país”.
Varios expertos en seguridad y en derechos humanos temen que la campaña de Noboa para “neutralizar ” a las bandas provoque más muertes, en vez de reducirlas. Según Chris Dalby, director del grupo de periodismo de investigación especializado en crimen organizado World of Crime, “la respuesta a corto plazo va a ser una represión enorme”. “Creo que Noboa va a aumentar el número de muertos, también por motivos electorales, aunque no sea algo con lo que yo esté de acuerdo ”, dijo.
En opinión de Dalby, con los ataques de esta semana los líderes de las bandas han tratado de intimidar a Noboa después de que el presidente más joven en la historia de Ecuador (tiene 36 años) insinuara una línea dura inspirada en la de Nayib Bukele, el autoritario líder de El Salvador. “Creo que fue un sentimiento unánime: 'vamos a demostrarle a este tipo lo que somos capaces de hacer y vamos a tumbarlo'”, afirmó Dalby.