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Desconfía de los gobiernos que quieren convertirse en guardianes de la verdad

Antes de Facebook, estaban los cafés. En el siglo XVII, el pánico se apoderó de la realeza británica porque temían que esos nuevos salones para bebedores se convirtieran en foros de oposición política. En el año 1672, Carlos II emitió un decreto “para restringir la divulgación de noticias falsas” que estaban ayudando “a alimentar las mentes de los buenos súbditos de su majestad de una envidia e insatisfacción universal”.

Ahora, 350 años después, legisladores de todo el mundo tratan de hacer lo mismo. La semana pasada, el comité de Cultura, Medios y Deportes de la Cámara de los Comunes voló a Washington para reunirse con representantes de las grandes tecnológicas entre las que estaban presentes Facebook, Twitter y Google. El título de la sesión resonaba a la época de Carlos II: “¿Cómo pueden las redes sociales ayudar a frenar la difusión de noticias falsas?”.

Si hay una larga historia de temor en torno a las noticias falsas, también la hay en torno a las noticias falsas en sí. En 1924, cuatro días antes de unas elecciones generales, el Daily Mail publicó la carta de Zinoviev, una supuesta directiva procedente de Moscú para los comunistas británicos para movilizar a las “fuerzas simpatizantes” en favor del Partido Laborista. Los laboristas perdieron las elecciones estrepitosamente.

A raíz de los disturbios de Broadwater Farm en 1985, en los que el policía Keith Blakelock fue asesinado a machetazos, la policía y la prensa organizaron una espeluznante campaña contra el principal sospechoso, Winston Silcott, al cual llegaron a describir como “la bestia de Broadwater Farm”. Condenado prácticamente sin pruebas, fue liberado a los tres años después de que se demostrase que la policía había manipulado sus notas durante los interrogatorios.

En 1989, The Sun, alimentado por mentiras de la policía, dirigió una campaña de desprestigio contra los aficionados del Liverpool después de que 96 hinchas murieran en Hillsborough, aplastados después de que se les obligase a entrar en una grada abarrotada de gente. The Sun inventó historias sobre fans borrachos como la causa del desastre.

En el año 2003, en la antesala de la guerra de Irak, las páginas de todos los periódicos de todo el mundo estaban llenas de noticias sobre las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Hussein.

Y así sucesivamente. Las mentiras que se hacen pasar por noticias son tan viejas como las noticias mismas. Hoy no son nuevas las noticias falsas, sino los proveedores de esas noticias falsas. En el pasado, solo los gobiernos y las personas importantes podían manipular a la opinión pública. Ahora, puede hacerlo cualquiera que tenga acceso a internet. Del mismo modo que la élite ha perdido su control sobre el electorado, también se ha debilitado su capacidad para ser guardianes de la información, de definir lo que es cierto de lo que no lo es.

Aquí nos encontramos con otro cambio más. En el pasado, los poderosos manipularon los hechos para presentar las mentiras como realidades. Hoy, las mentiras se aceptan a menudo como verdades porque la noción misma de verdad se está fragmentando. Ahora la “verdad” tiene poco más significado que “esto es lo que creo” o “esto es lo que creo que debería ser verdad”.

Sobre cuestiones que van desde el Brexit hasta los matrimonios entre personas del mismo sexo, todas las partes se aferran a un punto de vista como si este fuera la verdad, rechazando participar en posiciones “alternativas”. Tal y como Donald Trump nos ha mostrado de manera tan clara, gritar “¡noticia falsa!” se ha convertido en una manera de descartar verdades inconvenientes. Desde China hasta Filipinas, los regímenes suelen echar la culpa a las “noticias falsas” para imponer su censura y para aplastar a la disidencia.

Es por esto por lo que deberíamos tener cuidado con muchas de las soluciones a las noticias falsas que proponen los políticos europeos. Ese tipo de soluciones hacen más bien poco a la hora de desafiar a la cultura de las verdades fragmentadas. Más bien lo que buscan es restaurar a guardianes de la información más aceptables, para que Facebook o los gobiernos definan lo que es y lo que no es verdad.

En Alemania, una nueva legislación obliga a las redes sociales a eliminar publicaciones que propaguen noticias falsas o discurso que incite al odio en 24 horas. De lo contrario, podrían recibir multas de hasta 50 millones de euros. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha prometido prohibir las noticias falsas en internet durante las campañas electorales. ¿Realmente estamos dispuestos a deshacernos de las noticias falsas de hoy para regresar a aquellos días en los que solo las noticias falsas eran las noticias falsas oficiales?

En 1675, Carlos II emitió un nuevo “decreto para la supresión de los cafés” porque “varias informaciones falsas, maliciosas y escandalosas se expandieron por el extranjero”. El rey dijo que “había que cerrar y suprimir los cafés”. Los intentos de controlar las noticias falsas de hoy a través de equivalentes contemporáneos son intentos igual de equivocados y peligrosos.

Los dueños de estos cafés del siglo XVII se vieron obligados a aceptar que solo los “hombres leales” recibieran una licencia para regentar estos negocios. También hicieron la promesa de informar al rey de cualquier cosa “que escuchasen o supiesen y pudiera ser perjudicial para el Gobierno”. Deberíamos tener cuidado con lo que deseamos.

Traducido por Cristina Armunia Berges