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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

En busca del derecho al voto en Camden, Alabama

Ralph Ervin no ha olvidado el momento exacto en que decidió que pasaría el resto de su vida en el condado más pobre de Alabama, atrapado en una lucha por garantizar un derecho fundamental. Tomó la decisión en 1971 y estaba escuchando a su profesor de Historia de la universidad, situada en el norte del estado de Alabama. El profesor reprendía a los estudiantes por no aprovechar su potencial. Lo hacía con dureza.

“Sois todos tan estúpidos como esos negros del condado de Wilcox”, les espetó. Ervin era de Wilcox. “Los negros son mayoría y no son capaces de votar a uno de los suyos”, señaló el docente. Ervin se echó atrás, sorprendido, no por el lenguaje de su profesor sino por sus ideas.

Casi medio siglo más tarde, mientras charla con The Guardian sentado en un banco de madera del juzgado del condado de Wilcox, reconoce que el discurso le impactó porque era totalmente cierto.

En aquella época los votantes negros del condado se enfrentaban a todo tipo de obstáculos si querían ejercer su derecho al voto. Muchos todavía conservaban un contrato de aparcería que les permitía explotar un terreno agrícola y sabían que si les pillaban votando los expulsarían de las tierras. Y a pesar de todo, lo cierto es que el profesor seguía teniendo razón. “Fue entonces cuando decidí que quería regresar a casa y ayudar a mi gente”, indica Ervin.

Fue una decisión absurda. Él descendía de esclavos y de hecho debe su apellido a la plantación de Ervin, que todavía existe. Tuvo una infancia llena de privaciones. “Con una letrina y un cubo de agua sucia”, recuerda con una sonrisa irónica. Era un chico listo y pese a las dificultades consiguió salir adelante, marcharse del condado y estudiar en la universidad. Nadie que conseguía irse se planteaba regresar; excepto Ervin. “Quería que los ciudadanos se percataran de la importancia de su voto”, explica.

Así empezó su carrera. Y la ha terminado como secretario del tribunal de primera instancia del condado, el cargo más alto para un funcionario público en el condado. Si se pone recto todavía mide un metro noventa, pero normalmente camina ligeramente inclinado y con la ayuda de un bastón. En función de su estado de ánimo su voz puede ser brusca como un trueno o dulce como la miel. Sueña con retirarse y le gustaría tener más tiempo para ocuparse de sus vacas.

Trabas para dificultar el voto

Lamentablemente, la misma batalla que lo hizo regresar ahora le impide jubilarse. Una serie de maniobras recientes del Estado de Alabama podría impedir, en la práctica, que un gran número de electores del estado puedan ejercer su derecho al voto, especialmente en los condados más pobres del llamado “cinturón negro”.

Sufrieron el primer revés hace un año y medio. Alabama promulgó una ley que exige a todos aquellos que quieran votar que muestren un documento de identidad con foto emitido por un organismo gubernamental. El segundo revés se produjo hace cinco meses. El estado cerró decenas de oficinas que emiten el permiso de conducir y 28 condados se quedaron sin la posibilidad de facilitar la identificación más común en Estados Unidos.

El gobernador de Alabama, el republicano Robert Bentley, indicó que el cierre de las oficinas obedecía a motivos meramente presupuestarios. Sus detractores están convencidos de que se trata de un movimiento político que esconde “las peores tradiciones” de la historia de Alabama. 

Tras una protesta en la capital del estado, el gobernador decidió reabrir las oficinas de algunos condados; pero solo un día al mes. Sin embargo, la renovación del permiso de conducir se encareció un 50%. Podría parecer que pasar de 23,50 a 36,25 dólares no es mucho, pero si tenemos en cuenta que se trata de una de las zonas más pobres del país, es motivo suficiente como para que muchos decidan no renovar los documentos. “Estamos hablando de los más pobres entre los pobres”, explica Ervin.

Herederos de Selma

El barrio de Martin Circle, en Camden, es uno de los más pobres de Estados Unidos. Un grupo de jóvenes apiñados en una esquina explica que no tiene ninguna intención de votar. “Tenemos antecedentes penales”, dicen. En otra calle, dos hombres y una mujer que estaban sentados en un porche también reconocen que no van a votar. “Yo, no”, dice la mujer: “Estoy colocadísima, tío”.

Crimen y drogas. En un lugar donde la pobreza consigue penetrar en cada casa y donde los más pobres comparten color de piel, es fácil generalizar. Es más cómodo asumir que todos quieren lo mismo y tienen problemas idénticos.

Sin embargo, solo unas calles más al sur, Clifford Martin, un hombre de 61 años, está sentado en su jardín reparando un trozo de revestimiento de su casita blanca. Luce una camisa abrochada hasta el cuello y tiene una mirada despierta. “Por supuesto que votaré”, dice con una carcajada. “Me postulo para alcalde”. Y no, no le preocupa el tema del documento de identidad con fotografía. Tampoco le preocupan las tasas. Nada de todo esto le preocupa porque medio siglo atrás en la ciudad de Selma, situada el condado vecino de Dallas, se produjo el 'domingo sangriento' que dio lugar a la Ley de derecho de voto de 1965, que garantizó el voto de los afroamericanos. “Encontraré la manera de votar, la encontraré”, afirma.

Mientras, en el juzgado, Ervin reflexiona sobre todo lo que ha pasado desde los hechos de Selma de 1965. El hecho de que tantos años después siga atrapado en la misma batalla legal lo indigna. Cuando habla de ello, su voz resuena como un trueno. “Para tener derecho a votar tuvimos que pagar un impuesto per cápita, también nos obligaron a superar una prueba de lectura, tuvimos que soportar que los perros nos husmearan, muchos murieron”, recuerda: “Y ahora, en 2016, todavía encuentran la manera de que no podamos votar; somos ciudadanos de Estados Unidos”.

Ervin ha impulsado una campaña en el condado de Wilcox contra las reformas legales que dificultan ejercer el derecho al voto. Facilita un método de transporte a todos aquellos que no pueden llegar hasta el tribunal o hasta los colegios electorales. Intenta explicar de forma didáctica cómo superar las cortapisas burocráticas; el permiso de conducir no es necesario, basta con identificarse como votante en la oficina de registro de votantes del condado. Y mucha gente no lo sabe. Es por este motivo que él intenta dar todas las explicaciones que sean necesarias y los guía durante todo el proceso.

En el estado de Alabama, medio millón de votantes, es decir, uno de cada cinco, carece de un documento de identidad con foto. E incluso si lo tienen, los habitantes de los condados más pobres carecen de coche. Cuando Ervin necesita formar un jurado de 12 miembros para un juicio tiene que enviar más de 200 citaciones porque muchos candidatos quedarán exentos de su obligación por el hecho de no tener un vehículo. “Siempre encontramos la manera de sortear los obstáculos diseñados para los afroamericanos o a los pobres”, afirma.

Son tan pocos los vehículos que funcionan en el condado que sus propietarios se han inventado un nuevo negocio, un sistema parecido al de Uber. Cuando el fotógrafo David Levene y yo llegamos al condado, no pudimos encontrar una gasolinera en un radio de 8 kilómetros y nos quedamos sin gasolina. Nos quedamos parados y cuando hice gestos al primer automóvil que pasó, el conductor se paró al instante y se ofreció a llevarnos.

Ervin subraya que la Biblia dice “a los pobres los tendrán siempre con ustedes”. “Así que soy muy consciente de que mi labor no tiene fin”, indica.

Cuando termina su jornada sale del juzgado por la puerta delantera. Me explica que nunca sale por la puerta de atrás. Señala algo que se encontraba en el otro extremo de la plaza del juzgado; de hecho, lo habían situado lo más lejos que había sido posible del edificio. El elemento, escondido detrás de los carteles de propaganda electoral, es de hormigón y me llega por encima de la rodilla. Se trata de uno de los últimos vestigios de las leyes Jim Crow que propugnaban la segregación racial y la expresión “separados pero iguales”. Ervin me cuenta que se trataba de una fuente de agua para los negros y que cuando era pequeño nunca pudo beber de la fuente que había dentro del juzgado.

Y este es el motivo por el cual siempre sale por la puerta principal.

Traducción de Emma Reverter